EXODUS PROTAGONIZÓ EL CONCIERTO MÁS PODEROSO DEL AÑO
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EXODUS PROTAGONIZÓ EL CONCIERTO MÁS PODEROSO DEL AÑO

EXODUS PROTAGONIZÓ EL CONCIERTO MÁS PODEROSO DEL AÑO

domingo 12 de octubre, 2025

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Escrito por: Equipo SO

Por Pablo Rumel.
Fotos Octavio Mendoza.

La noche del 11 de octubre en el Teatro Cariola fue inolvidable ¿qué digo? Estuvo para sacarla completa de cuajo del calendario e incrustarla en un hormigón revestido de acero: hubo riffs más arrastrados que cadenas de esqueletos, trallazos oxidados de guitarra, solos ultraacelerados, un mosh pit que se tragó a toda la cancha, cornetes y patadas por doquier, y una clase en vivo y en directo de tres bandas que demostraron que el metal sigue más vivo que nunca.

Y, redobles de tambores, fue la noche en que Exodus interpretó por primera, y acaso por última vez en Chile, su Bonded by Blood de cabo a rabo ¿Qué pasó? ¿Cómo sonaron? ¿Valió la pena? Sigue leyendo, que para eso estamos en Sonidos Ocultos.

EL ARRANQUE NACIONAL: LOS CUERNOS DEL CACHÚO

Eran las 7:30 p.m. en punto, cuando ante unas 300 almas, los Infernal Thorn -oriundos de Valparaíso-, abrieron los fuegos con su death metal técnico atronador, escuadrón fundado en 2003 por Andrés Arancibia, y reformado en 2023 con él mismo a la cabeza, junto a viejos cracks provenientes de otros batallones de castigo, como King Heavy, Possesdeath o Thornafire.

Con un currículum así, no se esperaba menos, y los cabros no se anduvieron con chicas. Con material recién salido de los hornos infernales, los Infernal Thorns atacaron de inmediato con composiciones brutales, con solos afilados y más peligrosos que mono con cuchilla, teniendo al centro un maquinón en los tarros, Paolo Fernández, un cogotero de las baquetas y terror de las cajas y los toms, que sufrieron con cada embestida.

Vapulearon los cimentos del Cariola y ocurrió algo que no se suele dar entre las bandas que telonean, y es poner al respetable a moshear, el cual suele guardarse para el plato final. En media hora exacta interpretaron una selección de sus tres largas duración, discos llenos de saña, con un death metal muy propio, que fusiona elementos del thrash con el sonido de Gotemburgo. Rodrigo Serrano se mandó unos solos bien “cuchilla” usando incluso una botella de cerveza como aderezo en sus punteos.

Pasamos el dato: el Christus Venari, una blasfemia que incluye cruz invertida, última placa de los Infernal, será presentado el 25 de octubre en Valparaíso en el Espacio Barcelona, y desde acá damos garantía absoluta de la calidad de sus directos.

TERROR SOCIETY: LAS CICATRICES DE LA HUMANIDAD

A pocos minutos para las 20:30, en una oscuridad absoluta, sonaron los primeros compases del Réquiem Dies Irae, de Giusseppe Verdi, coros desesperados ad portas del juicio final, amartillados por la instrumental «World Collide», un arranque con un solo endiablado y rematada con ese sonido seco y cortante del thrash, a saltos y a golpes, con nuevos solos y más velocidad.

La puesta en escena fue sobria, con un buen juego de luces frenéticos y que, como aderezo, ayudó bastante que la banda colocara dos pequeños lienzos a cada costado para mostrarnos el arte de su nuevo disco: es posible por pocas lucas crear una escenografía efectiva y llamativa, sin necesidad de meter pantallas leds o tecnología del año tres mil.

«Ashes of the Cosmos» fue el primer gancho a la cabeza del respetable: un temazo aniquilador en la senda de los Destruction o los Sodom, con algunos silencios dramáticos y descargas de metal en estado puro. La técnica del bajista Miguel Cuevas, reciente incorporación, impresionó a todos, pues prescindió de la púa y aporreó su hacha de batalla solo con sus dedos, algo inusual en el thrash y en general en los estilos donde la velocidad es una obligación.

La voz del fundador y guitarra Alex Neuman sonó rasposa y aguda, aún así en la mezcla sonó algo descalibrada, perdiéndose entre los murallones filosos de las guitarras, pero aquello se compensó con la energía derrochada en el escenario; sabiendo que solo contaban con treinta minutos, los muchachos se aplicaron en cada canción, y una tras hora volvieron a desatar el caos entre el público: se reportaron peleas entre los asistentes, sin heridos de gravedad, porque al final sabemos que esta hermandad metalera expresa su cariño a combos en el hocico y patadas en el culo, es el espíritu del thrash: primitivo y refinado a la vez, acelerado, pero sabiendo que las pausas y los silencios cuentan.

GARY HOLT Y COMPAÑÍA UNIDOS POR LA SANGRE

¿Cómo describir la emoción de ver a una banda pionera en el metal extremo? 21:30, las luces se apagaron y entre el misterio y el nerviosismo, oímos un largo diálogo en la penumbra y luego el ruido de los aviones cayendo. En esa misma oscuridad apareció de pronto el tío Tom Hunting, parado arriba de la batería, como un semidiós cayendo desde el Olimpo y luego en primerísimo primer plano al otro tío, Rob Dukes, con su enorme figura extendiendo sus brazos horizontalmente y luego los primeros acordes de Bonded by blood, y entremedio una bengala iluminando a la cancha, donde no cabía ni un alfiler, y luego el pit mosh desatado como una vorágine al centro del caos, con una marea de patadas y combos que arrastraba a los bangers de un lado a otro, mientras Dukes espetaba los versos del Bonded y era coreada por esa masa humana thrashera y compacta, dispuesta a lo que fuera con tal de rozar por unos segundos a la historia del metal, que de cuerpo presente cobraba vida en formato maremágnum.

Todo esto que describí pasó en tres minutos, y ni siquiera hubo pausas entre temas: la cabalgata asesina siguió con «Exodus», y una nueva reacción hizo crujir el piso del Cariola, una masa aplastante de bangers iba y venía, con un par de guardias que debían estar aguja con los llevados en andas, quienes eran arrojados contra los gráficos o caían sobre el mismo público y probablemente eran absorbidos por alguna fuerza desconocida anterior a la existencia de la misma humanidad.

Gary Holt se paseaba por el escenario como Pedro por su casa, atronando con velocidad suprema la de seis cuerdas: los graves y agudos se desdibujaron en algún momento, dándole más espacio a la percusión y a la voz, que sonó límpida y furiosa. Pero no estábamos ahí para tomar una copa de champagne para oír thrash en HIFI, el thrash no nació en un salón de belleza ni en un club de señoritos, fue forjado a pura sangre, a baja definición, con instrumentos oxidados y con bangers gringos de extracción proletaria o descendientes de inmigrantes, y esa rabia contenida se transmitió en cada temazo.

El problema de interpretar el Bonded en vivo es que no es un disco de medias tintas, es una caída en picada al abismo, y cada canción suma un peldaño más de brutalidad, nada de baladitas romanticonas ni canciones de medio o bajos tiempos: es más, si el planeta Tierra explotara el día de mañana y quedara en el universo flotando un pedazo del Bonded en el espacio, basta con rescatar esas pistas para reconstruir completo al género thrashero: están las secciones cromáticas rápidas, los solos disonantes y agudos, los coros celebratorios, el bajo sonando cañonísimo entre cada acorde, y las baterías, benditas baterías del infierno, acelerando las marchas con los platillos desatados y marcando los tuca-tuca al ritmo del punk rock

Y hablando de punk, se vio en el público a varias avanzadas de punk rockeros, ataviados con tachones y moicanos, apocalípticos como personajes de Mad Max, furiosos como los antiguos thrashers vueltos una vez más desde los galpones abandonados, aportaron con más energía la furia desatada, bailando y hardcoreando con dos nuevos trallazos, «A Lesson in Violence» y «Metal Command», una más arriba de la otra en cuánto a furia.

Unas líneas de bajo que apenas se oyeron por el júbilo y frenesí del público, indicaron que nos saldríamos un raro del Bonded, interpretándose dos clásicos ya del siglo XXI, «Deathemphetamine» y «Blacklist», canciones más cavernarias que un mastodonte pisándole los cráneos a sus enemigos, tributarias de ese thrash mejor producido y con mejor sonido, que supo mantener esas distorsiones secas y las velocidades características.

Rob Dukes estaba como poseído: quería ver correr sangre, y micrófono en mano hacía el gesto con el dedo derecho de la espiral, que en buen chileno quería decir “¡sáquense la CTM giles qls!”, gesto que fue retribuido con creces: nuevas descargas de patadas y combos, para regresar a la recta final, con tres nuevas pistas más del emblemático disco, y otro temazo de la era dorada comandada por el querido Steve Souza, «Brain Dead».

Para el final quedó el tema más animal y demencial de los Exodus: «Strike of the Beast», esa canción que habla de la vida misma, no esa de la comodidad y de los logros, sino de aquellos momentos en que quedamos atrapados entre la espada y la pared y hay dos opciones: correr o pelear, porque la vida es una bestia, la vida despedaza y puede ser más cruel que el monstruo asesino que nos persigue soltando bufidos y mostrando las garras, y aunque la criatura nos agarre del cogote y esté lista para aniquilarnos, el metal te enseña que frente a las amenazas inevitables y paralizantes (tus «bestias»), la única elección que define tu espíritu es la de resistir y luchar, aunque el resultado sea el de morir.

LO QUE EXODUS NOS ENSEÑÓ

Lo que se vivió esa noche en el Teatro Cariola fue una barricada bestial entre riff y riff: acero, sangre y vidrios rotos, donde tres generaciones de metal chileno y mundial se fundieron en una sola llamarada. Infernal Thorn abrió las puertas del infierno con precisión quirúrgica y olor a sangre fresca; Terror Society mostró que el thrash no envejece, solo acumula cicatrices; y Exodus, los arquitectos de la furia, demostraron que el Bonded by Blood fue forjado en la llama viva del metal.

El Cariola tembló como si los cimientos de San Francisco se partieran en dos. Lo que se respiró allí fue una verdad inapelable: el metal no muere porque no puede morir. Es una fuerza que se renueva cada vez que alguien levanta el puño, cada vez que un riff abre la tierra y un grito se transforma en himno. Exodus pescó del cogote a la nostalgia y se la comió en vivo: el mensaje final quedó grabado a fuego en las pupilas de todos los que sobrevivieron al pit: la vida es una bestia, y el metal te enseña a pelear con ella hasta el último aliento.

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