DEICIDE Y BEHEMOT: EL BICORNIO DEL METAL EXTREMO ARRASÓ SANTIAGO
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DEICIDE Y BEHEMOT: EL BICORNIO DEL METAL EXTREMO ARRASÓ SANTIAGO

DEICIDE Y BEHEMOT: EL BICORNIO DEL METAL EXTREMO ARRASÓ SANTIAGO

viernes 03 de octubre, 2025

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Escrito por: Equipo SO

Por Lemurmaster
Fotos Rodrigo Damiani @SonidosOcultos

La noche santiaguina fue tomada por las hordas del metal extremo en un aquelarre sónico que unió a los demonios locales de Diabolvs, la oscuridad nórdica de Nidhogg, el rugido inquebrantable de Deicide y la liturgia blasfema de Behemoth. Entre fallas técnicas, riffs implacables, sangre derramada en el mosh y una atmósfera cargada de símbolos infernales, el público presenció un ritual que reafirmó que el metal extremo no solo sobrevive, sino que cada vez regresa más brutal y solemne.

DIABOLVS IN MUSICA

Si la temática central era la muerte de Dios y la exaltación de deidades infernales, Diabolvs, banda chilena formada en 2013 con un solo álbum editado a la fecha, calzó como anillo a la pezuña, mostrando en un acto breve su arsenal metálico, que eso sí, estuvo a punto de joderse, pues en la primera canción tuvimos que adivinar la letra, ya que el micrófono falló estrepitosamente.

No obstante, el problema técnico se solucionó, y ahora sí, pasamos de banda sonora del mal, a escuchar un death metal cavernoso, con afinaciones bajas y ataques rítmicos veloces, con una base bajo-batería atronadora donde no faltaron sus blast beat acelerados, compases bestiales y fraseos de acordes machacantes e hipnóticos, con una guitarra solista que se encargó de dibujar breves figuras melódicas, con notas altas y breves.

Cabe resaltar que la banda se compone por viejos curtidos de la escena chilena, con un Claudio Carrasco de Poema Arcanvs en las vocales, Sergio Aravena (ex Torturer y ex Undercroft) a la de seis cuerdas, Felipe Vulteich (ex Battlerage y ex Witchblade) al mando del hacha de batalla y Ian Huidobro, el más joven de la cofradía demoniaca, pero no con menos experiencia, pues a su haber cuenta con participaciones activas en Aura de Ilusiones y Homicide. No lo olviden, Diabolvs, una banda para rastrear desde el inframundo, con un solo disco pero que ya en el show estrenó una nueva canción, God Beast, lo que nos deja con ganas de nuevas creaciones.

EL DIOS SERPIENTE NIDHOGG

Promediando las 19:05, aparecieron en escena los enviados por la Serpiente-Dragón Nidhogg, antigua deidad tributaria de ritos ancestrales, con una cruza entre Conán el Bárbaro y Tarzán como frontman, totalmente pintado el torso de ébano, con una musculatura que no dejó a nadie indiferente.

Nidhogg es una banda polaca de corta vida, la cual ejecuta un black metal con algunos toques ambient, algo simplones en la ejecución, con una batería desprovista de técnica y de fuerza, pocos acordes en las rítmicas, un bajo plano, pero que fue ganando con cada tema interpretado, y que curiosamente llegó a su mejor momento con «Wyrocznia», un tema con mejores secciones rítmicas, quiebres y toques death and roll y thrasheros. A favor de la banda: la performance de su cantante, impresionante por su físico, su vestidura como de ídolo hiperbóreo, y el cover final que interpretaron, «Territory» de los mismísimos Sepultura.

Eran las 20:05, cuando saltaron a escena los brutales deicidas estadounidenses, liderados por el endiablado y mítico Glenn Benton, que como marca de batalla, aún se le puede vislumbrar esa cruz invertida estampada en la frente. Los años han pasado por él, sin dudas, pero el desplante energético en la escena fue brutal, con solo mencionar que su tema de entrada fue «When Satan Rules His World», con una ecualización perfecta, teniendo a Benton al centro, percutiendo a toda marcha sus líneas de bajo, y sacudiendo la cabeza como si fuera un muñeco poseído por el mismo satanás.

La elección de temas pocas veces ha sido más acertada, con un arranque concentrado en los clásicos de los floridanos, «Carnage in the Temple of the Damned», y «Sacrificial Suicide» del disco homónimo; o «Satan Spawn» y «In Hell I Burn» del Legion. Sin discursos, sin luces más que un rojo infernal que tiñó el escenario con los colores de la sangre y del fuego, Deicide machacó cada canción con la sabiduría que solo pueden obtener los veteranos de una escena que hace muchas décadas ya eclipsó, y que como partera del Diablo, dio a luz a los más ilustres ángeles caídos del abismo, y que, digámoslo desde una infernal vez, tendrán que pasar milenios antes de que se conjugue tanta maldad y rabia en una escena.

Técnicamente, la batería, al mando del mítico Steve Asheim, sonó impecable, pero en la primera mitad algo ahogada debido a los murallones de guitarra, obra y gracia de los más recientes Taylor Nordberg y Jadran González, quienes percudieron el recinto con veloces e intrincados riffs, haciendo gala de una técnica metalera centrada en la velocidad, los pulsos rítmicos y las figuras espiraladas. Al centro del escenario, Glenn Benton demolió cada línea de bajo, a uñetazo limpio, con una técnica vocal que osciló entre los guturales profundos y growls agudísimos, como esos que deleitaron hace más de tres décadas y que aún siguen resonando.

El público ardió con cada canción, literalmente, al grado tal que no faltaron los bangers que se fueron a los puñetes, aunque por fortuna no hubo heridos de consideración, más allá de un par de charchazos y patadas en el trasero. La performance de Deicide fue directa, sin aspavientos, el death metal solo necesita sonar crudo, violento y sin concesiones, y la experiencia fue magistral.

BEHEMOTH: OSCURIDAD SUPREMA

Las luces se apagaron y el lienzo de los polacos se alzó como emblema. Entre synths y teclados tétricos, se dio inició a la misa blasfema final a la cual habíamos sido convocados. Cuando retumbaron los primeros acordes largos y estirados de «Ora Pro Nobis Lucifer», se lanzaron al escenario Behemoth, profanos y heréticos y desde el primer instante saltaron a escena decididos a maldecir a la humanidad y a cuanto cristiano se cruzara en su camino.

Orion salió ataviado con una falda larga, haciendo gala de movimientos inhumanos, como si fuera el sumo pontífice de alguna deidad olvidada por la raza humana o anterior incluso a la creación del mismo universo. El control de la artillería pesada a cargo de Inferno se oyó sólida, supo atronar al teatro con golpes frenéticos de doble bombo, intercalando con maestría el uso de platillos para reforzar las secciones hipnóticas y las más veloces, con cambios brutales y pausas dramáticas, reforzadas con efectos de neblina y luces azuladas y mortecinas.

La voz de Orion mejoró en cada interpretación, al grado tal que la perfección del sonido parecía casi reproducida desde las mismas cintas magnéticas del demonio, pudiéndose percibir a medida que transcurría el show cada nota, cada golpe de bombo y de caja.

«The Shit ov God» junto a «Lvciferaeon», fueron los únicos temas que interpretaron de su última placa, excelente elección considerando que los polacos tienen a su haber una docena de LPs y un buen puñado de material repartido a lo largo de treinta y seis condenados y malditos años.

La interpretación de «Demigod» desató el infierno, a punta de armónicos más afilados que la cuchilla del diablo, riffs emergiendo desde colinas atestadas de huesos y gritos inhumanos que venían precedidos por ángeles negros del abismo, un combo bestial de sensaciones que escenificaron a la perfección la apertura de los círculos infernales a este mundo.

No faltaron canciones de la etapa más blacker de los Behemoth, como «Cursed Angel of Doom», black metal crudo y rabioso de baja producción, interpretado con fuerzas sobrehumanas, y canciones más en la línea de Gotemburgo, como con líneas melódicas aplanadas por la voz raspada y gutural de Nergal, con galopes rápidos y quiebres con guitarras dibujando líneas altas y veloces «Chant For Eschaton 2000»

EL CIERRE: UNA CONCLUSIÓN

Al final de la jornada, la misa negra se había consumado con una potencia abrumadora: Diabolvs dejó claro que Chile tiene todavía mucho que ofrecer a la escena extrema; Nidhogg, pese a su crudeza, se ganó el respeto por su teatralidad y energía; Deicide arrasó con una descarga de clásicos que quemaron el escenario; y Behemoth cerró con majestuosidad, como heraldos definitivos de la blasfemia. El infierno abrió sus puertas por unas horas en Santiago, y quienes asistieron serán testigos eternos de este aquelarre metálico.

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