Mourners Lament – «A Grey Farewell» (2024)espera un momento...
martes 27 de agosto, 2024
Escrito por: Equipo SO
Por Claudio Miranda.
Para hablar con propiedad de Mourners Lament y el terreno que habita en su estilo, debemos recordar que el doom metal, primero que nada, va mucho más allá de un ritmo determinado. Tiene que ver con el impulso de la búsqueda, la exploración de emociones donde lo oscuro y lo humano se ven las caras en el mismo punto de encuentro. Si llevamos esta idea al desarrollo del género desde aquellos días en que la ferocidad del death metal se encuentra con tamaño manejo de progresiones y cadencias, podemos apreciar la infinidad de propuestas que basan el éxito en la convicción por tocar lento y transformar la cátedra musical en un encuentro emocional.
El camino que lleva transitando Mourners Lament, ha sido pedregoso, a un ritmo que pocos son capaces de aguantar hasta pasar al siguiente nivel de jerarquía. El EP «Unbroken Solemnity» (2008) y el larga duración debut «We All Be Given» (2017) se llevan por casi una década de diferencia, pero donde en su tiempo debió ser una desventaja, el contenido sonoro de ambas placas te habla de un proyecto que cocina su material a fuego lento. Por supuesto, fue necesario el movimiento de piezas en el equipo para dar el siguiente paso, esta vez en grande y denotando una ambición artística que los de Viña del Mar buscaban lograr con ahínco durante años, a pura sangre, sudor y (muchas) lágrimas. Con los antecedentes propios de la búsqueda de toda una vida en las profundidades de un mar con aguas poco amigables, «A Grey Farewell» llega a las estanterías como el fruto de años de estudio musical e introspección conceptual.
Cuando se trata de navegar en aguas poco accesibles a quienes se atreven a navegar rumbo a tierras ignotas, la atmósfera se convierte en un recurso de orientación más que válido. Y es que el arranque con «Towards Abandoment» nos sitúa de manera progresiva e inevitable en dichas profundidades, donde son pocos quienes se sumergen y vuelven a la superficie para contarlo con toda propiedad. De paso, la distancia de casi 7 años con el LP debut es imposible omitirla; donde antes era una carta de presentación que descansaba en los valores del doom y el death metal desde la necesidad, ahora hay una rúbrica que se jerarquiza en base a fuerza descomunal y buen gusto melódico. Las guitarras de Marcos Contreras y Matías Aguirre amplían la paleta de colores en un lienzo que, contra todo prejuicio, mantiene fresca su tonalidad brumosa. Seguida de «Changes», en una versión levemente mejorada de su original en el EP «Grieving at a Distance» (2022) y provista de un ropaje de arreglos de teclados y orquesta que empañan poco y nada el propósito del álbum. En realidad, esos detalles son los que optimizan el concepto a expresar en cada surco. Canciones de kilometraje justificado, con una estatura derechamente superior a sus lanzamientos anteriores. Por cierto, «Changes» supera los 13 minutos de duración y su enormidad te deja con escalofríos, por todo lo que ocurre en una cantidad de tiempo que pasa rápido como la vida mientras la observamos.
«Ocaso» tiene dos rasgos que la distinguen de sus hermanas. El primero es que se trata de la primera canción de Mourners Lament con letras en español. El otro tiene que ver con su duración, sus 7 minutos y 26 segundos la hacen la pieza más ¿corta? del álbum. Que dure lo que tiene que durar, lo que implique ver la luz antes de hundirnos en nuestro crepúsculo diario. Vamos de lleno al factor de las letras en español, porque es ahí donde podemos apreciar el extraordinario caudal de voz que Alfredo Pérez le aporta a Mourners Lament. Su riqueza de matices vocales le permite navegar en medio del oleaje armónico que el binomio de guitarras Aguirre-Contreras domina con maestría de veteranos. Nunca olvidar que, más allá de un género o subgénero determinado, Mourners Lament está conformado por músicos que se formaron escuchando metal a la antigua (Judas Priest, Iron Maiden, Mercyful Fate). Por eso es que las dos guitarras, en vez de hacer lo mismo como es la tendencia actual, crepitan armonías en favor de su propia matriz de expresión.
La evocación que proyecta «The Clear Distance» va de la mano con el peso de nuestra existencia. Nada de aquello se puede entender, por supuesto, sin el aporte de Rodrigo Figueroa en batería y Franco Ciaffaroni en el bajo, este último despachándose unas líneas de bajo, que en el lugar y momento indicado, toman el control gravitacional del álbum, incluso a la par de las guitarras. Mientras, Rodrigo Figueroa demuestra acá su experticia en los golpes con la fluidez suficiente para que Mourners Lament extienda su niebla de pena hasta los recovecos primaverales. Es en el corte 4 de «A Grey Farewell» donde saboreamos la pulpa, la carne de una producción que no escatima recursos de ningún tipo y el quinteto se muestra en toda su capacidad de ejecución e intensidad.
La huella de los primeros tres discos de My Dying Bride y los Anathema con Darren White, le da la razón a Mourners Lament cuando se trata de bañarse en un estilo y momento histórico determinados en la historia del metal extremo. Sus componentes se permiten visitar el lugar común para reforzar un lenguaje propio, agregando condimentos naturales como los teclados y sintetizadores de Eduardo Poblete y el cello -interpretado por Ramón Poveda-, instrumento que potencia la solemnidad sin quitar un ápice de crudeza. Por eso es que «In A White Room», adjunto a lo familiar que nos puede parecer de entrada, se levanta como la bestia de culpas que nos consume por dentro. Recalcamos la extensión de las composiciones, porque es ahí donde la la desnudez, lo que parece jugar en contra por la ausencia de rapidez y pirotecnia, acá se vuelve el momento perfecto para desenrollar su variedad de texturas y pasajes laberínticos, siempre moviéndose en un entorno tan denso como sombrío. Si el espesor vocal de Alfredo Pérez nos recuerda en varios instantes a Lee Dorrian -específicamente, Napalm Death en los tiempos de «Mentally Murdered» (1989)- es porque, como fan de la música extrema desde la tripa misma, decidió pulir sus capacidades vocales apelando a la raíz del estilo. Y el resultado nos muestra una voz de metal y derrumbe en plena forma, en el mismo sitial que referentes locales como Claudio Carrasco, Juan Escobar y el recordado Aldo Araya. Todos forjadores de un timbre arraigado en el espíritu del fanzine fotocopiado en blanco y negro, y el cassette-demo.
Pegada después de «In A White Room», el broche con «Mass Eulogy» es una oda al cataclismo personal por sí misma. Preserva el tono atmosférico del disco, pero brinda el espacio necesario para la variedad de ritmos en su justa dosis, para después disparar la última y volviendo a la niebla mortuoria de inicio, ahora con todas las voces instrumentales rodeando la implacable voz gutural en un clímax dramático que cierra dando el último aliento. Y es que así nos deja tras poco más de una hora de angustia y desolación sonoras, en el suelo y más abajo. Ahí de donde viene el metal, un lugar donde la condena y el tormento se vuelven nuestro destino post-mortem.
Es menester recalcar su soberbia -y espeluznante- producción visual, la portada a cargo del diseñador e ilustrador chileno Enzo Toledo (Poema Arcanus, Electrozombies, Bitterdusk, Invitado de Piedra). Simboliza el concepto detrás de un álbum concebido durante el desastre pandémico, no solamente en cuanto a la pérdida de vidas humanas, sino que alude, en gran parte, al final de aquellas relaciones humanas que se pudrieron en medio de la sin-razón desatada durante el encierro obligado. La muerte no solamente la relacionamos con la pérdida de un ser querido en el mundo terrenal, también está presente en diversas situaciones donde una amistad o un lazo familiar se marchita, con todo el dolor interno que conlleva de un lado u otro. De ahí la parca roja de sangre en pleno mar y bajo la luz de la luna, acarreando un bote con un cadáver envuelto; es la despedida hacia una vida anterior, un pasado que hoy navega a la deriva.
Mourners Lament da un paso categórico con su segundo LP. «A Grey Farewell» es la conformación de una huella dactilar que solo es comparable a la de ilustres como Poema Arcanus y los legendarios Mar de Grises. El doom, y esto es una constatación, se trata de adoptar la lentitud por convicción, el uso de la metáfora y la cadencia, y el ensamble de texturas con un desarrollo narrativo que nos encamina hacia el borde del abismo, sin ninguna posibilidad de redención en vida. Todo aquello con respaldo en un sonido literalmente pesado, sofocante para quienes no están habituados al metal lento y (muy) denso, pero liberador para quienes sabemos que hay algo más profundo y trascendente en el ocaso de la vida.
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