Sangría y Sporae Autem Yuggoth: Confrontación en el océano nocturnoespera un momento...
sábado 26 de abril, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Claudio Miranda
Fotos por Rodrigo Damiani @SonidosOcultos
Hasta hace dos décadas, el terreno del sludge metal – o «metal lodoso», así literal-, era tierra de nadie a nivel local. Los primeros lanzamientos de Electrozombies inauguraron una nueva era en el circuito underground, tomando lo que hacían Crowbar, Eyehategod o los -entonces- recién formados High On Fire para adaptarlo a su propia visión del género, siempre desde la tripa y abrazando los orígenes del rock pesado hasta la médula. En ese tiempo, allá por 2004, surgía otra agrupación, comandada por los hermanos Osvaldo «OSS» y Carlos Frías Salazar, cuyas influencias transitaban desde Celtic Frost, Sepultura y Melvins, hasta nombres ilustres del post-metal como Neurosis, Amenra y los míticos ISIS. Un demo, un split junto a Condenados y los recién nombrados Electrozombies, le dieron a Sangría el camino libre para llegar al estreno en grande con «Renaces de la Miseria» (2009). Una producción imponente por su descarga de peso sónico hacia un lugar (muy) abajo, despejando cualquier duda sobre la posibilidad de abarcar un género entonces relegado a las huestes del Hemisferio Norte. Bastaron cinco años para que «Renaces de la Miseria» (2014) confirmara la propuesta de Sangría como una de las más potentes y enormes tanto a nivel local como sudamericano. Y su tercer y más reciente lanzamiento, «Esclavo de la Ira» (2024), expuso la dirección del power-trío hacia el post-metal, siempre preservando el lodazal sónico que les ha valido un lugar de honor más que merecido.
Son 20 años de recorrido por terrenos espesos, lugares donde ponemos un pie asumiendo el riesgo que implica en todo aspecto. Y es que Sangría, a pesar del espacio temporal entre cada lanzamiento, ha sabido resguardar su integridad con la misma consistencia de su acto en vivo. Es en el directo donde el rock pesado, en su sentido literal, se encarga de traducir la miseria evocada en el estudio, en un aluvión de ruido y furia desde la tripa. Y un recinto del calibre de MiBar es ideal para sumergirnos en un sepulcro acústico, aquellas profundidades donde el sonido pesado se eleva con exaltación pantagruélica.
La apertura de la jornada va por cuenta de Sporae Autem Yuggoth, agrupación cultora de un death-doom que genera una atmósfera mortuoria en cada espacio. Sin la tecladista Johanna Sánchez -en plena labor con Born in Saturn y Aura de Ilusiones en otro punto de la capital-, la banda se planta con su postura ritualística, y basta que «Disintegration» y «The Pendulum of Necropath» dejen fluir el efecto deseado para formarnos la idea de a lo que va una banda cuyo nombre evoca el horror cósmico del legendario escritor y novelista H.P. Lovecraft. Un imaginario quizás demasiado común en el universo metalero, pero que pocas bandas logran evocar y traspasar tanto a la escritura como al espectáculo, en la misma frecuencia que nombres de culto como Winter, Disembowelment y los imperiales Autopsy.
La combinación entre destreza y teatralidad es lo que le da a Sporae Autem Yuggoth un distintivo de jerarquía. Por un lado, las guitarras de José Gallardo y Camilo Fabres se reparten el protagonismo sin descuidar la muralla sónica resultante. Al mismo tiempo, el desplante de Patricio Araya, quien en algún pasaje toma la ‘biblia negra’ como presidiendo un ritual de invocación a lo abominable, es un factor esencial para entender la idea de Sporae en sus dibujos de paisajes desolados y penumbras tanto en nuestro alrededor como las que envuelven la naturaleza humana. Lo que en «Through Dominion to Interlude» y «Cathedral of the Abuser» adquiere todo sentido, ambas complementándose con el material nuevo bajo la misma biósfera fúnebre e inhóspita que rememoran sus creadores.
Con todo dispuesto para esta conmemoración de dos décadas, «Hijos de Nada» le da el ‘vamos!’ a una presentación que no requiere de artificios ni entradas grandilocuentes para descargar todo el peso de la existencia humana. Es cosa de ir a lo suyo, a lo que provoca una banda que proyecta desde sus amplificadores un aluvión de ruido en toda su forma. Son dos décadas de un sludge doom que nos tira hacia el lugar de donde viene el metal: abajo, bien abajo. Esos sumideros donde «Reino del Hambre» y «Somnia», a pesar de las distancias temporales entre sí, te sofocan hasta quedar privado de toda señal de jovialidad. No se entiende la carga agobiante que proyecta Sangría sin la guitarra de Carlos Frías Salazar, un instrumentista que le dota a las seis cuerdas un toque de polución y sarro sin igual en el underground chileno. Al otro lado del escenario, el despliegue de Osvaldo con su voz podrida y el castigo implacable en las bajas frecuencias resume el ideal de una banda que detona la catarsis en base a la pesadumbre de un mundo condenado. Completa el cuadro el baterista Pablo Ravelo, quien hace de cada golpe en los tarros un impacto en plena quijada, suficiente para dejarte K.O. tanto a nivel físico como en lo emocional. Ideas que poco y nada tienen de metáfora cuando lo que generan en el directo traspasa cualquier análisis o conocimiento previo.
En un set conformado por «Ruinas del Hombre», «Ritualista», «Calvario» y «Pestilencia», denotamos un recorrido profundo a través de un catálogo intachable. ¿Cuántas bandas llevan el concepto «lo peor de lo peor» hacia el nivel de despotismo infrahumano que Sangría viene forjando durante dos décadas sin parar? Incluso el acople constante durante la jornada, donde en otras circunstancias es un intruso, acá forma parte de una identidad que se resiste a toda dominación y, al mismo tiempo, te hunde la cabeza en un pozo séptico de riffs contundentes. De la misma forma en que «Origen», «El Alma Gris» y «Demencial», más allá de sus rasgos individuales, se distribuyen bajo el mismo sentimiento de odio hacia el status quo. Es el primitivismo que Sangría profesa en el directo, incluso emulando el black metal lo-fi Darkthrone en los ’90s, un ejemplo insigne de cómo generar impresiones terroríficas con lo justo en recursos de producción y la nada en pirotecnia. Y Sangría traslada dicho principio hacia el derrumbe que su propuesta traduce desde la visión del fin de todo lo que conocemos.
Tras el final con «Ancestro» y «Cegados», es imposible abstraerse de lo que viene haciendo y desmoronando Sangría desde los 2000. Cuando nadie pensaba que el sonido de NOLA en los ’90 podría tener su réplica en el Sur del Mundo. Cuando muy pocos en estos parajes comprendían que el rock pesado debía abarcar mucho más que los grandes nombres mencionados en el libro de historia y, por ende, había todo un mundo debajo, de donde viene la música que avanza contra lo que dicta el sistema establecido. Si te gusta Sangría, es porque sabes que hay un subsuelo al cual te prestas a explorar sus profundidades sin opción de volver a la superficie. Y con un invitado de la talla de Sporae Autem Yuggoth, de pronto se arma una confrontación de almas grises en pleno océano nocturno. Las mismas almas pestilentes que deambulan en las ruinas de un mundo maldito. Y ya van 20 años, que podrían ser 20 años más mientras la podredumbre de nuestro alrededor lo amerite.
Este artículo ha sido visitado 136 veces, de las cuales 1 han sido hoy