Del caos al éxtasis: Nox Terror y Vilú reescriben el manual del metal extremo en Santiagoespera un momento...
viernes 20 de junio, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Pablo Rumel
Fotos Rodrigo Damiani @SonidosOcultos
La noche del viernes en el Mibar no fue una tocata más. Fue un descenso colectivo a los abismos del metal extremo, comandado por dos agrupaciones nacionales que no solo dominaron el escenario con autoridad, sino que dejaron claro que la escena chilena está en uno de sus momentos más creativos y feroces. Nox Terror y Vilú ofrecieron dos presentaciones distintas pero complementarias, con un despliegue de técnica, oscuridad y teatralidad que dejó al público entre la conmoción y la ovación.
NOX TERROR: SOMBRAS EN NUESTRAS MENTES
Eran las 21:50 cuando los telones del MIBAR se descorrieron, y cual acto de prestidigitación, emergieron cuatro sombras bañadas en tonos carmesíes, preparadas para apuñalarnos con murallones sónicos más fríos que la mirada de tu ex amada. Hubo sambenitos y uno que otro parroquiano desubicado que se persignó, pero ya era tarde, los primeros acordes de «Cursed Destination» atronaron en la sala; fuimos testigos de un sonido de factura blackmetalera gélida, como los clásicos Mayhem o los Ancient, con una estructura percusiva machacante y un fraseo lírico inhumano, obra y gracia de Chaos, el frontman de la banda.
Con harto fill y redobles, arrancó «Toxic Poem»: no pudimos ver el rostro del batero, pues llevaba una capucha que ocultaba sus rasgos (¿humanos?), y pudo haber terminado asfixiado sin darnos ni cuenta, no obstante, demostró alta pericia en el uso del doble bombo, creando las texturas dramáticas e hipnóticas que necesitan las capas guitarrísticas blackmetaleras con golpes de caja machacantes y cambios en las velocidades, provocando así ese hechizo hermético que solo los alquimistas sónicos de las artes ocultistas conocen: decadencia, horror y misterio, al unísono.
La voz cavernosa de Chaos nos espetó en la cara toda su poesía oscura y depresiva, «Shadows of your minds», una disonancia calma pero reventada desde el fondo por blast beats azotados sin misericordia por la base percusiva; a la izquierda del escenario en las cuatro cuerdas, cual señor de la maldad y vistiendo un riguroso abrigo largo, Ordog, rasgó su hacha de batalla, creando líneas profundas y aceradas que cimentaron con dureza la propuesta escénica.
Y anunciando la vitoreada «Light», Chaos recordó al público que esa luz que buscamos puede que no sea más que ilusión; y así, entre melodías que desgarraban la realidad, oímos la guitarra solista de L, repleta de escalas disonantes, notas en falso, y vibratos que simulaban gritos de auxilio y de dolor. Una canción más oscura y cruda, fue «Arcanissimum», puro black metal raw paralizante y congelante, con una atmósfera de campanadas siniestras que resonaron en criptas húmedas más antiguas que la maldad.
La imaginería oscura y teatral subió un peldaño más con «The Fog Of Resignated Souls» quedando en claro que no todos son aquelarres y demonios; también somos almas perdidas víctimas de la depresión y la locura, y de la consiguiente autoaniquilación. Como la carta de navegación de quien busca la expiación, viajamos a través de texturas arpegiadas y gélidas, con un juego de platillos y cambios en las rítmicas que escapaban de la monotonía hipnótica, clave en este estilo, pero no el único recurso: un solo endiablado de antología cerró los compases finales, machacados a puro golpe de caja.
«Bloods Mills» fue el tema final, un adelanto de lo que será su próximo disco, que dejó en claro desde el minuto uno que estábamos ante una banda en expansión, con dos álbumes sólidos, con un catálogo de canciones amplísimo (podrían haber duplicado el tiempo del show, sin problemas), y que no es necesario viajar hasta las mazmorras de algún castillo noruego para oír un black metal que tributa a los clásicos inmortales, abriéndose paso con una propuesta arrolladora.
VILÚ: POSESIÓN DIABÓLICA REPTANTE
Eran las 22:45 de la noche, cuando el telón una vez más se descorrió, y tras una breve intro nos llegaron las primeras líneas de «Victims of Life», un arranque calmo con una sucesión de notas repetitivas y un juego aceitado de platillos, obra y gracia de su batero Tralkan; todo aquello solo un anuncio de lo que se vendría, ráfagas palmuteadas y construcciones cromáticas y espiraladas.
Entre aceleraciones percusivas y ritmos tribales, la frontwoman Gabriela demostró desde el primer verso que no estaba ahí para jugarretas, íbamos a ser testigos de un despliegue sobrenatural y ancestral de fuerza, técnica y poder; Karina Ugarte, décadas al mando de las cuatros cuerdas, ejecutó unas líneas brutales que condujeron a los abismos insondables la base percusiva, el corazón que bombeó la sangre necesaria para este cuarteto santiaguino, que en ningún momento se desoxigenó.
Sin respiro, llegamos a «Vilu», pura pulsión contenida y rítmica, un puente excelente donde su vocalista Gabriela espetó unos guturales de resonancias primitivas con notas desgarradas y acentuaciones agudas; su estampa postapocalíptica con cinturones de bala, botas y látex gatubelesco eran el único outfit posible para esta sinfonía demencial de metrallazos; entre armónicos artificiales, patrones acelerados, galopes de hechura sueca y quiebres técnicos, la guitarrista Gricelius dejó en claro que la velada recién comenzaba.
Tras los correspondientes saludos, tuvimos el privilegio de oír en vivo material nuevo de la banda, «Distopia» y «Darkitechture». La performance de Gabriela fue superlativa, de su garganta emergieron gruñidos abisales, proyectados como volcán en plena erupción: sin reventar su diafragma, sostuvo cada frase con control absoluto, regalándonos una interpretación total que incluyó movimientos desgarrados del cuerpo, rostros de evidente posesión diabólica, e incluso gestos de puro éxtasis que dejaron aturdidos al respetable.
Con líneas de bajo retumbantes, arrancó «Black Fire», una inmersión auditiva de capas profundas y disonantes, que de un momento a otro se deshizo entre ritmos galopantes y entrecortados: Tralkan mostró un uso endiablado del doble bombo, proyectando la solidez que pidieron las frases rápidas ejecutadas por Gricelius, secciones de tremolo picking de pura vocación thrasher oscurecida.
Y saltamos de «Black Fire» a «Con Fuego», una propuesta enmarcada en una base death thrashera, con arranques de blast beats, secciones espiraladas que también tuvo resonancias blackmetaleras: Vilú, como bien sabemos, hace referencia a la serpiente en mapudungún, un ser que es reptante, sibilante y de significación ambivalente, pues se asocia con lo oscuro y demoniaco, pero también con la regeneración y la medicina; ya está ahí en la vara de Asclepio, símbolo máximo de la salud. Y esa imagen representa a la perfección a la banda.
El viaje final llegó con «Divide y Gobernarás», un tema directo, con patrones muy heavy metaleros a lo Judas Priest de Painkiller, y arranques y cambios que son pura vieja escuela de death metal sueco: In Flames, o los primeros Arch Enemy o Dark Tranquility, pero con una propuesta renovada, ultra bangereable y desbocada que no puede dejar indiferente a nadie. Como con Nox Terror, el público quedó con ganas de más, dejando en claro que en futuras presentaciones pueden amplificar cuánto quieran su catálogo: ahí estaremos, escuchándolos al pie del cañón.
Lo vivido en el Mibar fue una demostración de que Chile no tiene nada que envidiarle a las capitales históricas del metal extremo. Nox Terror afila su culto con cada show, y Vilú emerge como una de las propuestas más viscerales y profesionales de la escena. En cada riff, cada redoble y cada gutural contenido sin reventar el diafragma, quedó plasmado algo más profundo: la convicción de que el metal chileno no está imitando a nadie. Está forjando su propio legado, con sangre, con sombra, y con fuego.
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