Avatar en Chile: ¡Que arda el Apocalipsis!!!
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Avatar en Chile: ¡Que arda el Apocalipsis!!!

Avatar en Chile: ¡Que arda el Apocalipsis!!!

sábado 27 de abril, 2024

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Escrito por: Equipo SO

Por Claudio Miranda.

Fotos por Rodrigo Damiani @sonidosocultos .

Poco más de 20 años y casi una decena de discos. No sólo resume en datos la carrera de Avatar, sino que suma como estadística lo que hubo que esperar para que el debut en Sudamérica se concretara de una vez por todas. Su estilo ecléctico, el cual hermana la música extrema y los sonidos industriales-modernos en canciones con vocación de himno, se potencia con una teatralidad escalofriante. El impacto de Rammstein, lo grotesco de Marilyn Manson y la cochambre de Ministry, todo en un sello artístico que muchos anhelan obtener y pocos lo logran llevarlo a su propio circo de horror. Agreguémosle la obra de Beethoven, la cabalgata de Iron Maiden y, en algunos casos, el caos sistemático de Meshuggah. Y, bueno,la huella de New York Dolls, Alice Cooper y Kiss corona un propósito que logra ser creativo y trivial a la vez, grande y pequeño cuando hay que serlo, revolucionario e insistente. Todo eso sin dejarse intimidar por la opinión del resto, lo cual es primordial para que el combo fundado por el baterista John Alfredsson y el guitarrista Jonas «Kungen» Jarlsby se ganara a pulso propio el sitial de honor que relucen hoy.

El lanzamiento de Dance Devil Dance (2023), sin duda fue una sorpresa y, al mismo tiempo, una señal de confirmación y recuperación. «Hunter Gatherer» (2020), como muchos lanzamientos en plenos días de pandemia, sufrió los embates del COVID-19, entre éstos el final abrupto de la gira con Tallah en 2021 debido a que integrantes de dicho grupo contrajeron el virus. Días de alta turbulencia que hoy parecen lejanos por el estado de gracia y la intensidad que Avatar proyecta en el escenario, esta vez como dueños y generadores de un estilo de shock-rock de grueso calibre. Y el anuncio de Chile como el primer capítulo en la «desconocida» Sudamérica, era cosa de tiempo. Quizás impensado hace 15 años o un poco menos, pero en estos días, y con una cartelera quizás sobrepoblada cada semana, el anuncio oficial cayó como bomba entre sus seguidores locales.

Esta fecha histórica tenía que ser una fiesta de principio a fin, desde el momento en que al hacer la fila divisamos algunas caras pintadas con el maquillaje de Johannes. Muchas de esas caras también estaban preparadas para la apertura a cargo de We Are the Monster, una joven agrupación cuyo espectáculo y propuesta desembocan en el primer terremoto de la noche. Y no exageramos al afirmar que somos testigos y partícipes de un momento totalmente aparte, pues lo que se anunció de manera oficial como banda telonera, en la práctica es una erupción volcánica sin precedentes en estos parajes. Y es que «Born in the End», «One Last Song» y la homónima «We Are the Monster» detonan la locura en una fanaticada que echa fuego desde temprano.

Parece increíble que una banda con apenas tres años de carrera te ofrezca -y refriegue- un nivel de bestialidad y agresión como si llevaran décadas en la ruta. Pero la categoría de «Destructive World», el martillo castigador de «Fearless» y la grandeza de «Fire», todas en vivo son muestras de la brisa refrescante que le da We Are the Monster al metal. Todo potenciado con un desplante en escena arrollador, donde todos son parte de algo tan poderoso e innovador. La voz de Zero, a ratos se pierde en la metralla de sus colegas, pero lo compensa con una presencia aplastante y prácticamente se adueña del escenario con una soltura de veterano de mil batallas. Igual que Anaxor, la encargada de los teclados -importante elemento en el pantano moderno-industrial de WATM, quien se suma a la entrega en vivo como resumiendo el disfrute de tocar la música que les gusta y dejar hasta la última gota de sudor. Son 45 minutos clavados, aprovechados sobre el escenario como si les fuera la vida en ello. We Are The Monster es una revolución en su esencia.

La espera se extiende 45 minutos, los que terminan con el primer bombazo. «Dance Devil Dance» y el oleaje de personas saltando se vuelve la reacción natural a un debut esperado durante años en el sur del cielo. De un misilazo a otro, «The Eagle has Landed» disminuye los bpm, pero libera todo su peso y gusto melódico. Con qué facilidad Avatar se apropia del escenario y lo transforma en su propio circo de metal y humor negro, a la vez que su habilidad musical sale triunfante. Por otro lado, «Valley of Disease» transforma la euforia en una hoguera, como si Slipknot fuera pasado por el filtro de Avatar. Hay una identidad que los fans abrazan a punta de sudor y lágrimas en los coros. La cancha abriéndose para una centrífuga humana de nivel pantagruelesco, lo dice todo cuando se trata de dar la vida por una banda que hace lo mismo con la suya en el escenario.

Nos inclinamos ante la calidad de Johannes como frontman y maestro de ceremonias. Un tipo que sabe cómo llegar a su público sin necesidad de venderla. Si apela a nuestro lado animal en «Chimp Mosh Pit», es porque la locura es una opción natural. El moshpit como muestra de cariño entrañable, Johannes logrando el punto más alto de su registro vocal, la música hermanando belleza y extravagancia en su mismo espectro, las guitarras de Tim Öhrström y Kungen disfrazándose de las «gemelas» de Iron Maiden en «Paint Me Red»… Sí, hay espacio para la referencia y el lugar común, pero la lección que nos deja Avatar es la originalidad que traspasa al directo como un sello intransferible y único en su especie.

La naturaleza industrial que profesa Avatar en «Bloody Angel», resiste y gana en toda prueba. Una baja de intensidad que después aumenta como una explosión, al igual que la recepción por los fans a los coros. La música le pertenece tanto a sus creadores como a la gente, y eso se agradece desde el corazón. Igual que «Make It Rain» y el clímax melódico marcando la pauta junto a la fuerza de los riffs y una base rítmica que intercala brutalidad y groove. Como las buenas canciones, dejando prendidos a los fans que transformaron la cancha en una pista de baile.

El humor de Johannes queda de manifiesto en «Puppet Master», una canción de aire circense hasta lo demencial. El peak de la fiesta, con el tipo apareciendo en el palco derecho ante la sorpresa del público, primero inflando un globo y tirando bromas visuales en doble sentido. De pronto, saca una trompeta y el Cariola se vuelve un circo de rarezas en llamas. No se necesita nada más, salvo lo que tiene Avatar para llevar el concepto del espectáculo hasta formas que pocos pensarían en llevar a la práctica. Y lo otro, es que el manejo de Johannes con el público en «When the Snow Lies Red», nos habla de un personaje infravalorado, al frente de una banda inexplicablemente subvalorada.

Si querían metal extremo, sea death o black, «Do You Feel in Control?«tiene eso con que sale, literalmente, a romper cientos de cuellos. Un shock de voltaje que te deja marcando ocupado hasta el K.O. Y así también hay espacio para el duelo de guitarras, con Kungen y Tim Öhrström turnándose en sus solos, para que después Johannes reaparezca con globos de colores en mano. «Black Waltz», literalmente un vals de black-death metal de circo. Siniestro, perverso… y divertido. Muy divertido. Avatar lo pasa bien, Johannes lo disfruta como un psicótico, mientras John Alfredsson en la batería le da al doble pedal como un animal. Como lo que somos todos cuando la música despierta nuestros instintos más escondidos. Y también hay que darle el mérito a Henrik Sandelin, un bajista de bajo perfil en apariencia, pero que se integra a la vorágine cuando llega su momento.

El momento más íntimo y distinto lo vivimos en «Tower», con Johannes solo en el piano. La intensidad disminuye considerablemente, pero se compensa con una emoción enternecedora hasta las lágrimas. Qué rico cuando un artista nos comparte su propia introspección y nos hace parte de aquello, de su mundo creativo y su sensibilidad. A lo grande, lo que nos gusta de Avatar más allá de la apariencia. abarcando terrenos quizás insospechados en medio de su grandeza en vivo. Y el final de la pieza, con la gente cantando a capella… estremecedor en todos sus surcos.

Volvemos a la pista de baile con «The Dirt I’m Buried In» y hermanamos los estilos extremos con la épica celta en «Statue of a King». Una fiesta a la que todos están invitados, mientras Johannes corre y baila como un loco de remate. De ahí al binomio de «Colossus» y «Let It Burn», la segunda rememorando el impacto noventero de White Zombie al estilo de Avatar. No paran de hacerte trizas el cuello, al mismo tiempo que Johannes reluce su tono más operático sin descuidar su vertiente gutural. Es ahí donde nos brinda otro de sus discursos con dedicatoria a los fans, en especial a quienes saben que esta música va dirigida a otros igual de extravagantes y desadaptados en la vida. Y con sombrero de chupalla, aparece y resurge para presentar la panteresca «Smell LIke a Freakshow» -ni los problemas técnicos pueden mermar la bruma de insanidad de los suecos. Si la gente se sabe las letras de memoria de inicio a fin, es porque su categoría de clásico está merecida desde su concepción hasta la tendalada en vivo. Y con el final pletórico en «Hail the Apocalypse», coronamos la primera vez de una banda que continúa la senda del shock rock a la antigua, pero siempre con su paleta de colores a mano. La misma paleta que durante casi un cuarto de siglo le permitió a Avatar desarrollar un estilo personal, capaz de hacer arder el Apocalipsis en suelo chileno.

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