El ex guitarrista de Megadeth volvió a Chile y la rompió: slaps japoneses, baladas dolidas y metal de alto nivel
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El ex guitarrista de Megadeth volvió a Chile y la rompió: slaps japoneses, baladas dolidas y metal de alto nivel

El ex guitarrista de Megadeth volvió a Chile y la rompió: slaps japoneses, baladas dolidas y metal de alto nivel

sábado 14 de junio, 2025

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Escrito por: Equipo SO

Por Pablo Rumel
Fotos Rodrigo Damiani @SonidosOcultos

No solo aprendimos a decir “conchetumare” en japonés; vimos una puesta en escena perfecta, un señor Marty Friedman en estado de gracia que no falló ni una nota, y para mayor deleite, acompañado por un trío de japos jovencísimos que lo dieron todo en el escenario ¿qué pasó? ¿Qué temas tocaron? ¿Hubo fallas? Vamos con la reseña completa de este gran show.

LOS TELONEROS

Viernes 13 de junio, un frío que congelaba los huesos y embotaba al cerebro, pese a los augurios de lluvia, el cielo santiaguino se abrió y solo llegaron los rugidos helados de los Andes. El público llegó a las 19:00 a las puertas del Teatro Cariola, no obstante , un meet and greet que se prolongó más allá de lo establecido, retrasó el show en una hora.

Pero ya estábamos adentro, y a las 20:33 arrancó la banda nacional de Hidalgo. Conscientes del recorte de tiempo, arrancaron apenas terminaron las pruebas de sonido, eligiendo «Infragilis» de su último disco Elementos: la ejecución fue limpia, con solos melódicos y elaborados, una base rítmica progresiva y algunas tonalidades Groove que imprimieron el tonelaje metalero a sus bellas composiciones.

Con «Sempuray» quedó claro que Hidalgo no es sólo una banda que suena bien en estudio: una batería que galopaba en frases entre los platillos y marcaba la polirritmia con precisión endiablada, una Angie Bernini inspirada que atacó cada acorde y nota como una señora de las seis cuerdas, un Gabriel Hidalgo en plena forma creativa, y por supuesto, al bajo, Braulio Aspé, dibujó los pórticos y las entradas por donde se colaron las melodías espiraladas e hipnóticas de la banda, que redundaron en pura maestría. Con la triada «Garuda», «Lancuyen» y «Vernishna» sellaron su participación.

La banda Plasma, proyecto del virtuoso Claudio Cordero, saltó al escenario a las 21:30, interpretando «Cas Na Pivo», en formato trío, con el capitán de la banda atacando con barridos y ligados veloces, no dejando ninguna duda a su sapiencia en el uso del instrumento. En «Outatime» quedó patente la presencia compositiva del bajo, con líneas que amoldaban la estructura de la guitarra solista, la cual se oyó libérrima, pero a la vez integrada a la orgánica de la banda.

«Letting Go» fue otro portento, con una base jazzística y sincopada en compases de tres cuartos; la pura velocidad quedó en segundo plano, porque la proeza de Cordero no estuvo en llenar de técnicas y barridos los espacios de su trama melódica, hubo contención y cambios dramáticos de los tiempos. La trilogía de cierre fue con «7 días», «Retrospectivas» y «Psychoswing», tema final que exploró rítmicas más pesadas, con un metal modernizado que sigue amoldándose a los viejos estandartes.

MARTY FRIEDMAN Y SU BANDA

Todo empezó con los teclados de «Deep End», una pieza melancólica que va progresando nota a nota hacia compases sombríos; vimos emerger la silueta de Marty Friedman, quien junto a su banda, de espaldas al público, casi en una postura de oración o de juramento nipón, cruzaron íntimas miradas para voltear y marcar el arranque de una cita que será histórica, por dos razones: la encarnación misma del héroe guitarrístico por excelencia, y dos, porque se trató de un evento que quedará grabado en formato profesional para el deleite de todo el mundo.

Con un estilo estrafalario que recordaba a Prince, tacones altos, camisa larga a rayas con manchas anaranjadas y pantalones ajustados, y su inconfundible melena rizada, con el mismo espíritu de ese mozuelo que conocimos en ese lejano Megadeth de los años 90, se dio arranque a las primeras notas de la apertura. Casi sin respiro, comenzó «Angel», una balada con mucha nota sostenida a lo Satriani, breves barridos y tremendo despliegue escénico. Esto hay que remarcarlo: el sentido del espectáculo fue pleno, Marty no se limitó a ejecutar con soltura el instrumento, recorrió el escenario como el living de su casa, o más niponizado, se deslizó como sobre patines sobre el tatami, dejando en claro que la guitarra no solo se toca con los dedos o el alma, sino que de cuerpo entero.

El escenario se tiñó de colores y con una fuerte ráfaga de luces, arrancó la moderna y rítmica «Waka Hyper», con una intro grooveada y post rocker, con velocidades rápidas y mucho fill en la batería: fue el momento en que la bajista japonesa Wakazaemon (repita conmigo: Wakazaemon!), ejecutó unos slaps funketas en sus cuatro cuerdas y tomó el micrófono para cantarnos; su voz se oyó despacio, es verdad, y sería bueno revisar más adelante el registro grabado para apreciar con mayor claridad los bellos tonos de su interpetación.

A las 22:43 Marty Friedman aprovechó la energía desbordante del público chileno para detener las marchas y saludar al respetable, mandarse su correspondiente “conchetumare”, honor y deber que toda banda extranjera que toque en suelo chileno debe emitir, para lanzarse de lleno con su «Amagi Goe», una canción de pura vocación de intro animé japonés, transmitiendo drama, misterio, heroísmo y todas las capas de emociones, que cual montaña rusa, los japoneses, expresivos hasta la médula, saben imprimir a su arte.

Friedman estaba en su salsa, disfrutando el cumbión a toda vela: sonreía, gesticulaba, hacía mímicas a sus músicos y al público, y entre risas y virtuosismo se mandó el solo de «Tornado of Souls», dejando en claro que su etapa en la Mega-Muerte no fue circunstancial. La reacción del público no tardó en aparecer: volaron chorros de cerveza, y un rápido mosh al centro, haciendo gala al título de tornado, giró con una fuerza centrípeta veloz para acompasar la canción. «Kaze Ga Fuiteiru» en la misma línea, base rítmica sólida y juego de la guitarra solista a medio camino entre lo épico y lo emotivo.

22:03 y nueva pausa. Ya nadie dudaba de que presenciaríamos un show único, el sonido era impecable, el escenario sencillo pero articulado lumínica y espacialmente para que la banda desarrollase con maestría su trabajo. Marty tomó el micrófono y picaronamente anunció que ahora examinaríamos el lado más romántico del metal; todo no son tachas, combos y patadas, ahí estaba el amor, el sentimiento más noble y puro del mundo, esta vez convertido en música.

Nos fuimos con dos baladas de su última placa Drama, las canciones «Tearful Confession» e «Illumination», dos canciones compuestas bajo el signo del dolor, la pena y la traición, ideal para dedicárselas a la polola, o a esa ex que lo traicionó y lo entregó a sus enemigos, cual Judas Iscariote. El segundo guitarrista Naoki Morioka, no fue un mero comparsa rítmico, ejecutó solos, rivalizó con su maestro, entre bromas y desafíos, ejecutaron solos gemelos que quedaron más lindos que un atardecer en do mayor.

El voraz tiempo avanzaba, y se notó a la legua que el público intentó detenerlo para eternizar en un loop infinito el talento de Friedman y compañía. Hay que darle una distinción especial al baterista Chargeeeeee…, sí, leyó bien, así se escribe; el estrafalario batero de chasca teñida de rubio platinado, y vestido como el malo de los animés, a pata pelada saltó desde su banco metalizado para posicionarse arriba de los platillos con la velocidad hipersónica de un tigre, y moviendo su melena y colocando esas caras imposibles de los actores del teatro Kabuki, maquillaje incluido, atronó las percusiones, hizo bailar en sus ejes a los platillos, y golpeó con una fuerza sobrehumana cajas y bombos, que de seguro estaban revestidas en titanio, de lo contrario se habrían destruido al terminar la primera canción.

Hubo interpretaciones de discos clásicos de Friedman, como «Devil Take Tomorrow» o «Elixir» del Loudspeaker, con estructura blusera y momentos de introspección y maestría que quedaron impregnados en los oídos del respetable. Marty nos enseñó que la composición musical no se trata solamente de un repertorio de técnicas o esa velocidad interpretativa que cual youtubero busca impresionar a su público; la composición debe incluir calma, precisión, texturas, y velocidad también, pero no un torbellino de notas inentendibles, y fuera de toda esa clase maestra, además nos enseñó a decir “conchetumare” en japonés, ¡momento en que toda la audiencia gritó Mashipane! Qué palabra más bella, conchadetumadre, más que un insulto, es un recuerdo de que venimos todos de una santa madre.

«For a Friend» fue la interpretación del cierre, delicada y poderosa en cada nota, para dedicársela a esos miembros de la familia que uno sí eligió: los amigos. Entre vítores y coreos, llegó pasado las doce de la noche el cierre del cierre, vimos a un Marty ataviado con la camiseta de La Roja (Dios quiera que corra mejor ventura en el futuro), para interpretar su tema final.

Una velada así no se repite todos los años. Fue mucho más que un recital: fue una ceremonia estética, un manifiesto del poder transformador de la música instrumental cuando es tocada con el cuerpo entero. Marty Friedman y su banda no vinieron a cumplir con el público chileno; vinieron a incendiar el escenario, a reír, a conmover, a jugar y a entregar cada gota de energía como si fuera la última. Se grabó en video, sí, pero hay cosas que no caben en un archivo: la emoción, el calor del público, las miradas entre músicos, los solos gemelos como puestas de sol y el momento exacto en que todo el Cariola gritó “¡Mashipane, conchetumare!”. Eso no se olvida.

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