Festival Woodstaco 2020: A cuidarlo y seguir creciendo (Segunda parte)
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Festival Woodstaco 2020: A cuidarlo y seguir creciendo (Segunda parte)

Festival Woodstaco 2020: A cuidarlo y seguir creciendo (Segunda parte)

viernes 06 de marzo, 2020

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Escrito por: Álvaro Molina

Día sábado y el chapuzón infaltable en el río. “Está más bajo que el año pasado, ¿o no?”, nos preguntamos, algo desanimados. Tanto la lagunilla como el brazo del río se notaban un poco escuálidos. Despabilamos y partimos al escenario Rock donde unos históricos se presentaban, anunciando su llegada con trutruka, ñolkiñ y kultrung. Con escaso reconocimiento por la escena de la música popular chilena a principios de la década de los ’80, los veteranos de Campanario entregaron un show emocionante y nostálgico. Originarios de Maipú, sus letras, que hicieron un fiel retrato de la dictadura de Pinochet, ahora volvían ominosamente a hacer eco casi cuarenta años después. Ejemplo exacto de esto fue con «Arranca, arranca, que vienen tirando agua», uno de los himnos esenciales de esta legendaria banda que, en esta ocasión, se ganó el respeto de un puñado de asistentes que se congregaron bajo un sol que estaba pegando inclemente a eso de las 14:00. Frente al escenario Rock el polvo se levantaba mientras irónicamente el blues eléctrico de Polvareda nos hacía cabecear. Tierra que después se convirtió en un espeso barro con el regador que ya repartía agua entre los que se amontonaban para recibir a La Blues Willis. Los de Valparaíso salieron en formato eléctrico para viajar nuevamente por un húmedo delta sudaca, espoleando la tarde y marcando un golazo con una explosiva versión de ‘Ciudad Perdida’.

Alrededor de ‘la Plaza’, estaban ubicados dos importantes espacios para recordarnos explícitamente de la situación en la que estamos. Atrás de los carros de comida se instaló una pequeña exposición fotográfica e ilustrativa, una memoria sobre la violencia y las violaciones a los DDHH cometidas por el gobierno de Sebastián Piñera y los agentes del Estado desde octubre del año pasado. Las fotos de Lucas Urenda mostraban a ese “Chile [que] se ha vuelto sordo a la violencia y por la violencia”, con imágenes descarnadas de la calle. Un espacio que, sin buscar alumbrarse, hacía una libre invitación a reflexionar. En paralelo, cerca del puente, estaba la organización Salud a la Calle, quienes desde hace meses se encuentran atendiendo a los y las que han sufrido heridas y mutilaciones por parte de Carabineros y FFEE. Exponiendo fotografías de los casos que les ha tocado atender y explicando con charlas y videos el rol que han estado cumpliendo, los chicos y chicas también se sumaron a la «dimensión consciente» que esta edición de Woodstaco estaba obligada a tener. Una buena idea que era necesaria y cumplió.

Nos seguimos moviendo entre el Rock y el Blesstaco, llegando a este último cuando empezaba a esconderse el sol y se veía venir una de las bandas más esperadas de la tarde. La mini orquesta de Mediabanda se tomó su tiempo para probar sonido y armar la compleja puesta en escena. Pero fue una espera que valió la pena. El conjunto liderado por Cristián Crisosto desde el año 2000 entregó una alta sesión de experimentación, improvisación y virtuosismo musical, tocando temas ícono como “Bombas en el Aire” y adelantando parte de lo que será su nuevo disco que saldrá a la luz durante los próximos meses. La flamante vocalista Florencia Novoa derrochó puro talento con su mezcla de scat, alaridos melódicos y carisma, al mismo tiempo que la sección de vientos comandada por Crisosto entraba en un trance hipnótico a la par del infalible protagonismo del baterista Christian Hirth. Sin duda uno de los puntos más altos en todo el fin de semana. Alguien lo resumió, muy creativamente, cuando gritó al lado del escenario “¡La media banda, loco!”.

Parada rápida para comer porque ahora se venía algo grande. Judas Priest sonaba de fondo cerca del escenario Rock. Unos largos minutos de espera alimentaban la excitación de quienes ya estaban instalados hace un rato en el lugar. Otros curiosos también empezaron a llegar. Y, como un garrotazo directo a la cabeza, subió al escenario Anton Reisenegger acompañado de su aquelarre. Lo de Pentagram significó un reencuentro con la historia del under y un clímax aniquilador en la noche del sábado. No sólo porque era una de las bandas más veteranas de la escena chilena presentándose, o porque congregó a un público que se entregó descaradamente al matadero del mosh pit. Fue un show pesado, duro. Creo que muchos y muchas seguimos todavía con el cuello sensible. Con temas como “Temple of Perdition” (dedicado a Alfredo Peña, bajista original de la banda), “La Fiura” y “Demoniac Possession”, el cuarteto de death metal fue implacable con el público. “Este festival es importante, de lo más importantes de Chile. Que siga creciendo”, dijo Anton, con su característica voz gutural entremedio de la presentación, “¡Cuídenlo! Y que llegue a mucha más gente […] Pero nosotros venimos a traer un poco de oscuridad y mala onda”. Y ahí quedamos nomás. Atontados y medio sordos, pero felices.

Para hacer un cambio diametral, quisimos volver al Enjambre y esperar a que apareciera Bronko Yotte . Malas noticias, porque al rato nos dimos cuente de que corrieron el horario y para cuando llegamos ya había terminado su presentación. Sin embargo, nos encontramos con Da Gota, un colectivo chileno-brasileño que animaba la noche al ritmo de la danza y música conocida como forró, nacida al noreste de Brasil. Con canciones propias ultra bailables y también versionando “Huellas” de Joe Vasconcellos, se ganaron al público, regalando un par de discos que lanzaron desde la tarima. Público que, fielmente, llevaba un buen rato por en ese escenario, el cual le achuntó a la propuesta de tener siempre al menos una mujer en cada una de las presentaciones. Con harto carisma, la banda envió un sentido mensaje a la situación de los migrantes en Chile. Un lindo recital para cambiar los ánimos pesados que quedaron después de la brutalidad de Pentagram.

Y, cómo no, volvimos al escenario Rock para un último estacazo de rabia porque ya se preparaba Dezaztre Natural para hacer de las suyas. Iba a estar intenso, así que nos agolpamos ahí bien cerca del escenario. Mosh, patadas, mensajes descarados y la acostumbrada bengala al centro del pit para enardecernos con la política del thrashcore. Imparables, pasaron como aplanadora con temas como “Pesadilla Senil”, “Nuevo Orden Mundial” y “Medicina del Estado”. La noche siguió, el tiro largo del público de Woodstaco no se volvió a perder y, empolvados y transpirados como de costumbre, se cerraba otra jornada. Por ahí en la noche aparecieron los “¡Oscar!” en medio del estirado carrete. “Ya partieron…”, dijo alguien por ahí. Pero se perdió entre las risas y la música.

En la mañana del domingo todavía quedaba un buen número de rezagados en el público, mientras el combo de cumbia Son Peteko despertaba a los más damnificados. Luciéndose con personalidad, los de Puerto Montt tiraron talla tras talla arriba del escenario, uno de ellos le dio las gracias al dueño de la carpa en la que despertó. Pero aún quedaba más. El connotado colectivo Panteras Negras salió con su hip-hop de letras combativas, el ‘rapulento’ que le llaman, descargando con beats de la vieja escuela gangsta sus mensajes de resistencia y de cuestionamiento al sistema, apuntando como francotirador a la descompuesta clase política y elite chilena. El camión aljibe instalado cerca del escenario ya llevaba un buen rato tirando agua a la piscina de barro que se había formado, donde los piqueros y guatazos iban y venían.

La manguera se convirtió en protagonista para avivar la tarde cuando Aguaturbia salió para cerrar la versión 2020. Denise y Carlos Corales, acompañados de una joven banda de apoyo, salieron con todo y el público les respondió de la misma manera; un festival de psicodelia en medio del desmadre, con una fiesta de barro, agua, y rock experimentado que no dejó a nadie seco ni indiferente. Sí, puede ser que Aguaturbia ya lleva casi tantas presentaciones en Woodstaco como años de experiencia, pero no perdieron el tiempo en animar a un público regalón. “Ya, tranquilos, sé que quieren “Heartbreaker”, pero paciencia poh, cabros. Las vamos a tocar todas”, dijo Denise, mientras el caótico barrial se hacía más grande con la potente versión de “Somebody To Love”. Sonaba “E.V.O.L.” y los piscinazos al barro continuaban. Emocionados y agradecidos, Aguaturbia regaló una tarde preciosa y, cumpliendo su promesa, finalizaron con “Heartbreaker”, dejándonos a todos y todas con la sensación de que fue una presentación más o menos histórica.

Y así se fue otro Woodstaco. Es lindo escribir sobre él. El de este año que se sintió especial. Distinto, pero igual, era lo que se comentaba. Se decía también que, en comparación al año pasado, el número de asistentes bajó drásticamente. Las razones fueron varias, todas justificables. Quienes fueron, eran parte del público más fiel de este festival que entregaba su edición número 12. Otros más experimentados acogían las “caras nuevas que llegaron”, porque se notaba que había una buena porción de generaciones jóvenes. Otros no estaban tan de acuerdo. Pero ya son doce años y la cosa sigue creciendo. A pesar de las dificultades para la organización, este año se demostró que pueden sobrevivir y entregar de nuevo la emoción que ese público fiel espera cada año y que, esperamos, haga el mismo efecto en esas “caras nuevas” que se vieron. Es el espacio que, ojalá, nadie vaya a arrebatar, nunca. Tenía razón Anton Reisenegger cuando, durante el show de Pentagram, dijo que había que cuidar esta instancia. Ojalá así sea.

Fotos: Pachi Cuevas, Álvaro Molina

Videos: Rodrigo Damiani

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