The Metal Fest Chile 2024: Entre la variedad y la actitud.
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The Metal Fest Chile 2024: Entre la variedad y la actitud.

The Metal Fest Chile 2024: Entre la variedad y la actitud.

martes 23 de abril, 2024

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Escrito por: Equipo SO

Por Claudio Miranda.

Fotos por Rodrigo Damiani @SonidosOcultos

Tras el retorno de The Metal Fest el año pasado, luego de un silencio de casi una década, había que apuntar a lo grande. Si la edición anterior fue un desfile de las bandas más importantes en todas sus divisiones de estilo, ahora se apeló a la variedad. O, mejor dicho, al riesgo. No se entienda como un rasgo negativo, sino desde el punto de vista de quienes sabemos lo que significa el metal más allá de la etiqueta o el cliché. Tiene que ver con la diferencia, lo impensado, la variedad de colores dentro de un mismo espectro de rebeldía y talento. El abrir otros caminos hacia lo ignoto, lo que hace 20 o 30 años fuera una manera impensada de hacer las cosas, hoy se imponga como escuela. Para bien o para mal, pues así como hoy hay muchos elementos que conforman una fórmula a la segura, también lo hay en cuanto a lo que es meterse al bolsillo la convención de la industria y el status quo en todas sus formas.

Las cosas como son: el metal, sobretodo en sus corrientes más extremas, goza de una popularidad relativa en Chile. No despierta el mismo hype que Lollalapooza, Knotfest y otros festivales que abarrotan un estadio o un parque completo, y el Movistar Arena a 3/4 de su capacidad (siendo generosos) grafica lo innegable. Pero nada de eso a quien vive y muere por esta música debería afectarle, sino más bien definir la esencia de un estilo musical que, simplemente, no busca agradar a nadie, salvo a quienes lo abrazan tanto asistiendo a conciertos como adquiriendo material (discos en formato físico, poleras), para no dejarlo más. Por ende, se justifica cuando al momento de analizar un evento de tamaña importancia la objetividad se marea. Porque en una fiesta donde los stand de merchandising y tatuajes/barbería juegan un papel determinante como las sesiones de firmas de autógrafos, la experiencia no te la saca nadie. De la misma forma en que los puestos de comida y cervezas completan el aire de camaradería en un fin de semana que rememora las primeras dos ediciones. Volver una década atrás, con algunos de sus protagonistas de esa vez generando un deja-vu en los mayores, y un impacto emocional para quienes tienen su primera vez en estos días.

DÍA 1: En la variedad está el gusto.

Empecemos primero por el heavy metal de nuestros Battlerage. Sin duda la banda que marcó la ruta del amanecer de los 2000, cuando «Steel Supremacy» (2004) apareció en los estantes como una señal para los amantes del estilo en su fase más pura y épica. No sólo le dieron el «vamos!» al festival, sino que se plantaron de una con su puño de heavy metal gigante y una metralla de himnos de batalla que se impusieron hasta al corte de energía que por un par de minutos nos tuvo en vilo. Y es que con un frontman de la talla de Fox-Lin, se agradece tamaña descarga de poder con puño en alto. Battlerage tropezó por dicho imprevisto, pero jamás cayó porque su hacha de heavy metal, después de 20 años, sigue intacta e igual de furiosa.

Un recreo de media hora, con el reloj en toda su precisión para que a las 14 horas los alemanes de In Extremo nos presentaran su fusión de metal y folk europeo, siempre con ese temple rockero que se echa al bolsillo tanto a su minoría incondicional como a los curiosos. El primer acto internacional de la jornada, y la unión de gaitas y guitarras que triunfa sin apelación en cortes como «Troja», «Vollmond» y «Störberker», impone sus términos y condiciones con la categoría que les valió la atención de todo el orbe en el promedio de los ’90s. Imposible omitir el atractivo de «Esta Noche» en el público sudamericano, un himno por derecho propio que en nuestro país al menos tiene eso que lo hace especial, como un regalo desde tierras germanas hacia los fans del sur de mundo. Comienzo auspicioso de una maratón musical repleta de vértigo y calidad.

El death metal blasfemo de Necrodemon, se basta por sus méritos cuando se trata de cuestionar lo sagrado para la humanidad. Dijimos cuestionar porque es la palabra correcta, pero lo que generan los ariqueños a nivel local, es una muestra de amor hacia un género musical que combina la bestialidad implacable del death metal con el concepto anticristiano en plena declaración de principios. No se puede entender de otra forma a Necrodemon, si cuando gritan desde la tripa «QUE MUERA EL PERRO JESÚS!!», lo hacen vomitando lo abominable. Como tiene que ser.

El retorno de los legendarios Exodus al Movistar Arena (2012, se acuerdan de la edición inaugural?), tuvo todos los ingredientes para darle a The Metal Fest un rótulo de imperdible en todos sus horarios. Y los californianos empiezan el bombardeo con el binomio «Bonded By Blood» y «And Then There Were None». Casi nada, con la primera desatando la hecatombe esperable en estos casos, y la segunda ganando mediante esos coros literalmente hechos para echar abajo el recinto que sea. Tras la paliza con «Fabulous Disaster», viene una selección de su material más reciente, donde la intensidad en cancha disminuye, pero nos permite apreciar el estado de gracia y confianza en una banda cuyos integrantes promedian los 60 años. Cuarenta y cinco minutos de rabia y nihilismo que superan los límites del thrash y nos dejan satisfechos cuando se trata de liberar energía. A lo más, el broche con la bailable «Toxic Waltz» pudo ser más aplastante. Algo faltó ahí para cerrar en lo alto, pero con más de cuatro décadas en la mochila, hay que tomarlo como una muestra más de la sangre thrash que nos une en torno a un solo propósito.

De vuelta al Hell Stage, la clase de historia que nos da Vastator es asignatura obligatoria. Y sí, es una cátedra por lo que significa su aporte al metal chileno desde fionales de los ’80s. La época de los demos, los cuales tienen su presencia asegurada en un repertorio donde resaltan «Las Joyas del Cura», «Inconsciencia Asesina» y «En las Frías Paredes del Nicho». Rob Díaz debe ser una de las voces y figuras más emblemáticas en nuestro medio, llevando la influencia de Rob Halford y Geoff Tate a su propia estampa artística. Hubo que lidiar en algunos momentos con un sonido regular, pero de todas maneras se agradece a Vastator por recordarnos los valores de una era (no tan) lejana en la historia del metal en Chile.

Las sensaciones respecto a Sepultura son encontradas. La partida con «Refuse/Resist» y «Territory» provocaron un terremoto, el que genera el poder de los clásicos y las buenas canciones. Con un repertorio acotado en tiempo y cantidad, los brasileños echaron abajo el recinto ubicado en el Parque O’Higgins y aprovecharon el tiempo como si cada segundo en el escenario valiera la vida. Sus fans de toda la vida, sea en cancha o platea, dan la vida por la banda más importante de Sudamérica, es cosa de ver la recepción que generan «Kairós» y «Means to an End», ambas muestras de un catálogo reciente rico en frescura. ¿Cuál es el problema? Que pese al aluvión que genera «Arise» o el maremoto humano en «Roots Bloody Roots», pareciera que su gira de 40 años se depreció en cuanto a importancia; merecía un lugar como headliner. De todas formas, y tal como nos lo promete Andreas, esto es solo un aperitivo para lo que será su retorno el próximo año. Nos dieron su palabra, ojalá la espera no sea tan larga.

Desde la IX Región, Derrumbando Defensas dice ‘presente!’ en The Metal Fest como exponentes de la música extrema.como grito de protesta. Su ropaje de hardcore y death metal es el que eligieron Maritza, Mónica, Carolina y Coty, todas unidas durante más de una década en un mismo propósito, al cual adhieren quienes caen de rodillas de inmediato ante la ira profesada por sus creadoras. Y las mencionamos a las cuatro porque «Industria Asesina», «No me Representas» y «Esclavitud Moderna» no funcionarían en vivo si no proyectaran dicha unión como grupo. Hay cosas que no se explican tanto por la calidad musical, sino por las ganas de patearle la cara a la corrección política. Y así debiera ser siempre cuando hay una rabia genuina.

El metal progresivo tuvo su exponente en los suecos de Soen. Con la pura empezada de «Sincere» y el himno «Martyrs», nos queda claro que el tiempo y el trabajo duro le dieron la razón a Martin López cuando decidió emprender su propio proyecto. Y su esperado retorno a Chile, un año después de coronar la edición inaugural de CL.Prog en el Caupolicán), se puede leer tanto como una sorpresa para una mayoría como un voto de comunión obligatorio para sus fans chilenos.

Explayémonos un poco en lo que provoca Soen, porque su objetivo apela a la evocación y la construcción de atmósferas introspectivas, todo potenciado con el encanto de las buenas canciones y un espectáculo sobrio en pirotecnia pero intenso en entrega. Llamativo es el fenómeno que genera con su estilo marcado por la huella de Katatonia (en su fase más reciente), pero con una puesta en escena mucho más dinámica, como lo refleja Joel Ekelöf y sus movimientos tan seductores como su voz. Lars Åhlund en teclados, es un aporte gigante y silencioso a la vez, como el del eterno Richard Wright en Pink Floyd. Hay que guardar distancias con el lugar común, como tampoco podemos pasar por alto lo que ocurre en «Modesty», «Violence» y «Antagonist». Por cierto, notable que su repertorio se enfoque en sus últimas tres placas, porque si hay algo que define el trance de Soen, es su mirada en el momento con ruta hacia su propio futuro.

No se puede entender el death metal en Chile sin Sadism. Probablemente la banda definitiva de las que surgieron en su tiempo, hoy portando el estandarte del género con la propiedad de toda institución. Con el sempiterno Ricardo Roberts al frente, había tiempo y espacio suficiente para descargar una selección con lo más granado y contundente de su catálogo. «Faces of Terror», «Exsanguination» y la clásica «Perdition of Souls», ahí tenemos algunas muestras de una propuesta arraigada en el viejo cuño, de cuando el death metal surgió como un impulso por arrasar con todo y vomitar el odio contra toda autoridad, literalmente. Un número d alto octanaje y, cómo no, una cátedra de metal crudo e inflexible desde la tripa. Tocar death metal es una cosa, retratar el horror humano en la música más podrida y castigadora es otra y mucho mejor.

La cuota de power metal, a la usanza europea de la década del ’90, se la debemos a Gamma Ray. Es cierto, son de la casa y Kai Hansen es EL pionero de la movida del power metal melódico en Alemania y Europa desde sus tiempos con Helloween. Pero basta con que la intro «Welcome» y la patada inicial de «Land of the Free» para que los alemanes justifiquen nuevamente su condición de local en estos parajes. «Last Before the Storm» y «Rebellion in Dreamland» le dan al espectáculo un carácter de viaje en el tiempo hacia los tiempos dorados de un estilo que construía su propio imaginario de metal y Sci-Fi fuera de todas las tendencias ajenas de ayer y hoy.

La adición del cantante Frank Beck, quien lleva 9 años a bordo, le da a Gamma Ray la disposición suficiente para abarcar tanto el distintivo único de la banda como la etapa más primaria, mucho más cercana al heavy alemán de esos años. es así como «Master of Confusion» y «Dethrone Tyranny» obvian la distancia temporal que los separa en favor de una identidad inexpugnable, así como «Heaven Can Wait», «Somewhere Out in Space» y «Send Me a Sign» rememoran el shock heavy-metalero de una época crucial en el desarrollo del género. A destacar el carisma de Kai Hansen en escena, un tipo que se da el tiempo de interactuar con el público, al mismo tiempo que su labor con Kasperi Heikkinen en las guitarras es de antología. La emergencia sufrida por Henjo Richter hace unos meses motivó el cambio para el periplo sudamericano, y funcionó como si fueran colegas de años. Eso es Gamma Ray, eso es el power metal, lo que se vive y suda como un principio de escape y fantasía.

El escenario local trae de vuelta a nuestros Dogma, quienes mejoraron el silencio durante el atardecer de los ’90s. No podemos ser objetivos cuando tienes una obra maestra como «Improve the Silence» (1997), de los pocos discos debut con designación de clásico inmediato. Con los fundadores Gabriel Almazán (guitarra y voz) y Sebastián «Chupete» Rojas (baterista chileno radicado en Suecia) al frente, el ejercicio de nostalgia es necesario y natural a la vez. Una a una salen a rugir «Diesel», «Mr Waste», «Improve the Silence», «Instinto Asesino», y una que les valió inscribir su nombre en la cultura pop chilena, «Vampiro», precisamente por su aparición en la banda sonora de la recordada película de terror chilena «Sangre Eterna». Potentes, bien aceitados, aunque hubo que batallar con algunos problemas en cuanto al sonido, a ratos muy saturado. De todas maneras, siempre será necesaria la dosis de groove en el engranaje del sistema imperante.

¿Qué decir de Killswitch Engage? Primero que nada, el sentido de variedad en The Metal Fest tiene sentido con la presencia de una institución del metal más moderno. Exponentes absolutos del sonido metalcore durante el actual milenio, con un catálogo arrollador igual que su espectáculo en vivo. Y tan importante como lo anterior, es la manera en que su alineación histórica se mantiene igual de lubricada, lo que explica el fenómeno que provoca de manera transversal. «My Curse», «This Fire», «Strength of the Mind» y «The End of Heartache», todas rememorando la rabia juvenil de toda una generación que vio en los de Westfield una voz representativa. Eran los 2000 y a pesar de toda el agua que ha corrido en el río, y las visitas anteriores a nuestro país, verlos echar fuego en un escenario grande es un deleite.

«The Signal Fire» y «Unleashed» fueron las únicas embajadoras de «Atonement» (2019), su producción más reciente. Aún así, Jesse Leach y los suyos tienen algo que les permite mantenerse en forma, con los bríos de la juventud canalizados en algo mucho más grande. es el sentimiento de un género que abre el camino a las siguientes generaciones, las mismas que transpiran el cover de «Holy Diver» (sí, el legendario Ronnie James Dio está más vivo que nunca) hacia el final como si se les fuera la vida. Es lo bonito de Killswitch Engage en vivo; lo que hacen por unir distintas generaciones en una misma atmósfera, y el aire que le da a una música que supera las fronteras de lo clásico.

En el cierre de la jornada inaugural para la armada chilena, la elección de Dorso era obvia y bienvenida siempre. Con un repertorio muy cargado a «El Espanto Surge de la Tumba» (1993) -por lejos, su álbum más importante, incluso fuera del metal-, el Hell Stage lleno fue testigo y partícipe de un ritual que te puedes saber de memoria, y, aún así, no para de sorprenderte. «Deadly Pajarraco», «Vampire of the Night», «El Espanto…», «Ultraputrefactus Criatura» y «Horrible Sacrifice» salen a rebanarle el cuello a todo el mundo. Poco que agregar a una presentación en que la jerarquía artística, el recurso musical y la metáfora como objetivo definen lo que es Dorso en vivo. Una experiencia, pero de esas macabras y dotadas de un humor negro…y muy chileno. No puede ser de otra forma, mucho menos cuando tenemos a nuestro ‘Pera’ Cuadra exponiendo sus credenciales como los próceres saben hacerlo.

El broche del primer día estuvo a cargo de Emperor. Una voz presentadora, una pletórica «Into the Infinity of Thoughts» en el arranque y lo demás que fluya. Pasaron casi 2 años desde aquel debut inolvidable en suelo chileno, y a pesar de que la experiencia en el Caupolicán fue más íntima y más compacta, el desempeño de los nórdicos en contexto de festival es demoledor.

Con los fundadores Ihsahn y Samoth al frente, Emperor juega a lo que sabe. Juega a la grandeza que los hizo resaltar en su generación y tanto en «Thus Spake the Nightspirit» como en «Ensorcelled by Khaos» se manifiesta el frío gélido de aquellas tierras donde el black metal se transformó en una forma distinta de ver el mundo. De la misma forma en que «In the Wordless Chamber» proyecta la faceta más vanguardista de una agrupación que culminó su discografía en un momento decisivo. Y es que la carrera de Emperor, a pesar de sus tantas reuniones y los más de 20 años de silencio discográfico, hoy se enfoca en sumergirnos en los misterios de un sonido abrasivo y purificador a la vez.

En contexto de festival, y es necesario remarcarlo, Ihsahn se muestra mucho más empático con el público chileno. Asume su papel de líder y frontman -tal como Steven Wilson en Porcupine Tree, con una Telecaster en mano como queriendo decirnos que el tipo está a otro nivel de músico. No es casual la referencia porque Emperor nació en un género determinado y llevó el asunto hacia lugares ignotos. «The Loss and Curse of Reverence» y «With Strength I Burn» tienen eso que se traduce en un efecto de devastación y limpieza en vivo. Lo cual se puede explicar no solo en el desempeño de las guitarras de Ihsahn y Samoth, o en la batería de Trym Torson, sino en los teclados de Jørgen Munkeby y el bajo de Secthdamon. Es ahí, tanto en sus ideólogos como en los acompañantes de viaje, donde radica la pulcritud sonora de una propuesta que en otros casos no va por ese camino. Pero el interés de Emperor por el estudio y el perfeccionamiento es lo que explica la efectividad de clásicos como «Curse You All Men!«, la inmortalidad de «I Am the Black Wizards» o la grandeza escalofriante de «Inno A Satana».

La dupleta final con «The Burning Shadows of Silence» y «Ye Entrancemperium» le dan el toque supremo a Emperor como una experiencia total. Y, de paso, nos da la razón a quienes sabemos de antemano que la variedad, la que define el gusto personal, puede transitar por caminos muy luminosos y otros de tiniebla absoluta. Como también asumimos que la jornada siguiente cambiaría ¿un poco? la cosa.

DÍA 2: Sígueme o muere!

El título para la segunda jornada tiene razón de ser, y no solamente por el acto estelar. De la diversidad de la jornada anterior, pasamos al protagonismo del thrash metal, la revolución metalera por excelencia desde la década del ’80. Tampoco se perdió el sentido de variedad del primer día, pero el peso de los nombres muchas veces dice más por sí solo.

Directo al Hell Stage, tenemos a Parasyche abriendo el domingo con su estilo de metal técnico y muy melódico. Al grano, iniciando el ataque con «Parálisis», afirmándose en «Mamba» y lo demás es ganancia. Cristian Suarez, quien había estado antes como bajista, se hace del liderazgo en escena dándole una nueva energía a la banda. Es lo más importante cuando se trata de abrir una jornada, y más con un espectáculo que obtiene su recepción en un público más joven y con ganas de mosh.

Dijimos que la cosa el domingo estaría más cargada al thrash metal y Forbidden es el acto elegido. Igual que en 2012, abriendo el cartel internacional, aunque esta vez es Norman Skinner quien sale como titular en vez del histórico Russ Anderson. Repertorio 100% vieja escuela, con «Forbidden Evil» (1988) marcando dominio y satisfaciendo a los fans más duros del thrash. Ahí tienes «March into Fire», «Through Eyes of Glass» y la megaclásica «Chalice of Blood», asomando también «Step by Step» y «Twisted Into Form». Preciso, triturador y con la centrífuga humana respondiendo a lo requerido.

El sábado lo hizo Dogma. El domingo le tocó a Total Mosh realizar el ejercicio de nostalgia que en la práctica se vuelve algo mucho más grande y fresco. Alineación original, incluyendo al baterista Rodrigo Sánchez. Moviéndose en el mismo hábitat temporal que Prong, White Zombie y Pantera, el cuarteto te brinda un espectáculo de experiencia sin olvidar la rabia que le dio a «Violencia Necesaria» (1997) un sitial de honor en la discografía de música extrema hecha en Chile.

No pasó un año para que Dark Tranquility volviera a presentarse delante de un público que los acoge de toda la vida. No pasó mucho tiempo para que «Encircled» y «Atoma» , ambos de su penúltimo álbum, se nos plantaran como himnos capitales para después llevarnos a los mejores momentos del sonido metal de Gotemburgo. Y es cierto, sabemos que hoy Dark Tranquility es mucho más que el nombre histórico de una escena de renombre, pero hay algo en su evolución de tres décadas que jamás se perdió y es la coherencia. Por ende, «Phantom Days» suena igual de potente que otras más laureadas como «Hours Passed in Exile», «Nothing to No One» o la más antigua «ThereIn». En todas hay una mística que congenia el buen gusto y la transgresión, como una forma y un estímulo interno. No sabemos si hablar del aporte de cada integrante, porque el oído que tiene Mikael Stanne para continuar su proyecto durante más de tres décadas lo dice en todas sus formas. Reiteramos, hay variedad aún, incluso dentro de lo áspero en su justa medida.

Desde Calama, el death-thrash de Dark God continúa la maratón local. La crítica es necesaria hacerla; muy al debe en cuanto a sonido, con un bajo muy arriba respecto a la guitarra. Viendo lo positivo, se destaca la trayectoria de una agrupación que bebió directamente de lo que venían haciendo Morbid Angel e Immolation en su época, como podemos apreciar en «Cremation of the Saint» y «The Forces of Evil», sólo un par de ejemplos en un repertorio corto en tiempo y nada de amigable, lo último como tiene que ser y verse el death metal sin aditivos.

Sabemos que Amorphis son de la casa y que el mito de la tierra legendaria de Karelia tiene muchos adherentes y fanáticos chilenos que llegaron a dicha épica por la música. Incluso tenemos claro que el lujo que nos ofrecen los fineses es enorme en todo aspecto, sobretodo en la música, por supuesto. Vienen promocionando «Halo», del cual «Northwards» y «The Moon» salen airosas y se ganan su lugar merecido en el repertorio. Pero en el marco de festival, también hay un par de regalos para los fans más antiguos, «Black Winter Day» y «My Kantele». Los ’90s hermanados con el resurgir de los 2000, no solamente en presencia, sino en lo que Amorphis provoca en vivo. No se nos ocurre cómo etiquetar a una banda que recrea en un escenario grande su propia mística, porque de eso se trata. Amorphis pone el tema distinto, el de las raíces culturales de su natal Finlandia, complementando el concepto con una riqueza sonora que no para de sorprender y encantarnos. Se hace poco hacia el final con «The Bee», lo cual esperemos que sea solamente un adelanto para una próxima visita en solitario.

Si el death metal chileno se mantuvo incólume en los 2000, hay que darle los créditos a Cerberus. Con Juan Pablo Baquedano y Claudio Astorga como integrantes históricos, da gusto lo que han logrado en 30 años de carrera. Sobretodo durante los 2000, cuando el lanzamiento de Ébola volvió locos a quienes buscaban en Chile el relevo de los ya veteranos Sadism y Torturer. De todo su catálogo relucen «Ébola», «Brutalized» e «Immortal Hate» de manera infencciosa, a veces como la mordida de una bestia que te saca trozos de piel y órganos. Eso es el death metal y Cerberus en The Metal fest es un hito por lo que significa para dicho género.

El retorno de Evan Seinfeld a Biohazard fue tan esperado que se justifica su condición de headliner. Una paliza, no hay otra forma de rotular lo que hicieron en el Movistar Arena, y con toda razón si tienes un repertorio totalmente inclinado a su trilogía clásica. En especial «Urban Discipline», un fundamental en cualquier discografía hardcore-punk, de la cual nos gusta destacar «Shades of Grey». No es solamente el desmadre en vivo, sino la forma en que Evan sale jugando con micrófono en mano después de una avería en su equipamiento de bajo. Ante la urgencia, y si cuentas con una pandilla que te respalda en todas. Una ola humana que sube y baja al ritmo de «Wrong Side of the Tracks», «Black and White and Red All Over», «Down for Life» y «Victory». Todos misilazos de hardcore puro. con alguna interrupción de parte de la propia banda. Y quienes escuchamos hablar a Evan en su español singular para pedirle al público bajar la vehemencia en el pit o saltar con más pelotas al ritmo de la música, sabemos que el tipo lo dice con la voz de su experiencia. Por ahpi el asomo a la primera vez en Chile, cuando tocaron con Bad Religion, de ahí el cover a «We´re Only Gonna Die» y su significado en Chile. O el impacto generacional de «Punishment», incluida la intro sacada de la película de culto «The Punisher», protagonizada por Dolph Lundgren. Quizpas a pocos les importará ese dato, pero Biohazard se volvió un clásico por las mismas razones que una generación vibra y salta con ellos, incluso si no eres muy fan del hardcore.

Si hay una banda que lleva años y décadas portando el estandarte del rock chileno desde el lugar del hombre común, ninguna lo hace como Alto Voltaje. Presentando «Manifiesto» como su producción salida del horno durante el segundo semestre del año pasado, el combo liderado por Víctor Escobar y Ery López no se guarda nada y dispara contra quienes nos tienen sumidos en la miseria del diario vivir. «Vidas Rotas», «El Juicio», con dedicatoria a los curas, «Mueres por ser Pobre», todas con un mensaje, una impronta de rock y calle desde la visión del obrero que se rompe la espalda por surgir y dejar una huella. En la misma senda tienes un clásico como «Adiós a la Fábrica», un corte autobiográfico (Victor la escribió inspirado en su padre) que el rockero de bar y pilsen en mano adopta como un relato que te puede pasar a ti o a un ser querido. No se puede ser objetivo con Alto Voltaje, porque lo que transmiten es como parte de nuestra cultura subterránea. Desde esta tribuna les damos las gracias por lo que le dan al rock chileno desde el lugar donde se escribe la historia.

Sabíamos que por causa de enfermedad de D.D. Verni, Overkill tendría en su lugar al icónico bajista Dave Ellefson, como reemplazo de emergencia. Lo que no esperábamos es el nivel de velocidad y salvajismo con que los neoyorkinos desplegarían todo su arsenal. «Scorched», «Bring Me the Night», «Electric Rattlesnake»… Dos cucharadas y a la papa, sin eufemismos. «Hello from the Gutter», el primer clásico y el Movistar Arena viniéndose abajo, con el mosh detonado en lo inmediato. Bobby «Blitz» Ellsworth, próximo a cumplir 65 años y la manera en que exprime su voz hasta niveles inhumanos, todo abrumador. Linsk y Tailer en guitarras, aplastantes y supremos como ellos mismos, mientras Ellefson se da el gustito con algún guiño a su ex-banda. Y como nadie lo veía venir (?), las tres o cuatro bengalas en «Elimination» resumen lo que despierta Overkill como reyes de las guitarras motosierras en New York. Cerrando con «Rotten to the Core» y la coreada «F*ck You», con el público levantando el dedo medio como en la portada del EP del mismo nombre, el vuelo relámpago de Overkill provocó daños y numerosas bajas, inclúyase zapatillas y otros artefactos volando en plena zona de desastre.

El death metal de Bonebreaker también tuvo la palabra, presentando «Bullet» y «Socially Deranged», ambas de su placa debut titulada «Hell’s Bullet». En la senda del Undercroft clásico, preservando los principios de un género que no tiene empacho en apuntar contra la clase política o lo que se parezca. La temperatura bajaba a esas horas, pero el escenario exterior atiborrado habla de lo que realmente importa y nos convoca. «El Mapuche no muere!!» vocifera Tito Melín con la autoridad propia de un referente a nivel local y, porqué no, sudamericano. Es la autoridad de Bonebreaker como estandartes de un estilo que dispara las balas del infierno hacia el verdadero enemigo.

Seamos honestos respecto a Within Temptation. Fue el acto sinfónico en una jornada cargada de sonidos extremos, mosh y velocidad. Y es probable que el gusto de sus fans conecte poco y nada que ver con el resto del cartel. Pero con la tirada inicial de «The Reckoning», «Faster» y «Bleed Out» es suficiente para que los neerlandeses levanten su propio reino de ensoñación y pérdida. Con su líder y fundadora Sharon den Adel a la cabeza, el metal sinfónico sale triunfante en todo aspecto y la jerarquía en el directo se superpone a cualquier discusión bizantina. «Raise Your Banner» califica como uno de los pasajes más altos, y no solo por lo brillante y musculosa que suena en vivo, sino por la bandera de Ucrania que porta Sharon, una extraordinaria cantante que no la piensa dos veces al momento de usar la música como voz de protesta ante ciertos conflictos globales. Emoción, solemnidad, un aire de grandilocuencia y ambición musical que en vivo rememora los tiempos en que el metal sinfónico llamaba la atención por escapar a la fragosidad habitual en el estilo. Y rematando con el valor agregado en instancias de festival: la entrega de sus fans por causa de lo que transmite esta música que funde la electricidad del metal con la sutileza melódica. Te gusta o no te gusta, pero Within Temptation no deja indiferente a nadie.

Le tocó a Dorso el sábado, también tenía que tocarle a Atomic Aggressor darle el cierre de oro a la liturgia del domingo en el escenario nacional. Sinónimo de death metal desde los tiempos en que el estilo era un impulso, cuando en USA el thrash metal ya estaba en su momento peak y había que llevar el asunto al siguiente nivel de odio y horror. Y eso es lo que nos da una banda compuesta por señores que respiraron aquel ecosistema que empezaba a cultivarse en el ya lejano 1989. Es importante el dato cuando tienes un tiempo relativamente corto, porque ahí se nota el nivel de experiencia y clase tanto en sonido como en ejecución. Cuando escuchas «Primordial Wisdom», «Beyond the Reality» o «Bleed in the Altar» en vivo, sea primera vez o incluso siendo seguidor de años, te das cuenta del orgullo que nos provoca tener en Chile una banda de tamaña importancia, donde la ira y los relatos de horror cósmico obtienen inspiración por toneladas, sin menguar ni transar un gramo de todo eso. Atomic Aggressor, tal como Sadism la noche anterior, proyecta en vivo lo peor de lo nuestro. No hay espacio para la curiosidad ni «la experiencia», y eso nos gusta.

De la casa. De una casa cada vez más loca, donde la enfermedad se esparce como el moshpit en cada visita de los neoyorkinos. Con «The Number of the Beast» de Iron Maiden dándole el pase a la música de «The Blues Brothers» en los parlantes. La alerta para quienes están dispuestos a dar la vida cuando la intro de «Among the Living» nos predispone a lo inevitable, a lo que venimos. No hay medias tintas para Anthrax, la banda más grande que le ha dado Nueva York al metal. Tan grande que no es necesario encasillarte para sumarte a la centrífuga humana, la misma que en «Caught in a Mosh» le da cara incluso a los embates de la naturaleza. Comienzo pero con todo, y alrededor de un sentimiento de catarsis y fiesta. Y mucha, mucha locura.

Cuatro décadas, en plena forma como para que tras un sutil guiño a Judas Priest, «Madhouse» transforme el recinto en lo que tiene que ser siempre el metal, al menos para quienes nos gusta el speed-thrash en su forma primaria. Los riffs serrucho de Scott Ian, la voz de Joey Belladonna sobrellevando el desgaste con clase de veterano de mil batallas, Charlie Benante haciendo su tarea en la batería con precisión de relojería e intensidad de maquinaria. El bueno de Jon Donais, silencioso y de bajo perfil respecto a sus colegas más renombrados, pero su desempeño en los leads es para meterle fichas como uno más de la familia. Y a falta de Frank Bello, el retorno de Dan Lilker como reemplazo momentáneo le da ese sabor especial que el propio Scott Ian aprovecha para preguntarle a los fans si les gusta el thrash metal. Así es presentada «Metal Thrashing Mad», extraída del debut «Fistful of Metal» (1984), el único álbum con Lilker en su alineación. Momento significativo, un viaje hacia las raíces heavy-speed y los tiempos en que el thrash metal no era una etiqueta ni se hablaba de aquello como pasa hoy, sino una forma de desafiar y escupirle en la cara a las normas de toda autoridad. El paso adelante que después de 40 años congrega minorías dispuestas a dejar la sangre y el sudor en el circle-pit.

En un set totalmente vieja escuela, da gusto que «Keep it in the Family» tenga su lugar preferencial. Al menos para los fans del Anthrax clásico es un lujo. Un corte bien oscuro, al igual que su álbum madre «Persistence of Time» (1990). No es precisamente un pasaje de algarabía, pero tiene eso que le dio a Anthrax en 1990-91 una credibilidad como potencia en una época clave. De ahí volvemos al angular «Among the Living» (1987), cuando «Efilnikufesin (N.F.L.)» retoma las voces del público coreando el riff principal. «nice f*ckin’ life!!!», el homenaje gritado y con puño cerrado al desaparecido John Belushi, el mismo protagonista de «The Blues Brothers». Maravilloso, incluso a pesar de que en algunos pasajes hay problemas con el sonido, en especial con la guitarra de Scott Ian. Poco importa respecto a lo que significa Anthrax en la locura diaria.

«Antisocial», «I Am the Law» y «Medusa», puros misiles de metal infeccioso. Les queda chico el mote de «clásico» a todas, si el Movistar Arena completo se entrega al desastre y su banda sonora. En algún momento alguien supuso que bajaría la intensidad, pero el bajo de Lilker dando la partida a «Got the Time» termina por echar todo abajo. Y la imponente «A.I.R.» lo vuelve a levantar sólo para meternos a todos en su bruma de terror y demencia. Como una de esas tantas películas de terror clase B de los ’70s y ’80s, pero con la dosis de diversión propia de un concierto de Anthrax. Tuvimos el arsenal de Megadeth prendiendo fuego al mundo hace un par de semanas, lo de Anthrax va por invitar a todos a una fiesta donde quien permanece quieto y de brazos cruzados es porque está muerto. Así de simple.

El ‘grand finale’ con la enorme «Indians», un himno de la gente. Un canto de lucha, con el «war dance» sumando a metaleros y fans de todas la edades. Y con el desastre final culmina una nueva edición de The Metal Fest en Chile. Como tiene que ser, un día apelando a los gustos varios dentro de un lugar común. Y el día siguiente, marcado por las ganas de arrasar con todo y liberar todas las tensiones. «Sígueme o muere», como tiene que ser el metal. No en el sentido de seguir un dogma religioso, sino de lo que significa el metal para quienes nos gusta y para quienes lo ven desde afuera sin entenderlo. Así es la cosa, te gusta o no te gusta esta música, no hay intermedios. Y si escribimos esta nota es para quienes no solo les gusta, sino que buscan en un festival lo que la música nos da ya sea en el escenario o haciendo girar los vinilos en la tornamesa con una buena helada en mano. O en la polera de tu banda favorita. No sabemos si habrá una siguiente edición, o al menos habrá que esperar el anuncio oficial si llega a ser como esperamos. Pero la variedad y la actitud estuvieron ahí y es lo que importa.

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