Un multiverso llamado Bob Dylan
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Un multiverso llamado Bob Dylan

Un multiverso llamado Bob Dylan

lunes 11 de septiembre, 2023

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Escrito por: Equipo SO

Por Francisco Quevedo.

El octogenario cantautor, considerado una de las piedras angulares de la cultura popular de la segunda mitad del siglo XX, sigue activo ya sea editando discos o escribiendo libros. Con más de 60 años de carrera a cuestas, Bob Dylan es un mito viviente que parece incombustible.

Pocos personajes pueden atribuirse el hecho de ser parte de la cultura popular desde siempre. Existen personajes que, tras años de carrera, algún hecho puntual o quién sabe qué diablos, logran arraigarse en la cultura popular. No es el caso de Robert Allen Zimmerman. ¿Quién? Perdón: no es el caso de Bob Dylan. Bob Dylan, el huraño y arisco artista que goza de una fructífera y vigente carrera que supera los 60 años de extensión (va camino a los 83 años de vida), puede ser todo o puede ser nada. Puede ser cualquier persona o puede bien ser un don nadie. Un NN. Un extranjero en su propio país. Un residente en tierras desconocidas. Bob Dylan puede ser todos al mismo tiempo.

Ganador del Premio Nobel de Literatura en 2016 por “por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”, decir que Dylan es un referente es un calificativo coñete y que a simple vista queda corto. No importa el mutismo y recelo que existe acerca de su reservada vida privada, Bob Dylan representa mucho más. No sólo para sus seguidores, sino para la cultura, superando con creces las miles de facetas que podría representar su figura: la de un simple cantante folk, un cantante de protesta, un cantante eléctrico, un declamador, un poeta, un escritor e incluso un pintor. Todo eso, y más, es Bob Dylan.

De Duluth a Nueva York

Robert Allen Zimmerman, Robert Dylan, Bob Dylan nació el 24 de mayo de 1941 en Duluth, condado de St. Louis, estado de Minnesota, Estados Unidos, en el seno de una familia judía y unida, rasgos que ayudaron a formar el carácter del pequeño Bobby. Su acercamiento con la música se produjo en los tiempos en que estudiaba en el colegio, característica que lo distinguió entre sus pares.

No obstante lo cual, como diría el bueno de Pappo, hay un hecho que marcó para siempre el camino de Zimmerman. En 1961, el joven viajó a Nueva York, ciudad bullante que nunca le ha hecho el quite al ajetreo. Su primer objetivo era conocer a Woody Guthrie, su máximo referente. Ahí, además, Bob Dylan (ya había comenzado a usar este seudónimo) se estableció en el barrio Greenwich Village y comenzó a empaparse del circuito y los músicos que estaban en la movida de esos años en dicha ciudad. Tras algunas colaboraciones en grabaciones de otros artistas (Harry Belafonte por ejemplo) y sin mucho preámbulo, en 1962 Dylan lanzó su álbum debut, titulado “Bob Dylan”. A estas alturas, ya había cambiado, de forma oficial, su nombre por el de Bob Dylan.

Su segundo LP,“The Freewheelin’ Bob Dylan”, fue el trabajo con el que empezó a construir esa imagen de músico de protesta, etiqueta que le achacaron los críticos debido al contenido de sus letras. Estas tenían, en efecto, una gran carga social y política, críticas de los acontecimientos que sucedían por aquellos años, en los convulsionados 60s. Su status a nivel de popularidad y crítica creció como la espuma, situándolo a la cabeza entre los cantantes de su generación. Este mote no es un mote cualquiera o al boleo, Dylan fue de los primeros cantautores que “cargó” con este “peso”.

Para el año 1965, Dylan ya era considerado una estrella más allá del folk. Todo esto se ratificó y requete re contra se reconfirmó con el lanzamiento del disco “Bringing It All Back Home” (1965), dando un salto en su carrera. Aquí parecieron sus primeras canciones eléctricas. Sin embargo, este cambio no fue bien recibido por todos. Como suele suceder, los hechos, los giros, las pérdidas o las búsquedas, dejan viudos. Para algunos, el que Dylan apareciera con guitarra eléctrica fue un desliz casi imperdonable. Y se lo hicieron saber. Poco le importó a Dylan puesto que sus trabajos venideros siguieron una línea que combinaban lo eléctrico con lo acústico. En ese momento, dos álbumes -“Highway 61 Revisited” (1965) y “Blonde on Blonde” (1966)- no hicieron más que acrecentar su figura y relevancia. No está demás decir que el megahit “Like a Rolling Stone” (que estaba en el disco “Highway 61…”) es, hasta hoy, una de sus himnos más reconocidos y es considerada una de las mejores canciones de todos los tiempos, variando en su ubicación dependiendo del ranking. Sin escarbar mucho, en el ranking de la revista Rolling Stone fue ubicada en el número 1.

Todo este huracán en torno a  Bob Dylan fue aprovechado por él mismo para generar morbo sobre su propia persona. Los misterios, la poca información y manera casi invisible de moverse por el mundo, no hicieron más que acrecentar el mito alrededor suyo. En el libro “Yeah!, Yeah! Yeah! La historia del pop moderno” escrito por Bob Stanley, el autor entrega un acertado análisis del fenómeno Dylan. Solo basta con citar que, con tal de descubrir algo sobre la vida del músico, la gente llegaba hasta el extremo de revisar el basurero afuera de su casa con el objetivo de encontrar “pistas” que permitieran saber detalles de la vida del ídolo, como acertadamente describe Stanley. Es que Dylan era capaz de generar eso en las personas.

Ese mismo misterio envolvió un extraño accidente en moto que tuvo en 1966, incidente que lo alejó dos años de la escena pública, dejando de girar y lanzar discos, pero no de componer nuevas canciones. Para muchos, según se reseña en diversos sitios de Internet, este hecho cambió a Bob Dylan puesto que nunca más, según afirman, fue el mismo que hasta antes del accidente. Vinieron nuevos discos y nuevas incursiones que exploraron nuevos parajes sonoros. Con “Nashville Skyline” (1969) conquistó una nueva cota en su carrera, cargada al folk y aliñado con un dueto junto a Johnny Cash. En 1970 editaría uno de sus mejores trabajos –“New Morning”– y se comenzaría a delinear una faceta nueva de Dylan: el Dylan adulto, el Dylan reposado. Su imagen ya no era la misma que a principios de los 60s, ahora, de verdad, se veía más “adulto”. Fue la puerta de entrada a dicha etapa, si se quisiera definir de alguna manera.

Después de una seguidilla de álbumes con variados resultados y recepción por parte de la crítica, con “Blood on the Tracks” del año 1975, Dylan retomó el “camino perdido” como lo describieron los críticos de la época. Ese mismo año lanzó “Hurricane”, canción de casi 9 minutos que compuso para enarbolar la bandera en defensa del boxeador Rubin «Hurricane» Carter. La canción se convirtió en un hit y pasó a engrosar el ya extenso listado de éxitos del músico. Durante la década de los ochenta, la carrera de Dylan transitó por la vereda de los vaivenes, con discos que tuvieron grandes peaks y otros que pasaron sin pena ni gloria.

Mito viviente

Si hay un año relevante en esta década para Bob Dylan, ese fue 1988. Fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll, previa inducción de Bruce Springsteen, uno de los tantos que cargaron con el mote de ser el “nuevo Bob Dylan”. Si bien la influencia de Dylan en la música de Springsteen es notoria, a este último nunca le agradó que lo intentaran etiquetar como el nuevo Dylan. Dylan, en cambio, quería que apareciera un nuevo cantante al que tacharan con esa “cruz” para “quitarse un peso de encima”, como señala Stanley en “Yeah!, Yeah! Yeah! La historia del pop moderno” (no está demás decir que es un libro altamente recomendable, completo, bien escrito, ágil y fácil de leer). El año 1988 fue también el año en que se lanzó el álbum de la banda Traveling Wilburys, integrada por George Harrison, Jeff Lyne, Tom Petty, Roy Orbison y Dylan. Un Dream Team de primer nivel. El año 1988 Dylan comenzó la, a estas alturas y con un océano que pasó bajo el puente, Never Ending Tour, gira con la que ha rodado desde entonces por todo el mundo. Pasó por Chile en dos oportunidades: en 1998 se presentó en el Teatro Monumental (ahora Caupolicán) y en el 2012 tocó en el Movistar Arena, la que pareciese que fue su última visita a estos terruños. Es relevante recordar, o puntualizar, que Dylan es uno de los pocos músicos vigentes que se permite tantas licencias sobre el escenario. Es de los pocos que puede improvisar y alterar sus propias canciones hasta el punto de la deformación, dotándolas de una nueva estructura, como si estuviese poseídas por un demonio. Esto sólo Dylan se atreve a hacerlo con tamaña determinación y su audiencia se lo tolera. Si usted tiene la opción de asistir a un show de Dylan no espere “Blowin in the wind” con guitarra de palo y armónica al cuello. Esa versión tan pura quedó en otra década; quedó atrapada en otro Dylan (podría ser en el de protesta, en este caso).

Los noventa mostraron facetas de Dylan que se diversificaron en busca de nuevos sonidos, pero sin resultados positivos. Este camino fue torcido en 1997 cuando editó el disco “Time Out of Mind”, trabajo que le devolvió los aplausos. Este álbum fue el comienzo de una trilogía exitosa que se completó con los discos “Love and Theft” (2001) y “Modern Times” (2006), LP que debe estar entre los más aclamados de la última etapa de la carrera de Dylan. A pesar de la pandemia, Dylan lanzó dos álbumes en los últimos tres años, recogiendo criticas alagadoras. No es poco para alguien que ya superó los 80 años. Por si fuera poco, Dylan ha publicado libros y ha realizado exposiciones con sus cuadros.

Precisamente, en sus libros  Bob Dylan da cuenta de sus pensamientos y divagaciones sobre el mundo, la filosofía, el ser humano, la sociedad, etc. En su más reciente libro bautizado “Filosofía de la canción moderna” (2022), Dylan expone su particular visión sobre el mundo actual y, era qué no, sobre la música del presente. Dylan es un fanático de la música y es un activo consumidor de esta. «Ahora todo va demasiado lleno; nos lo dan todo masticado. Las canciones tratan solo de una cosa específica, no hay matices, sombra, misterio. Quizá por eso la música ya no sea un ámbito en el que la gente proyecta sus sueños; los sueños se asfixian en entornos tan enrarecidos» (El Mundo, 2023). No se quedó ahí: «Y no se trata solo de las canciones: las películas, los programas de televisión, hasta la ropa o la comida, todo se destina a cierto nicho de consumo y se mangonea en exceso. No hay un plato en el menú que no lleve media docena de epítetos, todos seleccionados para apelar a tu instinto sociopolítico-humanitario-esnob-sibarita de consumidor. Disfrute de su reducción de granja ecológica espolvoreada de cayena e infusionada con comino. Casi prefiero un bocata de beicon y queso, acabemos de una vez» (El Mundo, 2023).

También se mostró crítico con el rock and roll. “El rock and roll pasó de ser un ladrillo contra una ventana a ser statu quo: de los engominados con chupa de cuero que hacían discos de rockabilly a las hebillas de cinturón con el anagrama de Kiss que ven den en los centros comerciales. La música va relegándose a un segundo plano mientras los burócratas revalúan constantemente la ratio entre riesgo y recompensa del gusto popular” (El Mundo, 2023). Por último, entregó algunas reflexiones en torno a la sociedad actual. Una de ellas da poco espacio para la discusión puesto que es acertada y asertiva: «Hoy día, los ricos se visten de chándal y los indigentes tienen iPhones» (El Mundo, 2023).

Dylan en estado puro. Para los incrédulos que creyeron que Dylan murió en 1966 después de ese extraño accidente en moto, se les podría argumentar que estaban equivocados. Bob Dylan, el huraño, antisocial, díscolo, irónico, mordaz, agudo, crudo e irreverente sigue vivo sólo que en una versión encapsulada en un traje de un señor de 82 años. Porque Dylan puede ser todo o puede ser nada. Puede ser cualquier persona o puede bien ser un don nadie. Bob Dylan puede ser todos al mismo tiempo.

 

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