EXODUS Y SU BONDED BY BLOOD A 40 AÑOS: UNA LECCIÓN DE VIOLENCIA THRASHespera un momento...
miércoles 08 de octubre, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Pablo Rumel.
En el contexto de la venida de Exodus de mano de Chargola a Chile este 11 de octubre en el Teatro Cariola, donde se interpretará in extenso el Bonded by Blood, diseccionamos el disco para analizar su anatomía y la influencia que tuvo en la escena mundial.
El séptimo círculo del infierno está reservado para los violentos, y también para los que glorifican la violencia. Si no hubieran existido en esta línea de tiempo Megadeth, Slayer, Metallica o Anthrax, Exodus habría sido miembro seguro del Big Four. Fundados en 1979 por Kirk Hammett, desarrollaron muy tempranamente una veta sónica heredada de la NWOBHM, pero que también recogió otras manifestaciones como el punk rock.
Si escuchamos con atención su «Demo» de 1982, hay un cruce de influencias notorio entre los primeros Maiden, por ejecutar cambios veloces sobre la marcha sin abandonar líneas melódicas, y la ferocidad de Venom o Motörhead, con rítmicas que también bebían del punk de fines de los 70, con prevalencia de la sexta cuerda en la construcción de riffs y uso del tremolo picking para simular ráfagas de metralla.
Es un demo grabado con deficiencias técnicas notorias, y más parece la toma de un ensayo que un trabajo de ingeniería, pero ahí estarían los cimentos de lo que sería el trabajo más importante de los Exodus antes de su debut: hay cruces de guitarras gemelas, tenemos el fraseo rápido, y cambios de velocidad, pero faltaba algo: una batería que bombeara con más fuerza el corazón del monstruo.
LA DEFINICIÓN DEL SONIDO
Hammet ya no estaba, y solo habían quedado algunas estructuras y conceptos suyos en la banda. Gary Holt y compañía, dispuestos a seguir adelante, ya en el año 84 tenían finalizado el trabajo, un año en que ya estaban sobre la mesa el Kill ‘Em All de Metallica, el Show no Mercy de Slayer y el Fistful de Antrhax, lo que se traducía en:
Matarlos a todos en un show sin misericordia a puñetazo limpio…
El mensaje era directo, como una patada en el cráneo.
El nombre original del Bonded era «A Lesson in Violence», porque el mensaje estaba claro: se trataba de una época salvaje donde la vanguardia musical había desestimado la revolución de las flores y el preciosismo del progresivo; lo que tocaba era reinterpretar aquella década, de delincuencia desatada, de intervenciones militares y del peligro que revestía una escalada que terminaría con una Tercera Guerra Mundial y el apocalipsis nuclear.
El nombre de A Lesson fue desechado finalmente debido a que no fue posible desarrollar un concepto que graficara lo que quería transmitir la banda (metal, muerte y hermandad), por lo que se optó por «Bonded by Blood», la sangre, que remitía al dolor y al sufrimiento, pero también a la hermandad, algo que fuera como una hermandad metalera: de hecho cuenta la leyenda, que para sellar el futuro y destino de la banda, Holt, con Hammett y compañía -estando muy borrachos- se habrían tajeado las manos, y cual fraternidad india, se restregaron la hemoglobina como firma indeleble para el porvenir.
LO QUE NOS DEJÓ EXODUS
Es clara la influencia del punk rock en la percusión, en esa línea bruta de bandas como los Dead Kennedy, The Exploited y Discharge, pero también encima, como influencia directa, reconocido por el propio batero Tom Hunting, estaban los redobles rápidos y la alternancia bombo-caja de Dave Lombardo junto a la depuración técnica de Clive Burr de Maiden.
Las letras reflejan toda esa tensión de las tocatas y el frenesí que se desata entre el público: la canción «Bonded by Blood» con la que abre el disco, es una declaración violenta y exaltada del poder unificador del metal. A través de imágenes rituales, como cuchillas, sangre, magia negra y sacrificio, el tema convierte el concierto en una ceremonia donde los fanáticos se funden en una sola fuerza.
La “matanza en la primera fila” de la letra no es literal, sino una metáfora del frenesí colectivo, del éxtasis físico y espiritual que produce la música. La sangre compartida simboliza la hermandad que surge entre músicos y público: una comunión salvaje, sin codicia, nacida del metal mismo.
De esta música nace todo un repertorio de modalidades autodestructivas ejecutadas por el respetable, como el clásico mosh, el stagediving o lanzarse desde el escenario, o el wall of death, que es cuando el público se divide en dos multitudes para chocar violentamente entre sí, pero no hay que confundirse: esto es como la lucha libre, llueven patadas y combos pero no con la intención de derribar al otro, sino con la intención explícita de disfrutar de una violencia controlada que no mande a nadie al hospital de urgencia.
La técnica vocal de Paul Baloff (debut y despedida, pues luego se marcharía a Heathen y el 2002 de este mundo), es desgarrada, de tonos medios a altos, alargando la frase para acentuar la maldad de la letra, acercándose al puro grito pelado en temas como Exodus, y otras veces a vocalizaciones más teatrales y chillonas, con uso de falsete al estilo de King Diamond.
«And Then There Were None» es toda una lección de thrash de medio tiempo, con rítmicas entrecortadas y rápida sucesión de acordes seguido de líneas palmuteadas: sí, ya no estriba una novedad, pero en aquella época ayudó a definir el estilo, sobre todo cuando se trataba de tocar canciones de medios tiempos. «A Lesson in Violence» es todo lo contrario; enseña cómo abrir una canción a tope, a una sola guitarra para luego ir sumando batería y bajo entre cada giro y golpe, con pausas dramáticas antes de los solos, con rápida alternancia de ligados destructores y figuras fronterizas entre la melodía y la disonancia pura.
«Deliver Us to Evil» aboga por rítmicas más bailables, con uso de semigalopas y cambios dramáticos, algo así como ir subiendo a un cerro sobre un carro, para luego ser aventado hacia abajo a un agujero lleno de llamas y terminar flotando en una cama de clavos. Pero sin abusar de metáforas rimbombantes, hay elementos que se adelantan al crossover, y también hay algunos elementos prog que usarían bandas americanas de heavy metal, como Jag Panzer (fronteriza al speed), los incombustibles Riot (ojo y oreja con el Thundersteel) o los primitivos Fates Warning.
«Strikes of the Beast» es otra lección de cómo se debe terminar un disco thrashero: nada de baladas afeminadas ni de rock and roll descafeinado: si empezamos hablando de rituales y golpizas, hay que terminar mandándole un combo en el hocico a la bestia, con riffs espiralados y prolongado uso de power chords en medio de una batería y un bajo que no dan tregua, sumado a una vocalización aguda y mortífera, con unos coros gritados a todo pulmón para darle más malicia a la cosa.
El legado de Bonded by Blood es el de una bomba atómica de seis cuerdas detonada en la cara de la complacencia musical. Su sonido, todavía radiactivo cuarenta años después, marcó el inicio de una estética de la devastación: un paisaje posnuclear donde los riffs son metralla, los coros una turba enloquecida y la batería un tanque que avanza sin detenerse ante nada.
Exodus enseñó que el thrash era más que velocidad, era además una forma de canalizar la violencia latente de un mundo que se desmoronaba a golpes de Ronalds Reagans, guerras frías y ciudades que olían a pólvora y desesperanza. Su lección de violencia fue también una lección de disciplina: afinar las guitarras como si fueran armas, dejar que la rabia tuviera ritmo, y que la sangre corriera al compás.
Para entender el género, o atreverse a componer dentro de él, hay que sentir esa tensión entre el caos y el control, entre la furia y la precisión quirúrgica. Y eso no lo digo yo, lo dice Bonded by Blood, ese perro rabioso y malcriado que sigue ladrando y blasfemando, en un mundo que cada vez se acerca más a su final.
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