SAMSARA TRIP (2025): FLAMÍGERA ALQUIMIA SÓNICAespera un momento...
jueves 06 de febrero, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Pablo Rumel.
«Es preciso, que la vida humana se consuma completamente para agotar todas las posibilidades de creación o de manifestación; si se interrumpe bruscamente, por una muerte violenta, intenta prolongarse con otra forma: planta, flor, fruto”. Mircea Eliade, filósofo rumano.
Samsara Trip debuta con un disco rotundo que invita a un viaje sonoro profundo, donde se entrelazan elementos de stoner, psicodelia y postrock, fusionando influencias y creando una experiencia única para los oyentes.
«Kemet» es la primera pista del disco, que como frontispicio, nos invita a este alucinante viaje interior de desiertos cósmicos y cadenas rotas, un minuto del sonido tenue de una ventisca que trae consigo unos profundos ohms dhármicos, que cuales monjes meditando en el desierto, se transfiguran en acordes lentos y arrastrados: unas guitarras arpegiadas y reverberadas dan paso al juego de platillos y de lenta cadencia, obra del batero Gustavo Muñoz, que de la mano del bajista Michel Irribarra, le entregan la pulsación a esos parajes desérticos de esfinges enterradas y flores descarnadas. Promediando la mitad del tema, sin romper la lenta cadencia, las guitarras rompen sus líneas aéreas para convertirse en potentes riffs, a la par que el bajo se llena de polvo y la batería potencia el trance, que cual brújula, nos avisa que hemos llegado a extrañas tierras. Nos ponemos el cinturón, bien firme, pues el viaje recién comienza.
«Las dos serpientes» inicia con un ritmo de batería sincopado, dando la entrada a un bajo que va escribiendo con líneas hipnóticas este lienzo musical, una danza milenaria en la que las dos serpientes-guitarras, al mando de Marco Soto y Gabriel Lillo, se enroscan y se persiguen una a la otra creando atmósferas etéreas adornadas con chirridos, pequeños wha-whas y rasgueos disonantes. Escuchamos una base poderosa y danzarina a medios tempos, un bajo arenoso que también ensucia a las guitarras con riffs que poco a poco se van haciendo más pesados: cerca de los cuatro minutos la danza se torna frenética, pero el baterista tiene la sabiduría de contener a las serpientes que van rasgando sus pieles en una danza circular, que como la Triparasundari, rosa cósmica de la India, podemos contemplarla al igual que un mandala abriéndose sobre nuestras cabezas. Las guitarras gotean sangre, y ya para ese entones al baterista o le han crecido dos brazos y dos piernas, o el espíritu de un Clyde Stubblefield o un Nick Menza se han apoderado de su cuerpo, atacando la maquinaria con una energía endiablada, con ritmos finales que suenan a conga, a rumba, a funk, con el apoyo de Matías Soto en la percusión, todo en formato psicodélico.
Ya estamos en el tercer corte y hasta el momento no hemos hablado de influencias directas, y quizá «Lo que es del espíritu», sea la excusa perfecta para hacerlo: se trata de una faceta mucho más postrockera, y por acá pasan las estructuras de unos God is an Astronaut, Black Sky Giant, 65 days of Static, Collapse under the Empire, And so I Watch You from Afar, y no seguimos con más para no agotar al lector, que sin embargo sabemos que valora nuestras recomendaciones. Estamos frente a una canción lenta, más introspectiva que las anteriores, con secciones de guitarras limpias reforzadas con ecos y delays. El bajo etéreo que inicia el corte le otorga toda la atmosfera a esta canción, más cálida, con una batería suave y jazzeada, sorprendiéndonos casi al final con una guitarra solista que se abre como un cuchillo entre los murallones sónicos, que de la solidez pasan a lo vaporoso. Un escalón más dentro de la línea compositiva del disco, demostrándonos que Samsara Trip son capaces.«Se vuelve imaginario» es el tema más largo del disco, con 11 minutos y quince segundos, con al menos cuatro secciones que podemos identificar por los quiebres. Una introducción casi como hierofanía o anunciación divina le dan la bienvenida al tándem bajo-batería, quienes serán los encargados de encender las velas de esta homilía sideral. Promediando los tres minutos, la batería entra con una nueva energía, con más fuerza, pero sin acelerar los ritmos, escenificando una lucha interior que marcan el momento más stoner del disco. La atmosfera se profundiza con solos de guitarras whawheadas, una pesadez que comprende que ligereza y peso deben alternarse en la búsqueda de un equilibrio, y así llegamos hasta los seis minutos, en que una nueva sección con un sintetizador muy tenue nos sumerge una vez más en las alturas: bajo y batería vuelven a la carga, con ritmos a medio tempo, con secciones de bajo realmente notables, más limpio que en otras ejecuciones, dándole el groove necesario que la canción pide. En la sección final, ocho minutos y cincuenta, redobles de caja marcan la salida, volviendo real lo imaginario, en una pieza de exquisita factura que destila maestría a borbotones.
Llegamos a la última parada con «Samadhi», una síntesis del disco, la cual recoge esa base rítmica serpenteante, pero esta vez no la arrastra y la empuja al vacío, cercado a su vez por riffs más sucios con alta vocación reflexiva, en los que pasaremos de estados de quietud a momentos más esperpénticos: las cadenas se han hundido en abismos insondables, y al acercarnos a la mitad del tema, en un nuevo giro, la percusión domina esta canción con un juego de platillos que mandan al fondo al bombo y a la caja. Power chords flangereados se encargan de construir las capas atmosféricas, con algunos momentos tremoleados con harto eco y reverb: estamos llegando ya casi al final, la guitarra solista se transforma en una suerte de ritual vodú, y por un momento sentimos el mismo feeling de un Jimmy Hendrix envuelto en ácidas tinieblas: la ceremonia ha llegado al clímax, las cortinas se han caído y nos han dejado flotando en una inmensidad sonora que nos eleva a dimensiones insondables. Cuerpo y espíritus separados, atravesados por la flamígera llama sónica de estos sanantoninos, que podrían estar en Egipto, México, Indonesia o incluso tocando desde una lejana galaxia: la base rítmica se acelera y no perdona, el baterista sabe que estamos arriba y no nos va a permitir que escapemos del trance, vamos a caer estrepitosamente y renacer, o nos hundiremos en la vorágine que lo arrastra todo en esta química vegetal impresa en el gran Fuego Sutil, ese dispositivo que los antiguos alquimistas usaban para crear la rosa roja, la de la tintura metálica solar, la de la transformación final.
Samsara Trip debuta con un disco rotundo para celebrar y aplaudir de pie, grabado y mezclado por Michel Irribarra en Estudios Coscoroba San Sebastián/Cartagena (¡gran trabajo!), con arte de portada del mismo guitarrista de la banda Gabriel Lillo, lo que le otorga mayor unidad creativa, pues la imagen del grupo dialoga completamente con la propuesta. La música buena se celebra, y tras finalizar el viaje no queda más que sumergirnos en esta experiencia a la espera de nuevos trips, que nos transporte a pasajes desérticos y estrellados de poderosa luz.
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