Discharge en Chile: Pesadilla hecha realidadespera un momento...
domingo 16 de junio, 2024
Escrito por: Equipo SO
Por Claudio Miranda.
Fotos Francisco Aguilar.
Partamos de que no se puede entender la música extrema sin Discharge, con el permiso de sus contemporáneos Venom y Amebix. De que tanto «Hear Nothing, See Nothing, Say Nothing» (1982) como los singles y EPs que le orbitaron en esos años, daban cuenta de un estilo que llevó la revolución punk del ’77 a un nivel de brutalidad execrable. No solamente le debemos a los de Stoke-on-Trent la creación de géneros como el D-Beat o el crust-punk, sino que fue posible gracias a su rabia intratable que el thrash metal y sus derivados surgieran como impulsos salidos directamente de la tripa. El movimiento UK ’82 no fue solamente una continuación de la escandalosa aparición de los Sex Pistols en la ribera del Támesis, sino una forma de ladrarle en la cara al status quo. En un tiempo de crisis social y política, y donde las ganas de mandar todo rasgo de corrección política-moral a la resta lo era todo. Es la banda sonora de un Londres sucio y nauseabundo, quizás no muy distinto a Chile en plena dictadura. Y tampoco muy diferente al entorno actual.
Tras una serie de intentos por traerlos a Chile, el anuncio de su debut largamente esperado supuso lo que se vendría la noche del sábado 15 de Junio en el Teatro Coliseo. No solo hablamos de un estandarte del hardcore punk británico que arrasó todo Reino Unido en 1982-83, sino de una agrupación de culto que unió mundos tan distintos en apariencia y muy similares en su propósito. Y en Chile, tanto para la generación que descubrió este aluvión de violencia sónica en el circuito más underground como para las siguientes que terminaron por formar un culto a la música más densa y mala leche, los ribetes históricos son entendibles. No es solamente la música en sí, sino lo que encarna desde hace más de cuatro décadas un nombre embajador de quienes no tienen nada y lo gritan todo. Y cuando hablamos de Discharge, al menos en Chile, las imágenes de aquel Chile oscuro y con la represión policial a la orden del día, cobran una fuerza que no entiende opiniones relativas sino que observa hechos.
Si bien fue lamentable la repentina cancelación de Midnight y Havok, los otros nombres del cartel en la actual gira sudamericana, esto debido a una negligente control policial en Perú, sería injusto quedarse a analizar y descuerar lo que terminó siendo una noche histórica. Porque a pesar de la urgencia, hay que destacar lo que hacen los veteranos de Actitud Contra Cultural, una agrupación que se viene rompiendo la espalda desde finales de los ’90s gracias a su propuesta arraigada en el hardcore más extremo. Como fans de Napalm Death, Terrorizer y Extreme Noise Terror, la patada inicial con «Distancia Social» te deja en claro que su propuesta apela a la contingencia y lo hacen sentir en vivo con la contundencia requerida cuando la velocidad y el contenido van de la mano. Incluso se hacen acompañar en la voz del buen Yury Salinas (Matahero, Corporatocracia), cuyo vozarrón y sello en escena se complementa con el chorro de hardcore desde el estómago que ACC dispara sin distinguir credo ni vereda política. De ahí la laceración que «Transcriminal» y «18 de Octubre» –«el sueño que nunca se cumplió», ¡nada más!- adquieren en un país marcado por la estupidez y la farra olímpica. Y de eso se trata.
Los misilazos que son «Derecho a la Rebelión», «Avatar» y «Crisis«, todos en el directo adquieren una recepción a lo mejor tímida por la cantidad de público presente a esas horas. Pero también nos permite apreciar el recorrido de una agrupación que no tiene ninguna intención aparte de escupirle en la cara al poder, del lado que sea. Y con toda razón es que su más reciente LP titulado «Derecho a la Rebelión» (2022), lo que ‘sugería’ en el estudio lo brama en vivo con la ferocidad propia de una música que no se aferra a nada ajeno a su integridad. Un gusto lo que hace ACC en vivo, dos cucharadas y a la papa. Y se agradece más como parte del soundtrack de un país cada vez más cerca del abismo.
En poco más de media hora, el Coliseo se transformó en una caldera, con una horda de personas entrando en modo avalancha, como celebrando un triunfo. Entre las chaquetas de cuero y los cortes mohicanos. Entre las camisetas de Motörhead y las chaquetas remachadas con poleras de Charged GBH y The Exploited. No hay distinción de tribus cuando la música sucia y amarga es lo que importa. Y con una intro de sonido pesado en modo ‘drone’, «The Blood Runs Red» termina por hacer arder y explotar todo, como un fósforo arrojado a la bencina. No es un mar de gente, sino un maremoto de personas hambrientas de violencia sónica, una celebración incontenible de inicio a fin. Capitaneados por el buen ‘Bones’ Roberts, y casi sin pausas, «Fight Back» descarga en su totalidad el hálito primitivo de Discharge, el del amanecer de los ’80s en un contexto marcado por el terror a la hecatombe. Y completando la primera tripleta de la noche, una aplastante» Hear Nothing, See Nothing, Say Nothing» cantada cpon puño en alto por un público que, a esas alturas, no se diferencia por gustos musicales sino por el desahogo hasta el sudor.
Sabemos que Cal Morris es un histórico y dejó su huella grabada a fuego, pero el despliegue de JJ como voz y frontman tiene todo eso que nos gusta de Discharge. Un sentido de integridad a la altura de su grito cavernícola, adjunto a la manera en que interactúa con la gente. Y es así como «The Nightmare Continues», «A Look at Tomorrow» y «Drunk With Power» caen como bombas hasta dejar la cancha del recinto como zona de desastre. No es Londres en 1982, sino Santiago en 2024, una postal histórica que resurge como un sentimiento a prueba de todo análisis rebuscado. Un bombardeo de violencia y honestidad que incluye cuerpos volando, fans desafiando a la seguridad en el escenario, y una maratón de ejercicios cardio con la «música de fondo» ideal para aquello. Nos cuesta medir el efecto devastador de Discharge con el estándar de los ‘clásicos’, porque a cuarenta años o más, ese solo trinomio de himnos parece resumir la estupidez de nuestra época y la de ayer.
«A Hell On Earth» y «Cries of Help» continúan el desastre, incluso lidiando por ahí con alguna falla técnica. Y nada de eso logra socavar, por ejemplo, el dominio instrumental de Bones, un fanático de Black Sabbath que le da voz propia a su sonido en la guitarra. Un ‘ruido molesto’ de marca registrada, secundado en la construcción de tamaña muralla de clavos por Tezz, quien fue el cantante original y baterista histórico en los inicios antes de tomar la guitarra hace una década. Y completando el núcleo histórico, la solidez de Rainy en el bajo es tan admirable como escalofriante. Ellos juntos durante más de cuarenta años, tocando música sin intención de agradarle al resto. Como ocurre en «Ain’t No Feeble Bastard» y la fundamental y celebrada a rabiar «Protest and Survive», sigue en pie la animadversión hacia el sistema imperante y hay que agradecerles por recordarnos lo qye hay más allá de un género musical.
Una tras otra y sin espacio a la clemencia, «Hyperload», «New World Order», «Corpse of Decadence» y «Hatebomb» nos ponen al tanto de lo que viene haciendo Discharge durante los 2000 en adelante. Entre medio, J.J. se da el tiempo de poner orden y pedir, a chuchada limpia, que se mantenga el respeto, y mucho más si en cancha hay alguien desmayado por la sofocación. A veces olvidamos que el hardcore-punk y similares no es solamente el mosh y el caos absoluto, sino disfrutar respetando al otro. Algo que en Chile al menos nos cuesta aprender, aunque nada raro tratándose de un país donde se perdió el respeto a partir de cierta fecha fatídica. Pero nunca está demás el reto sin sutilezas, porque lo que nos gusta de Discharge es que lo suyo va por decir las cosas como son y a la cara. Es lo que se celebra, lo que se transpira de manera transversal y a la vez, se dirige hacia unos pocos que abrazaron la génesis de la música extrema como un impulso para decir todo a riesgo de terminar sin nada.
La imagen del público apropiándose de «Never Again» y «State Violence State Control» como himnos de protesta y supervivencia en el apocalipsis, hay que verla en blanco y negro para quienes sabemos que acá no hay visiones intermedias ante la injusticia. No hay paleta de colores ni escala de grises que pueda medir lo que provoca la música más extrema y cochambrosa que haya concebido el ser humano. Por otro lado, y rematando el set regular, la batería de Proper dando una cátedra de D-Beat hasta la última gota de aguante en «Realities of War», es una muestra gráfica de lo que significa Discharge como institución a prueba de toda etiqueta. El mantener la velocidad constante hasta el final, completando junto a Rainy una base rítmica a la cual el thrash y el death metal le deben todo. Ni hablar del black metal nórdico.
Si la seguridad en el escenario se vio sobrepasada en varios pasajes, la bengala que voló hacia Proper pudo tener consecuencias graves. Por lejos, el único punto negativo en una jornada de celebración, por los mismos de siempre que demuestran «cariño» en la forma errónea. Curiosamente, «Accesories by Molotov» estaba ahí en el repertorio, como anillo al dedo, seguida de «War is Hell», otro proyectil de hardcore sucio y repleto de contenido en su justa medida. «You Deserve Me» también dice ‘presente’ como uno de esos himnos de la era moderna, sosteniendo la metralla implacable que Discharge dispara sin miramientos. Y ya que hablamos de destrucción total, «The Possibility of Life’s Destruction», literalmente, hace posible y real el final de toda vida existente y hasta por haber.
El broche de oro con una extendida «Decontrol», con Tezz y Proper luciendo capuchas como las de Midnight, no puede ser más épico e incendiario. En la magnitud de lo que evoca Discharge como un nombre no apto para turistas ni curiosos. Simplemente, te gusta o no te gusta. No es una banda para quienes buscan «vivir la experiencia», y eso es señal de diferencia en cualquier época. Como el lugar que habitamos; no es un mundo feliz ni hermoso, sino que refleja lo peor de nuestra condición humana. Y el efecto de catarsis y purificación que generan los ingleses en el directo, es coherente con el propósito y el discurso vociferados hasta romper la voz. Bengalas, prendas volando sobre el campo de batalla, y otros objetos disparados al aire. Sin duda, Discharge es una pesadilla hecha realidad para quienes se empeñan en defender lo determinado. Donde otros abogan por la corrección política, sólo una minoría apela a la protesta y la supervivencia en un mundo no muy distinto al infierno que nos espera como destino.
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