Jim Morrison, cuando 15 años no son nadaespera un momento...
miércoles 27 de septiembre, 2023
Escrito por: Equipo SO
Por Francisco Quevedo.
El poeta que las hizo de vocalista de The Doors se convirtió en leyenda por encarnar al artista en múltiples dimensiones. Podía ser salvaje y desenfrenado y, en un abrir y cerrar de ojos, ser tímido y reservado. Todo en uno. Todo dentro de Jim Morrison.
“Dark Horse: la caja de pandora”. Así se titulaba un artículo que escribí para un curso de la universidad en el año 2008. Lo cierto es que no recuerdo si el titular era exactamente así, pero sí recuerdo el concepto “Dark Horse». El protagonista del citado artículo era Jim Morrison. Y el calificativo que aludía al caballo tenía asidero porque mientras investigaba para escribir, eso sí que no recuerdo dónde lo leí o quién lo dijo (aunque tengo un vago recuerdo de que fue Dave Navarro), me encontré con esta reflexión que definía a Morrison como un “caballo negro” porque era una caja de sorpresas, nunca sabías con qué iba a salir, era impredecible, indescifrable, a veces salvaje, a veces extrovertido, a veces excéntrico, a veces misterioso, a veces locuaz, a veces tímido, a veces explosivo, a veces reservado. A veces muchas cosas, pero siempre todo dentro de la misma caja: Jim Morrison.
El poeta que hizo de vocalista de The Doors partió joven, pero dejó un recuerdo indeleble en la historia de la música popular. Tal como otros, pasó a engrosar ese listado escrito con letras doradas y desde 1971 está sentado en la mesa de los más grandes, en la mesa del mantel largo y la cuchillería de plata.
Hijo de militar, arma de palo
James Douglas Morrison nació el 8 de diciembre de 1943 en Melbourne, Florida. En la misma fecha, pero veintitrés años después, nacería Sinead O’Connor. Coincidencias. Debido a que era hijo del militar norteamericano George Stephen Morrison, su infancia la vivió entre campos militares, rasgo que siempre se resalta de aquella época de su vida. De hecho, su padre no apoyó el haber optado por la música. Además, Morrison solía inventar cosas acerca de su familia, algunas tan lapidarias y delirantes como que estaban todos muertos. Su compañero en The Doors, Robby Krieger lo ratificó tiempos después en una entrevista a The Guardian. “Creo que Jim tenía problemas reales de salud mental -depresión maníaca o lo que fuera- y cuando la prensa le preguntaba por su familia, decían que estaban muertos”, afirmó.
Durante toda su vida, Jim Morrison se caracterizó por se un devorador de libros. Esta afición marcó su carrera porque él era poeta antes que cualquier otra cosa. Nietzsche fue uno de sus autores de cabecera y una de sus mayores influencias al momento de escribir, veta que comenzó a explotar desde temprana edad. “Creo que en quinto o sexto curso escribí un poema que se llamaba The Pony Express. Era un poema estilo balada. Nunca conseguí acabarlo. Siempre quise escribir, pero siempre supuse que no sería nada bueno a menos que la mano cogiera el lápiz por sí misma y se moviera sin que yo tuviera nada que ver con ello. Como en la escritura automática. Pero eso nunca sucedió. Escribí varios poemas, claro. Tenía muchas libretas en el instituto y en la universidad, y cuando dejé de estudiar por alguna estúpida razón (a lo mejor fue algo inteligente), las tiré todas. No hay nada que se me ocurra que me gustaría tener ahora mismo más que aquellas libretas (…)”, relató a la revista Rolling Stone a fines de los sesenta. Durante su vida, Morrison leyó y fue influenciado por variados autores, entre los que destacan William S. Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Louis-Ferdinand Céline, Lawrence Ferlinghetti, Aldous Huxley, Charles Baudelaire, Vladimir Nabokov, Franz Kafka o Albert Camus, por nombrar algunos.
Por lo mismo, cuando Morrison conoció al tecladista Ray Manzarek en 1965, ya tenía un sinfín de letras escritas que luego se plasmarían en las melodías de The Doors. La formación la completó el guitarrista Robby Krieger y el baterista John Densmore. Morrison aportó la cuota lírica al grupo, dejando la música a cargo de sus tres camaradas. “De niño intenté tocar el piano, pero no tenía la disciplina necesaria (…) toco las maracas. Puedo tocar alguna canción al piano. Sólo son mis propios inventos, no es música de verdad; es ruido. Me gustaría ser capaz de tocar la guitarra, pero no lo siento de verdad”, narraba a Rolling Stone.
The Doors, que debe su nombre a un libro de Huxley, alcanzó a lanzar cinco discos antes del deceso de Morrison. The Doors encarnó una forma de banda precursora para sus tiempos. El grupo era el resultado de la combinación de variados elementos, los que se volvieron un imán irresistible para las masas. Comenzaron en silencio en Los Ángeles para luego abrirse camino gracias a esa fórmula única. En un disco podían incluir canciones desenfrenadas, obras monumentales de larga duración y baladas o cortes más “reflexivos”. Todo en uno y en menos de 45 minutos en promedio. ¿Qué más se podía pedir?
Ese ambiente fue el ideal para Jim Morrison plasmara su universo, sus inquietudes, anhelos, reflexiones y filosofías varias. Porque Morrison era más que un poeta-vocalista. En tiempo récord se convirtió en un símbolo de rebeldía, un frontman excelso, con sex appeal, que dominaba la escena de manera formidable. Si compañero Robby Krieger entregó detalles de su visión sobre la figura de Morrison. En entrevista con el sitio The Guardian, el guitarrista afirmó que “Jim nunca había cantado antes de entrar a la banda y los músculos que se utilizan para hacerlo. No tardó mucho, pero Jim se convirtió en un 95 sobre 100 después de comenzar como un 10. Su voz se convirtió en un arma (…) Jim era muy tímido y reservado sobre el escenario al principio. Según tocamos noche tras noche, fue mejorando más y más, era cada vez más salvaje”, explicó. “Cuando la gente nos venía a ver, sabían que no era solo un show. No había ninguna diferencia entre el Jim que estaba sobre el escenario y el que estaba fuera”, apuntó Krieger a The Guardian. El propio Morrison dio más luces en una entrevista concedida a la revista Rolling Stone: “(…) No hay nada más divertido que tocar música para el público. En los ensayos puedes improvisar, pero ése es un tipo de atmósfera muerta. No tienes la reacción del público. Pero en un club con un pequeño público, eres libre para hacer cualquier cosa. Aún sientes la obligación de hacerlo bien, así que no puedes dejarte llevar del todo; hay gente observando. Se crea esa hermosa tensión. Hay libertad y al mismo tiempo está la obligación de tocar bien”, acotó.
Por esta forma de ser, cautivante e hipnotizante, Morrison es citado por muchos artistas como su mayor influencia: Layne Staley, Patti Smith, Ian Curtis, Glenn Danzig, Siouxsie Sioux, Eddie Vedder, Scott Weiland e Ian Astbury, son algunos de los ilustres. Es más: Weiland cantó alguna vez con The Doors y Astbury fue el vocalista de «The Doors of the 21st Century», proyecto encabezado por Manzarek y Krieger, que comenzó en 2002 (los dos integrantes originales siguieron tocando juntos hasta la muerte del tecladista en 2013).
Sin embargo, no hay que obviar el hecho de que, pese a su status de megaestrella y símbolo generacional, entre los años 1967 y 1970 la vida de Jim Morrison se dividió entre escenarios, detenciones policiales, polémicas, juicios y provocaciones de toda índole. Esta fama (o mala fama) no hizo más que aumentar los mitos en torno a su figura, los que eran (y son) alimentados por sus propios fanáticos, quienes han creado un aura sacra en torno a la imagen de Morrison. No está demás decir que la mayoría son exageraciones o derechamente inventos.
Legado perpetuo
Su muerte en París el 3 de julio de 1971 cerró su capítulo físico en la Tierra, pero abrió el capítulo espiritual de ahí hasta el fin de los tiempos. Fue encontrado en el departamento que compartía con su compañera Pamela Courson y la versión oficial reza que fue por una sobredosis de heroína. Como suele acontecer con figuras de tamaña envergadura, su fallecimiento es sujeto de cuentos y mitos, teorías conspirativas, dudas, versiones encontradas, etc. Lo concreto es que pasó a engrosar el denominado “Club de los 27” (una invención superflua de la industria para rendir culto a ciertos artistas que por casualidades del destino murieron a esa edad. Nada más).
El recuerdo y legado de Jim Morrison sigue vigente. Su tumba en París es uno de los lugares más visitados por los turistas, hecho no menor considerando que París tiene atractivos para derrochar. “Supongo que me veo a mí mismo como un artista consciente que persevera en el día a día, que asimila información (…)”, decía Morrison a Rolling Stone. Suena a mucha modestia frente a su figura, pero a fines de los 60s él no sabía que se convertiría en aquel venerado personaje, citado por muchos como su mayor influencia artística.
Releyendo información sobre la vida de Morrison, podría sostener que lo escrito hace 15 años -la definición de “Dark Horse”- le viene como anillo al dedo. Jim Morrison podía ser muchas cosas, muchas cosas en el mismo envase. Y comprobé también que 15 años no son nada para una leyenda de la envergadura de Jim Morrison.
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