El dichoso retiro de Jorge Gonzálezespera un momento...
miércoles 23 de febrero, 2022
Escrito por: Francisco Quevedo
A los 57 años, cumplidos en diciembre pasado, el oriundo de San Miguel declara ser un “jubilado feliz”. Líder y motor creativo de Los Prisioneros, Jorge González es dueño de uno de los legados más pujantes de la música popular chilena, al punto que se convirtió en una “leyenda”, tal como él mismo se lo propuso al comenzar su carrera.
“Me importa más la conciencia que la reputación”. Así de lapidario, directo y sin rodeos, habló Jorge González en la entrevista concedida al programa Mentiras Verdaderas de La Red, en noviembre pasado.
González -el ex Prisionero, ese de los himnos en los ochenta y comienzos de los noventa, ese desafiante ante la autoridad militar, ese experimental durante su estadía en Europa, ese de la accidentada conferencia de prensa de 2003, ese provocativo en los shows en el Festival de Viña del Mar y la Teletón, ese del infarto de 2015 que casi le cuesta la vida- izó esa bandera de principios, que bien sintetiza como ha afrontado la vida, a propósito de lo que ha escrito, dicho, opinado la prensa sobre su vida desde los inicios de su carrera hasta hoy. Demás está decir que la relación entre Jorge González y los medios no es precisamente un cuento de hadas y, si lo fuera, tendría más brujas y ogros dentro del elenco que cualquier otro personaje.
Las calles de San Miguel
Jorge Humberto González Ríos nació el 6 de diciembre de 1964 en San Miguel. Tal como otros muchos artistas, González se acercó desde muy pequeño a la música y el espectáculo. Su inteligencia y capacidad para aprender rápido (aprendió a leer a los 3 años), le ayudaron…y mucho. Su padre, Jorge González Ramírez, relató en el programa Informe Especial de TVN (emitido después del infarto del músico en 2015) que una vez, su hijo se les había escapado estando ellos en la puerta de su casa. De repente, se formó un tumulto alrededor de un chinchinero y, al acercarse a ver, la sorpresa fue que estaba Jorge hijo bailando cueca al medio de la ronda de personas. Tenía apenas 2 o 3 años.
Sus influencias musicales fueron variadas: desde Carpenters a Bread, de Camilo Sesto a la Electric Light Orchestra, sonidos que salían de la radio de la cocina de su hogar. Más tarde vendrían Bee Gees, The Beatles y Kiss, una de las bandas que más marcó la adolescencia de González. Sus primeras incursiones en lo musical ocurrieron en el Liceo N°6 de San Miguel, lugar en donde conoció a sus camaradas Claudio Narea y Miguel Tapia. Junto a Tapia formó Los Vinchukas, el origen de Los Prisioneros. Después, invitarían a Narea y el trío estaría conformado. Según propia confesión, las primeras melodías y canciones del grupo nacieron en la sala de clases del liceo. Desde un principio, González tomó las riendas creativas del grupo, tanto en melodías como en letras. En base a un estilo sencillo y directo, desfachatado en letras y combinando críticas sociales con pegajosos ritmos, su sello fue único desde las primeras composiciones. Eso, sin embrago, mutó con el correr de los años. “No, ya no hago letras (…) La música es la clave, no la letra, la música es la que vale, si en el fondo somos músicos y no poetas”, confesó, entre otras cosas, en una entrevista a La Tercera en 2020.
Jorge González estudió un año la carrera de Sonido en la Universidad de Chile. Pese a no durar mucho como alumno, ahí entabló amistad con algunos futuros músicos, siendo Carlos Fonseca con quien comenzaría una amistad más cercana. El bajista le mostró las canciones de Los Prisioneros y Fonseca decidió convertirse en su manager, llegando a ser pieza esencial en la historia del grupo.
La protesta y las masas
En 1984, Los Prisioneros editaron “La Voz de los 80”, disco que contiene varios himnos de la banda. Primero fue lanzado primero en cassette y luego en disco, en 1985. El verdadero golpe a la cátedra vendría con el segundo trabajo, titulado “Pateando Piedras”, lanzado en 1986. Este álbum los catapultó a las masas de forma definitiva, Transformándose en un éxito. Se convirtieron en un símbolo de protesta y resistencia en medio de la dictadura militar. En cierta medida, fueron “la voz de los sin voz”.
Al igual que el primer disco, “Pateando Piedras” contenía varios de los himnos más reconocidos del grupo. Algunos siguen vigentes hasta hoy, siendo “El Baile de los que Sobran” un buen ejemplo. Durante las manifestaciones de octubre de 2019, dicha canción fue coreada y alcanzó un nuevo status. “Era fantástico”, apuntó González en la entrevista a La Red. “Porque la gente cantaba Los Prisioneros y no Soda Stereo o Charly García, ni menos GIT, ni Fito Páez (…), cuando la gente quiere cantar cosas bonitas, canta cosas chilenas y no hueás (sic) de afuera”, manifestó. Esta visión reafirmaba lo que había declarado en noviembre de 2019 a La Tercera: «Me produce mucha felicidad que todos canten juntos. Para eso es la música, para que nos unamos», explicando también la faceta más triste que, a su juicio, tenía la entonación de estas canciones. «Es una pena que tengan que seguir cantando todavía ‘El baile de los que sobran’, porque los problemas son los mismos y es una pena que no se haya solucionado nada, pudiendo», afirmó.
Después vendría “La Cultura de la Basura” (1987), el trabajo más experimental del trío y en el que Narea y Tapia tuvieron una participación más activa en la composición. La gira de este disco estuvo marcada por el plebiscito de 1988 y un González provocativo y convocante, llamando abiertamente a votar por la opción “NO”; actitudes que condujeron a que el grupo fuese censurado de manera oficial.
En 1990, Narea abandonó la agrupación y fue reemplazado por Cecilia Aguayo. “Yo pensaba que una mujer podía reemplazar a Claudio” (La Tercera, 2020). El mismo año salió al mercado el nuevo trabajo de la banda: “Corazones”, álbum compuesto íntegramente por González. Este disco marcaría un giro en las temáticas y los sonidos. A la postre, se convertiría en el mayor éxito de la carrera del grupo. Es también el disco favorito de González. “Mi disco favorito es “Corazones”…es el más logrado. Tiene las mejores canciones y los mejores arreglos”. Además, tiene la canción que más le gusta de todo el catálogo de Los Prisioneros. ““Tren al Sur” es la que más me gusta, porque no es de protesta y es un éxito…es sólo música, sueños” (La Tercera, 2020).
Un prisionero del éxito
“Jorge González” de 1991 marcó su debut solista. Un disco cargado de melodías suaves y de corte personal fueron el vamos a su etapa en solitario. A pesar de incluir varias canciones que hoy son escuchadas y valoradas, en ese momento el trabajo no fue bien recibido y fue un fracaso comercial. No obstante, el tiempo elevó este disco y algunas de sus canciones “envejecieron bien”.
Tras el fracaso y la sobreexposición vivida con su primer disco, González decidió grabar “El futuro se fue”. Lanzado en 1994, el álbum no tuvo el resultado esperado, teniendo poca rotación radial y casi nulo impacto mediático. Este hecho marcó el fin de la relación de González con el sello EMI. Estaba prisionero del éxito que alcanzó con su banda madre.
Desarrolló otros proyectos enfocados en la electro-cumbia (Gonzalo Martínez, banda de 1997) y el grupo Los Dioses en 1998, vendido como una seudo reunión de Los Prisioneros, que tuvo corta vida y relativo éxito hasta que el vocalista y bajista lo abandonó en 1999. En ese momento, decidió volver al estudio, uno de sus “sitios de confort”, a grabar. El resultado de este proceso fue “Mi destino: Confesiones de una estrella de rock” (1999), disco que le sirvió como “terapia creativa”. En declaraciones al entonces portal web Chilerock, González entregó más luces del proceso. “Sí, creo que se dieron cosas muy buenas. El hecho que me esté ayudando mi hermano o mi papá, pa’ (sic) mí es una tranquilidad porque significaba que nadie me iba a estar mirando por encima del hombro para preguntarme “Oye, ¿y es comercial lo que estai haciendo?” “¿Se parece a Los Prisioneros?” “¿Va a ser rebelde?” Y eso es bueno porque es gente que está mirando tu carrera unida a tu vida, que es lo que yo necesito. No estar llenando estadios y tener titulares y tener la cagada por dentro. Eso nunca me ha pasado y no me va a pasar ahora”.
El anuncio más esperado
Un viejo anhelo de los fanáticos y del medio nacional se concretó en 2001, cuando los integrantes originales de Los Prisioneros anunciaron su reunión. La cita era un show en el Estadio Nacional, que finalmente, y debido a la desbordada demanda, serían dos, en diciembre de aquel año. El rotundo éxito los impulsó no solo a salir de gira por Chile y países de la región, sino que a lanzar dos nuevos discos (“Los Prisioneros” de 2003 y “Manzana” de 2004). Sin embargo, ninguno obtuvo los resultados esperados. A poco del lanzamiento del álbum, Narea abandonaría nuevamente la banda, esta vez sin retorno.
Álvaro Henríquez, líder de Los Tres, acompañó al grupo un tiempo, pero es más recordada su accidentada e interrumpida presentación que otros hitos. El “dale con la carta de Claudio Narea, ya filo con ustedes”, pasó a la posteridad. Al año siguiente, ya sin Henríquez, se unieron al grupo Sergio Badilla y Gonzalo Yáñez. El 18 de febrero de 2006, Los Prisioneros se presentaron por última vez de manera oficial. ¿Dónde? En el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas.
De esta forma, Jorge González cerraba otra vez el capítulo “Los Prisioneros”. Formó el grupo Los Updates junto a Loreto Otero, su pareja de aquel entonces. Se enfocaron en el circuito electrónico de bares europeos, presentándose en ciudades como Londres, París o Moscú. El proyecto finalizó cuando terminó su relación sentimental con Otero en el año 2012.
Entre 2010 y 2015, la carrera de González se enfocó en su trabajo en solitario. Realizó giras rememorando el disco “La Voz de los 80” de Los Prisioneros, enmarcado en los 25 años desde el lanzamiento de este. También participó en un homenaje a Violeta Parra y Víctor Jara realizado en Italia y se presentó con éxito en el Festival de Viña del Mar de 2013. En paralelo, continuó editando discos y creando música, ya sea bajo su nombre, o bien, bajo el seudónimo de Leonino. Los discos “Libro”, “Naked Tunes” y “Trenes” conformaron la denominada “Trilogía de Berlín”, según reseñan algunos sitios especializados. Su último trabajo se llama “Manchitas” y fue publicado en 2018, es decir, tres años después de un hecho que marcaría para siempre la vida de González.
“Lo único que me falta es morir”
Era enero de 2015 y el músico se había embarcado en una nueva gira por Chile, periplo que terminaría de golpe tras sufrir un infarto isquémico cerebeloso subagudo. Este accidente fue confundido, en un primer momento, con una gripe mal cuidada que justificaba el estado débil y confuso del artista. Sin embargo, el asunto era más grave. Tuvo que cancelar su gira y someterse a un tratamiento internándose en la Clínica Santa María ya que González había sufrido una serie de infartos en el lapso de siete meses. Su condición era frágil y poco alentadora.
No obstante, y ante la adversidad, González mostró mejorías, al punto de presentarse en noviembre de 2015 en un concierto en el Movistar Arena. Este accidente revolucionó la vida del músico volteándola en 180 grados. En entrevistas post infarto, el músico ha entregado sus impresiones y descrito cómo es su nueva vida. “Hay que acostumbrarse a ser más humilde”, fue uno de las reflexiones que disparó en la conversación con La Tercera en 2020. De paso, analizó el legado de Los Prisioneros: “Me gustaría ver a Los Prisioneros desde lejos, pero no puedo…porque soy uno del grupo”.
También respondió a quienes lo ponen dentro de la denominada Santísima Trinidad de la música chilena, junto a Violeta Parra y Víctor Jara. Tanto en la entrevista a la Tercera y en La Red, González mantuvo la misma posición. Primero, consideró “injusta” la comparación y segundo, confesó que “le faltaba morir” para ser más reconocido. Incluso, en La Tercera fue más allá, despojándose de todo aire sacro: “Me considero una persona normal, con enfermedades como las tiene todo el mundo”.
Un año más tarde, en su comentada entrevista en el programa Mentiras Verdaderas, se despachó otras tantas reflexiones, pasando por comentarios y análisis políticos (“Boric es un poco “yellow””), la música (“Sigo escuchando la música chilena”), las relaciones humanas (“el resto de los países es más feliz que nosostros…acá nadie nos saca la “cara de culo””) o religión (“no sigo ninguna religión, sólo el sentido común”), entregándole un valor especial y esencial a la “amistad y el amor”, además del “respeto a la mujer ante todo”, apoyando, de paso, a los movimientos feministas.
“La vida lo que dé, que venga”, confesó, demostrando la manera de afrontar el día a día, a siete años del accidente. Esta simple reflexión grafica al Jorge González de hoy. Ese que vive como “jubilado feliz”, escuchando música –“mi sitio de confort”– orgullos de la música que hizo porque la “hizo bien” y es “de la gente”; viviendo en San Miguel con su hermano y sus gatas y disfrutando de las cosas sencillas. Ser una leyenda viviente, objetivo que se trazó al comienzo de su carrera, ya es un hecho. “La vida lo que dé, que venga”.
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