Tiamat: El color de la nocheespera un momento...
viernes 12 de diciembre, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Claudio Miranda
Fotos Eric Ibáñez.
No quepa duda de que Johan Edlund es un músico con un talento creativo excepcional. La historia de Tiamat, su criatura, es en sí misma la vida completa de creador. Una banda que genera mucha curiosidad, por la variedad de géneros en una firma distintiva. Empezó en el black metal más primitivo y se sumergió en el death-doom, inmortalizando en The Astral Sleep (1991) y Clouds (1992) una progresión natural que se volverá, posteriormente, un abrazo a la psicodelia. Edlund, fanático de Pink Floyd hasta el sudor, vio su anhelo artístico hecho realidad con el lanzamiento de Wildhoney (1994), lo más cercano a su propia visión de The Dark Side of the Moon pero con su propio lenguaje. Tan enorme como revitalizante, la bestia del ’94 le valió a Tiamat grabar a fuego su nombre; un trabajo redondo de inicio a fin. Y en el siguiente A Deeper Kind of Slumber (1997), el rock gótico es el ropaje a vestir sin transar en lo absoluto la cohesión de su material en estudio.
Quienes se preguntan porqué Tiamat no logró las mismas cotas de arrastre que hoy ostentan Opeth y Katatonia -ojo, siempre hablando en un nivel subterráneo o para entendidos-, encontrarán las respuestas en el proceso creativo de A Deeper Kind of Slumber. El fondo de dicha placa reside en la situación personal de Edlund durante aquellos días. Problemas de adicción, conflictos sentimentales y las diferencias creativas al interior de un grupo que no pudo lidiar plenamente con el éxito logrado con Wildhoney. Una serie de factores determinantes en el camino que Edlund eligió como reacción a los vicios del mercadeo en la industria musical; una orientación hacia la independencia, asumiendo el costo que implica tamaña elección. Tanto como el movimiento de fichas en cada lanzamiento, la jerarquía de sus trabajos posteriores no fue la misma, lo que desemboca en la mención actual a Tiamat como una banda (muy) de culto que se mantiene activa al margen de las grandes luminarias. Su base de fans, en gran parte, vivió los años dorados del metal sueco y los recuerda hoy como referentes de una época irrepetible. Nostalgia pura, aunque con los matices correspondientes a una propuesta tan inclasificable como alucinante y profunda.
En un club Blondie próximo a repletarse apenas avanza la jornada, y con el reloj marcando las 20 horas en punto, el doom metal nacional de Blackflow tenía que pronunciarse, y con todos los méritos que le han dado un sitial en el género a nivel local. Una banda conformada por músicos de kilometraje probado, entre todos forjando una rúbrica que engloba la gracia del metal gótico y el arrojo del heavy metal clásico, todo canalizado con una destreza instrumental que les permite incursionar en terrenos cercanos al rock progresivo. En un repertorio conformado por «Neo Middle Ages», «Egomaniacal Fraternity», «Iron to Rust» e «Indifferent to Others», queda demostrada la solidez de una agrupación que concentra su musculatura en desplegar su matriz de heroicidad y tiniebla.
Qué importante el papel de Victor Prades, un cantante que ejerce su labor en la voz con el desplante propio de un veterano de mil batallas, al igual que sus compañeros de ruta. Al tándem de guitarras de Víctor Silva y Fran Franulic, se suma el bajo de Felipe Vuletich imponiendo autoridad y equilibrio, al mismo tiempo que su labor en base rítmica con el baterista Miguel Canessa denota los años de experiencia que Blackflow expone de cuerpo completo y en su forma más óptima. Coloquialmente hablando, da gusto cuando cinco músicos nacionales, todos ‘metaleros viejos’ y dueños de un CV más que envidiable, se juntan a invocar los valores del riff sabbáthico y, mejor aún, lo actualizan a punta de buenas canciones para traspasarlo a un show categórico.
Si bien los horarios anunciados indicaban que el plato de fondo saldría a las 21 horas, la espera adquirió un sabor especial con el mini-set de Pink Floyd sonando en los parlantes del recinto. Y así como «Doctor, Doctor» de UFO nos avisa que Iron Maiden está a punto de salir al escenario, «Comfortably Numb» ejerce la misma función para terminar con una espera de 16 años tras su hoy mítico show junto a Moonspell en el Teatro Teletón. «No candy coloured paradise, no stary black holded eyes…», susurra casi a capella Johan en el arranque con «Church of Tiamat», la que inaugura el viaje como pasa en Skeleton Skeletron (1999). Nada de fanfarrias ni intros bombásticas; Tiamat es una banda que va a lo suyo y sus fans se entregan en plena liturgia. Comienzo sublime, seguida de una tripleta de ensueño para los devotos. «In a Dream», «Clouds» y «The Seeping Beauty», una sección completamente dedicada a Clouds (1992), el puente entre el death-doom de sus primeros trabajos y la niebla psicodélica que consagró a los suecos en los ’90s. Imposible permanecer impasible, y el moshpit desatado en algún instante refleja el amor incondicional a aquellos Tiamat quizás más lejanos, pero siempre recordados.
El orden del set refleja la inteligencia sintáctica de los suecos mientras pasaba la noche. Tras un primer tramo aplastante, llegó el turno para hacerle justicia a sus trabajos menos celebrados. Empezando con «Divided», una de las piezas ‘embajadoras’ de Prey (2003), podemos apreciar las virtudes de una agrupación que compensa la irregularidad de sus trabajos post-90s con una honestidad espeluznante. Le sigue «Will They Come?», del álbum Amanethes (2008), una que en vivo se despoja de sus ropajes electrónicos y se presenta con un aire mucho más pesado, pero no por ello menos emotivo. La guitarra de Simon Johansson, es la prueba viviente de un estilo intratable y, al mismo tiempo, expresivo hasta la médula. Una cualidad que en las siguientes «Cain» y «Love In Chains» logra el nivel de intensidad preciso bajo el mismo manto de dolor y solemnidad. Resulta notable lo que ocurre en este tramo, donde los trabajos marcados por la irregularidad, en vivo ganan en consistencia y el efecto hipnótico que se extiende hasta en los más escépticos. Más aún con el excelente trabajo de Rikard Zander en los teclados, quien recrea en vivo, y de manera impecable, los toques synth-pop de Depeche Mode. En cuanto a puesta en escena, Edlund es un frontman realizado. Gestos y miradas hacia el público, con un dominio escénico que genera admiración pese al hermetismo de su ‘personaje’.
El regreso a los ’90s con «Phantasma De Luxe», es uno de esos momentos creativos que en vivo ayuda a construir una atmósfera de expresión e integridad que puede abrumar tanto como purificar a los presentes. Una pieza con armado minimalista que expande su tamaño hasta alcanzar su clímax de melodía e interpretación. Una parada que nos eleva hacia lo más alto, para después emprender la bajada desde la cumbre a los pies de la montaña con «Brighter of the Sun», con el bajista Gustav Hielm ejerciendo como segunda voz. Hielm, quien grabó en el álbum Chaosphere de los todopoderosos Meshuggah e hizo lo propio en Pain of Salvation durante la última década, es un bajista exquisito con ‘voz’ propia, dueño de una técnica que combina sobriedad con efectividad. Y no tiene empacho en aportar con el espectáculo, al punto de abrazarse fraternalmente en algún pasaje con Edlund.
A lo que vinimos. Es lo que pensamos todos cuando «Wildhoney», la pieza, inaugura el capítulo dedicado a Wildhoney, la obra magna por excelencia. «Whatever That Hurts», qué decir respecto a un trabajo cuya estatura se manifiesta con toda la claridad del mundo en el directo. En la batería, el golpe a golpe del histórico baterista Lars Sköld se mira a los ojos con el verso a verso de Edlund con una fluidez que solamente se adquiere a punta de convicción y recorrido en favor de una idea en común. Le sigue, tal como en el disco, «The Ar», la cual nos transporta de un lugar cálido y mortuorio al oleaje más intenso. Entre medio, Edlund aprovecha de ir a un costado del escenario para saludar a un grupo de fans apiñados en dicho sector. Por supuesto, nada de aquello empaña lo que ocurre en el escenario, donde el trance y el ritual se hermanan en una sola expresión de humanidad y arte.
El recorrido por Wildhoney es obligatorio, y esto va más allá de que se trate de una obra maestra o un álbum clásico. Tiene que ver con las posibilidades de expresión y honestidad que Tiamat capturó en el estudio hace más de 30 años, para después presentarlo y mantenerlo igual de atrapante en vivo. Por eso es que «Do You Dream of Me?», una de las piezas más tristes y emotivas jamás escritas, no provoca más que silencio en un público que sucumbe sin ´peros’ ante tamaña maravilla. De paso, nos permite apreciar las cualidades musicales de Simon Johansson, un guitarrista que dispone su habilidad al servicio de la pieza por sobre el lucimiento personal. En el mismo plan, Johan Edlund se pone los hábitos de sumo sacerdote en una eucaristía de música pura con pinceladas de claroscuro. Cerrando la carne de una presentación fulgurante, «Visionaire» retoma la magnitud para, nuevamente, llevarnos hacia la última cumbre cercana a la Bóveda Celeste. Su métrica a la usanza del vals, le da un ritmo trepidante que potencia la variedad de matices vocales y sonoros que revelan en todo su esplendor la maravilla de ayer y hoy desde lo que importa más que la bondad tecnológica de turno; su escritura.
El viaje continúa con la urgencia de «Cold Seed», el hit-single de A Deeper Kind…, un momento creativo que en el directo triunfa de manera inapelable, siempre mediante lo que importa. Y en una propuesta donde la luz y la sombra se distribuyen el dominio como reflejando los pensamientos de su fundador e ideólogo, «Wings of Heaven» cae de perilla. Nótese el aporte de Prey al set, un trabajo que no se limita a defenderse sobre el escenario. Es la captura fotográfica del momento que Johan Edlund estaba viviendo durante la búsqueda de su independencia personal y artística. Donde la tentación del juego en las grandes ligas es irresistible, Edlund vio ahí una serie de reglas que no estuvo dispuesto a acatar. Y esa convicción es la que le da a su catálogo en vivo un prestigio que se vale exclusivamente de las intenciones de su creador.
Cerrando la noche, y con un público en llamas, «Vote for Love» empieza el tramo final. La única elegida del controversial Judas Christ (2002), con el amor en todas sus formas con fondo. Su coro ganchero, sin embargo, basta para eliminar cualquier residuo de prejuicio con tamaña muestra de potencia. Y como broche dorado, el binomio compuesto por la instrumental «25th Floor» y la grandeza absoluta de «Gaia», ambas del fundamental Wildhoney clausurando de manera pletórica un regreso con brisas propias de un primer cara a cara. Qué grandes y pequeños nos hace sentir una pieza con dimensiones siderales, al punto de hacernos uno solo con el microcosmos que observamos ante nuestros ojos. Y el bueno de Johan Edlund, como buscando dejarnos con el corazón en la mano, se dirige nuevamente hacia el costado del escenario, intercambiando abrazos y tomándose selfies con fans eufóricos que profesa su admiración como si fuera la última vez.
Esperemos que, ante una ocasión próxima, su regreso no demore otros 16 años. Por otro lado, muchas veces lo mejor siempre se cocina a fuego lento y llega en el momento indicado. En este caso, la voluntad de Johan Edlund es la que rige los destinos de una agrupación que se resiste a descansar en una fórmula ganadora. Es lo que nos sorprende y apasiona de Tiamat, la forma en que hizo posible lo impensado; el metal extremo también puede orbitar sobre el Lado Oscuro de la Luna. Y para hacer realidad esa imagen, fue menester unir mundos (aparentemente) distintos en una sola expresión de dolor. Johan Edlund es un visionario, y Tiamat es el resultado vivo y concreto de dicha observación. Una proyección nítida en el color de la noche.
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