Sangría – Esclavo de la Ira (2024)
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Sangría – Esclavo de la Ira (2024)

Sangría – Esclavo de la Ira (2024)

miércoles 25 de septiembre, 2024

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Escrito por: Equipo SO

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Por Claudio Miranda

La ruta y (tal vez) la vida de Sangría es como su música. Lenta, pesada, revolcada en el lodo, y muy, pero muy podrida. Son los rasgos inherentes de un género como el sludge metal, el cual se encontraba casi desierto en Chile, y que los hermanos Osvaldo «Oss» y Carlos Frías Salazar vienen cultivando desde hace poco más de dos décadas a nivel local. Y en Sudamérica. Como pocas agrupaciones que en su tiempo se la jugaron por preservar los valores del rock pesado, en el sentido literal de la frase. Inclúyase tanto el recordado proyecto Bicéfalo -Sangría con Comegato, de Yajaira y Electrozombies-, como Kontra -proyecto fundado por Oss y el cual incluye a integrantes de Alterhyde, A Sad Bada y Budasses. No es solamente un Curriculum Vitae, sino un recorrido a lo largo de territorios poco accesibles e inhóspitos. Recovecos donde pocos son capaces de poner un pie sin hundirse en la blandura del pantano.

Fue una espera larga, cerca de 10 años después de «Agnosis» (2015), hace poco reeditado en vinilo. Una placa definitoria que confirmaba lo que en «Renaces de la Miseria» (2009) explotaba como un volcán, con la lava chorreando y arrasando con todo a su paso. Es una década de espera que, sin embargo, tuvo mucha agua -y lodo, sobretodo- fluyendo a base de actividad en vivo y jornadas históricas, destacando las aperturas a Eyehategod y Amenra en nuestro país. Por ende, y obviando la emergencia sanitaria que nos tuvo en la cornisa, era cuestión de tiempo para que los hermanos Frías Salazar y el baterista Pablo Benavides volvieran a la primera plana de lanzamientos discográficos con «Esclavo de la Ira», un trabajo que mantiene el impulso por reflejar el odio que que consume diariamente a la humanidad. Al mismo tiempo, hay toques distintivos respecto a las opus anteriores, poniendo los pies en terrenos ligados al post-metal y cocinando a fuego lento una producción que juega a lo grande sin transar un ápice de su integridad.

La cortina de distorsión reptante de «Kutran» -la enfermedad que fulmina a quienes provocan daño a la naturaleza, de acuerdo a la cosmovisión mapuche-, le da el pase quirúrgico a «Hijos de Nada». La guitarra hiriente de Carlos, marcando la entrada para que el bajo de Oss y la batería de Pablo se sumen a la acción, en un plan de ataque coordinado a la perfección y con efectos devastadores. Un aluvión de riffs pesados hasta el sudor, con la voz de Oss sonando más fétida que nunca y llevando el concepto de «lo peor de lo peor» hacia un nivel más épico. La otra mitad del corte tiene como centro de gravedad el bajo de Oss, para dejar caer todo el peso de nuestra existencia. Desde el estómago y sin sutilezas, como tiene que ser.

Un sonido de respiración mortuoria es el que da el ‘vamos’ a «Somnia», una pieza más orientada al doom y con ese toque Crowbar que Sangría mantiene incólume en su rúbrica. El hastío, el letargo que nos hace sucumbir en la muerte diaria, es un concepto que Sangría maneja a la perfección en un género que no se ampara en el monstruismo ni la velocidad, sino en la convicción por el uso de afinaciones bajísimas y ritmos lentos hasta la sofocación, siempre con el fin de transmitir emociones provenientes desde el lado más oscuro de nuestra condición humana. Y eso es lo que hace de Sangría una banda muy querida y fundamental en el circuito underground, más allá del subgénero o nicho en cuestión: lo descomunalmente genuina de su propuesta, desembocando en el principio que nos mueve tanto en la música como en todo ámbito de la vida. Te gusta o no te gusta.

El guiño a «In Utero» en el inicio de «Confrontación» tiene razón de ser. Oss, Carlos y Pablo se formaron escuchando Nirvana, no el del cliché «mártir-rockstar», sino el de aquella trilogía de álbumes que le devolvió al rock en los ’90s la crudeza que se perdió entre tanto clon genérico de Van Halen durante los ’80s. Y como reza el adagio en estos casos, lo importante no es de dónde lo sacas, sino hacia dónde lo llevas y el carácter que le forjas. Así se entiende la personalidad frontal con que Sangría, en todos sus flancos, define con profundidad abismal la naturaleza de una sociedad que vive en constante enfrentamiento. desde el punto de vista global, hasta en los caminos pedregosos que el individuo debe recorrer para sobrevivir en su entorno.

Por muy raro que parezca, «El Alma Gris» triunfa como el hit-single del disco, al menos en su primera sección. Pero la determinación mostrada tanto acá como en los demás surcos del redondo disipa cualquier duda o prejuicio. Y es en su segunda parte donde la guitarra de Carlos se convierte en la luz-guía que nos acompaña en esta travesía a campo abierto y en las fauces de la noche, con los ladridos de Oss abriéndose paso en pleno alud sónico. Esa avalancha de mugre y barro que derruye todo signo de jovialidad y esperanza, y nos sumerge en la realidad del desastre.

Es en la sexta estación del disco donde apreciamos el subidón de jerarquía en el proceso de escritura. Sabemos que Isis, Eyehategod y Neurosis son influencias vitales en el ADN de Sangría. Pero lo que ocurre en la instrumental «Ancestro» es de una naturaleza escalofriante, exponiendo su devoción por Russian Circles y SUMAC. Es ahí donde Sangría explota su potencial para construir paisajes de dimensiones pantagruélicas y donde el peligro es constante en cada golpe y riff. Es el latido de una tierra indómita, de los antepasados que claman por lo que es suyo, incluso desde otros planos. Qué notable el despliegue de Pablo Benavides, un baterista que la tiene clara respecto a disponer su experticia en los tarros en favor de una idea, la de los cimientos de una tierra que se resiste a la codicia ajena y reluce toda su épica, siempre con lo justo en recursos y el máximo en firmeza y versatilidad.

Nos detenemos un poco para señalar un recordatorio de lo que es Sangría más allá de su determinado estilo musical; el uso con maestría del contraste y la cadencia como ingredientes esenciales, la distribución de texturas cuyo espesor puede encoger la nariz de quienes se nublan con los récords de «notas tocadas por segundo» y el virtuosismo de clínica. No se malentienda; Sangría no solamente va a la contra de la pirotecnia, las tendencias recientes en producción musical y la pulcritud estandarizada, sino que lleva la metáfora del aluvión y la ira humana hacia un terreno cada vez más elevado, siempre priorizando la integridad sobre la ‘fórmula segura’. Tal como Electrozombies -sobretodo en sus últimos dos o tres LPs, en Sangría impera la vocación por el metal en su rol transgresor. Por eso es que cuando sus componentes, además de Eyehategod y Neurosis, invocan a Melvins, Godflesh, Celtic Frost y los todopoderosos Black Sabbath, lo hacen como si nos llevaran por un largo camino de regreso a casa. Hacia donde debe ser el metal en su origen como una fuerza natural totalmente ajena a todo dictámen sociocultural.

Lo descrito en el párrafo anterior nos permite entender el cataclismo con que el último tramo del disco reafirma el estado de gracia y confianza con que Sangría circa ’24 consagra su autoridad cuando hablamos de música pesada en toda su extensión. Bajo el hálito industrial de Godflesh en «Ruinas del Hombre», hay una ferocidad que deja helado hasta al más valiente. Mientras que «Origen» te transmite la sensación de estar encerrado en una catacumba o un laberinto de espacio estrecho, donde la oscuridad puede sumir en un ataque de terrores nocturnos a quien no tenga preparación en dichas incursiones. Y es que en Sangría tienen más que claro que hacer esta música cuyo último fin es ‘entretener’, requiere de una actitud firme y la disposición a encontrarnos cara a cara con nuestro lado más tenebroso.

El broche con «Sentencia & Agonía» es todo un acierto, y no solamente en el título. El cierre de «Esclavo de la Ira» es la descarga final en pleno combate con nuestros pensamientos más oscuros, en cuyo fragor Sangría lo da todo hasta el último aliento. Es la hora final, cuando nuestro destino se sella en un morir lento y doloroso. Un debate entre el puñete del hardcore-punk y el temple intimidante del metal, culminando en un martilleo rítmico donde Oss utiliza su voz para encarnar el grito agónico de una raza condenada a la extinción total.

Probablemente el único ‘pero’ que se le podría achacar a «Esclavo de la Ira» es el largo tiempo de espera. Una década es mucho para una banda tan importante en el desarrollo del metal lodoso en nuestro país y, porqué no, Sudamérica. Por otro lado, en estos tiempos en que pesa más la producción genérica y la cantidad de reproducciones en streaming, y más aún tratándose de una banda se ha mantenido a un ritmo constante y prudente en el circuito de música subterránea en vivo, el tiempo y el resultado final le dan la razón al trinomio Oss-Carlos-Pablo. En especial porque la huella de Primitive Man, una de las bandas más destacadas del género durante la última década, está presente en varios pasajes del disco y se nota a kilómetros que tanto nuestros Sangría como los de Denver respiran el mismo hedor.

Puede leerse o sonar a chovinismo barato, pero es un orgullo que bandas como Sangría, más allá de cuán extenuante sea la competencia en otras latitudes del Globo Terráqueo, trasciendan al punto de que las fronteras geográficas ya no son una barrera infranqueable como en tiempos (no tan) remotos. Y es que si bien el sello chileno Kuyen juega un rol importante en la edición y distribución física, el arte a cargo del destacado fotógrafo y artista italiano Anima Mundi -reconocido por su colaboración en la producción visual de los supremos Amenra-, habla mucho del salto de calidad. Es el resultado de una búsqueda constante y un trabajo cuyo objetivo es llevar el sonido pesado hacia un lenguaje propio. Un idioma con respaldo en la convicción por refregarnos la miseria humana con que debemos lidiar a nuestro alrededor. Y el arte de Anima Mundi no solo cumple a cabalidad, sino que le da a Sangría una jerarquía ganada a pulso y mucho sudor.

Es poco lo que podemos agregar o profundizar en el aspecto técnico de Sangría en sus individualidades. La tarea de Pablo Benavides es como en el fútbol, empezando el equipo en el arco, generando solidez y dejando la sangre en cada golpe o patrón rítmico. Jugando en el medio y arriba, lo que hace Oss al golpear las cuerdas de su bajo es una cátedra de emoción y rabia transformados en música, donde gravita el esqueleto de Sangría. Por supuesto, su voz, hoy más rica en matices y tonalidades dentro de su respectiva escala de grises, se complementa en el ataque con la guitarra de Carlos, un instrumentista que le saca a sus seis o siete cuerdas un distintivo con efecto liberador. Todo aquello, si lo llevas al directo, se traduce a un acto de purificación sonora de proporciones impensadas en el circuito local hace 20 años.

«Esclavo de la Ira», como un todo, exuda honestidad y frustración a raudales. Da el paso adelante sin desprenderse de la cochambre sonora que expresa a lo largo de la placa. Lleva la podredumbre hacia donde las almas grises viven en constante choque, donde el sueño del descanso se vuelve un dolor hasta la locura. Ahí es donde Sangría nos lleva hoy, hacia las ruinas de una humanidad pestilente y cegada, condenada a agonizar en su propio reino de hambre.

 

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