Satyricon en Chile: Los cuervos de la nación bastardaespera un momento...
martes 12 de noviembre, 2024
Escrito por: Equipo SO
Por Claudio Miranda.
Fotos por Rodrigo Damiani @SonidosOcultos
Es complicado referirnos a Satyricon sin caer en los clichés propios de un género tan vilipendiado y llamativo como es el black metal. Partiendo porque los nórdicos, pertenecientes en sus primeros días a la oleada de bandas que sumió en la penumbra total a toda Escandinavia entre 1987 y 1994, se desmarcan de sus contemporáneos a partir de «Nemesis Divina» (1996), una placa angular que conecta lo primitivo del género con una orientación artística hacia la enormidad. «Volcano» (2002), «Now, Diabolical» (2006) y «The Age of Nero» (2008), durante los 2000 conformaron una trilogía que determinó la personalidad inclasificable y distintiva de Satyricon. Siempre de acuerdo a los intereses del compositor y multi-instrumentista Sigurd Wongraven, más conocido como Satyr, quien no tiene empachos en desafiar todas las convenciones existentes y por haber, incluyendo las del género que lo vio surgir en el albor de los ’90s. Por supuesto, secundado por Kjetil-Vidar Haraldstad, alias «Frost«, un baterista de capacidad extraordinaria y dueño de una pegada equivalente al golpe del trueno en plena tormenta.
Si bien podríamos hacer una crítica directa hacia el prolongado espacio entre lanzamientos, con «Deep Calleth Upon Deep» (2017) siendo su placa más reciente hasta la fecha, los nacidos en Oslo han sido inteligentes en ese aspecto. Tienen claro que en estos tiempos es fácil caer en la trampa de la relevancia, con el streaming y la producción genérica a la orden del día. Un detalle importante si hablamos de una agrupación que ha sabido valer su integridad como artistas y personas, además de la madurez que implica asumir lo imposible de superar el impacto de aquella tirada de discos maravillosos. Incluso si la placa mencionada en este párrafo no goza de la misma brillantez que algunos de sus antecesores más renombrados, hay algo que no requiere ser explicado con palabras para definir la frescura de Satyricon en su propuesta cada vez más atemporal. Por otro lado, y refiriéndonos a «Deep Calleth…», hay un apego al menos en Chile, el contexto de su visita anterior. La segunda venida, allá por 2018, tras un debut glorioso en suelo chileno en 2011. Y si bien su tercera venida no los tiene promocionando ningún lanzamiento reciente -descontando la pieza instrumental «Satyricon and Munch» (2022), una colaboración para una exhibición de arte en el Museo Munch de Oslo-, sabemos que a estas alturas hay un deber a cumplir para todo fan declarado, incluso fuera del black metal.
En un Club Chocolate repleto -el mismo lugar que acogió el debut en Chile hace ya 13 años, cuando el recinto tenía otro nombre-, quedó demostrado que Satyricon preserva su categoría intacta. Desde el arranque con «To Your Brethren in the Dark», un corte pesado que se encarga de sumergirnos lenta pero inevitablemente en su propia lobreguez. Un Satyr que ejerce como sacerdote y maestro de ceremonias, con un desplante propio de un veterano de mil batallas. Y de la forma en que todo arranca con lo más reciente, nos transportamos a los días del fundamental «Nemesis Divina» con toda la metralla y autoridad de «Forhekset», un repaso obligatorio hacia los momentos más fulgurantes de un género relegado a la profundidad del abismo. El trinomio que completan «Now, Diabolical» y «Black Crow on a Tombstone» es memorable, y no solamente por la entrega de su público, muchos en su mayoría llevando a Satyricon en la sangre y la vida misma durante décadas. Y es que Satyr y Frost, adjunto al equipo de músicos acompañantes en sus giras recientes, te dan una cátedra de música extrema desde una altura que muchos anhelan y pocos viven para lograrlo.. y contarlo.
El orden del setlist es un detalle esencial. El fabricar o construir una sintaxis luciferina en el transcurso de casi 2 horas de música extrema desde la tripa y canalizada por un sentido exquisito del gusto. No se explica de otra forma que «Our World, It Rumbles Tonight» y «Repined Bastard Nation» convivan en plena armonía con «Deep Calleth Upon Deep» y «Black Wings and Withering Gloom» en la misma nebulosa de odio que impulsa a Satyricon a desafiar toda regla, incluso aquellas que parecen inquebrantables ante los ojos de un Dios (no tan) todopoderoso. Todo lo descrito es el resultado de una banda cuya precisión técnica y habilidad instrumental sirven a un propósito tan grande como el que ofrece Satyricon a través de un espectáculo dividido en tres actos.
Precisamente el acto dos del show, atronador de inicio a fin, llega como un regalo para los fans del antiguo Satyricon. Porque si bien inicia con la ya nombrada «Black Wings…» destacando los mejores pasajes de un ciclo reciente, ver a Satyr con guitarra en mano en «Du Som Hater Gud» es una muestra de fidelidad hacia las raíces sin descuidar su sitial ganado a pulso. Y el pase quirúrgico a «Hvite Krists Dod», uno de los pasajes más vertiginosos de «The Shadowthrone» (1994), nos transporta a los días del black metal más primitivo, dotada de las virtudes adquiridas por una banda que no teme ni vacila ante nada. Aprovechamos esta instancia para destacar, de partida, las capacidades de Frost en la batería. No es solamente un tema de habilidad técnica, sino de fuerza y consistencia necesarias para que Satyricon imponga su autoridad sin contrapeso alguno. Mientras, las guitarras de Steinar Gundersen y Attila Vörös se complementan con precisión milimétrica, ambas construyendo la fortaleza sónica que le da la rúbrica de los nórdicos una superioridad revitalizante. Por eso es que Satyricon se jacta de un estatus bien ganado; hay un catálogo discográfico que se mantiene constantemente joven y rebosante de energía, lo que el público recibe como una exhalación de catarsis hasta el último pináculo del mundo.
Tras unas palabras de agradecimiento de Satyr a los fans chilenos, sobretodo a los seguidores desde los inicios, el acto tres arranca con «Commando». uno de esos pasajes en que se resume la firma de Satyricon como una película de horror cósmico donde ocurren miles de cosas en pocos minutos. Es lo que nos gusta de Satyricon, reiteramos, fuera del estilo que los vio nacer a comienzos de los ’90s. La potencia de los riffs, la construcción de un muro a prueba de cualquier prejuicio, el liderazgo de Satyr añl frente de una agrupación donde todos sus componentes saben qué hacer de inicio a fin. De inmediato, un misilazo como es «The Pentagram Burns» y su pulso constante, incluso en ese par de secciones lentas que exponen la naturaleza de Satyricon, mucho más profunda y rica en matices que lo que aparenta su ropaje blacker. Y como regalo proveniente del plano prohibido, una colosal «To the Mountains», con el teclado de Anders Hunstad coronando su trabajo en la generación de atmósferas y texturas junto al cuerpo de guitarras. Es cosa de apreciar lo que hace en ese registro supremo que es «Live at the Opera» (2015) para hacernos la idea de lo fundamental que es Hunstad en el despliegue en vivo de Satyricon. Y en el caso de «To the Mountains», nos abruma la manera en que la enormidad de la versión original, en vivo se transforma en una escalada hacia alturas ignotas para el resto del mundo. Una escalada que podría marear y provocar una caída al vacío a quienes no están preparados para tamaña descarga de poder y clase.
Da la impresión de que Satyricon se guardó lo mejor de su arsenal para el tercer acto. Ya sea por el alud de metal e ira que dispara «Fuel for Hatred» en el directo, o porque «Walk The Path Of Sorrow», la embajadora del seminal «Dark Medieval Times» (1993), nos transporta hacia los días formativos -y malditos- del black metal en el gélido norte de Europa. Y lo que habíamos dicho sobre la importancia del orden en el repertorio, tiene su efecto hacia el final con «Mother North», el corte estelar de «Nemesis Divina», y donde terminamos por caer de rodillas ante una bestia que abre sus fauces sonora para devorar nuestras almas condenadas. La gloria misma en la muerte y el horror, una forma de expresión artística que Satyricon domina con la maestría de lo prohibido. Y como broche de oro, la infaltable «K.I.N.G.» que termina por echar abajo todo.
Lo mejor del espectáculo que ofrece Satyricon en vivo, es que lo tiene todo para transformar un recinto para 800 personas en una arena para 15mil. Una centrífuga humana constante en la cancha, coros memorables para entonar con puño en alto… un repertorio que no apela al recurso de los ‘grandes éxitos’, sino que le da nuevos bríos a su discografía. Todo lo que hace grande a una banda, sin necesidad de limitarla a una etiqueta y trascendiendo incluso a quienes son ajenos al estilo. Lo sabemos, no quita que hablemos de una banda de culto o un gusto adquirido, por razones obvias. Pero poco de eso importa ante una propuesta genuina hasta la médula, con un acto en vivo que, a pesar de su transversalidad y sentido evolutivo, mantiene su plenitud respecto al black metal desde el impulso y no tanto desde el género musical.
Podríamos hablar distendido sobre la lamentable cancelación del festival CL.Rock, como también de la sobreoferta de eventos y conciertos en nuestro país durante estos días. Y con toda razón, si agregamos el costo de los tickets, muchos incluso sobrepasando la capacidad del bolsillo del chileno promedio. Pero de alguna forma, y tal como pasó el domingo en puntos como el teatro Cariola y la Blondie, ayer lunes quedó demostrado que se puede contra viento y marea. En este caso, la captura fotográfica de los cuervos de la nación bastarda posándose sobre la lápida de la humanidad, basta y sobra para escribir otro capítulo en el romance entre Chile y las huestes del infierno nórdico.
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