Pentagram y Diabolvs en MiBar: Íconos de perdición demoníaca
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Pentagram y Diabolvs en MiBar: Íconos de perdición demoníaca

Pentagram y Diabolvs en MiBar: Íconos de perdición demoníaca

viernes 10 de mayo, 2024

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Escrito por: Equipo SO

Por Claudio Miranda
Fotos por Rodrigo Damiani @SonidosOcultos

En plena gira promocional del aclamado Eternal Life of Madness por territorio chileno, Pentagram sólo había contemplado una estación en la capital. Fue en el Caupolicán el domingo recién pasado, abriendo los fuegos para Carcass, la leyenda máxima de la música extrema que haya parido Inglaterra. La convocatoria en el tradicional recinto de calle San Diego tuvo un sabor especial, el de un ritual de metal extremo desde la tripa, presentando un lanzamiento que confirma la vigencia de una leyenda suprema en el metal chileno. Fue ahí cuando Anton anunció a los comensales una fecha sorpresa en MiBar, un lugar que en estos días ya es todo un bastión del underground de ayer y hoy. No podía ser menos para los parroquianos de la capital respecto a las fechas en regiones. No podía quedarse en el aperitivo del acto de apertura el lanzamiento en vivo de su segunda placa. Un acontecimiento de tamaño calibre merece una fiesta para los suyos. para la minoría que se congrega en una celebración a la música maldita.

Y como en toda fiesta, hay un sentimiento que compartimos tanto el público como los invitados especiales. Porque si vamos a hablar de metal de vieja escuela, sobretodo en lo que respecta al death metal, el nombre de Diabolvs era el indicado, incluso siendo ellos los anfitriones. Un grupo de amigos, todos con kilometraje probado y uniendo fuerzas para tocar death metal, No es solo la música que les gusta, sino el ecosistema en el cual sus integrantes se movían hace dos o tres décadas en sus respectivos proyectos. Y aún lo hacen, sólo que fue en 2013 cuando decidieron juntarse a ensayar y escribir canciones en la línea del estilo en su fase más primigenia. Un puñado de dichas piezas vio la luz empezando el 2020, con el lanzamiento del EP «Rite of Consecration», un miniálbum sin dobles intenciones ni pretensiones de «reinventar» algo que no lo necesita. Y eso es lo que nos gusta de Diabolvs en su esencia.

Con la noche capitalina envuelta en un frío implacable, la intro acústica de «Perpetual Sorrow» le da un subidón a la temperatura. Con las guitarras de Sergio Aravena y Rolando Castillo, la voz de Claudio Carrasco hace lo suyo al vomitar las toneladas de odio y denuncia con que Diabolvs se dirige hacia los dogmas religiosos y los abusos cometidos por la iglesia. Por supuesto, nada de eso tendría sentido si no fuera por el calibre de la música, las canciones, la ejecución de sus integrantes, todos haciendo simbiosis para desplegar el máximo poder devastador. Si el primer nos deja atónitos, «Temple of Hypocrites» ya desata el headbanging de manera inmediata y encarna el sentimiento propio del death metal como el retrato de la muerte y sus fauces. Igual que en la más breve e igual de castigadora «Killing my Enemies», un deleite para todo amante del death metal en su fase primitiva y, a la vez dotada de pasajes y melodías que señalan el destino de una civilización condenada a la extinción.

Tal como el EP «Rite of Consecration» deja caer sus misiles en plena zona de desastre, también hay espacio asegurado para «Deceiver», «God’s Beast» y «Sick of the Cross», todas adelantando lo que será el primer largaduración de Diabolvs. Es verdad, son amigos que se reúnen a hacer death metal como les y nos gusta, pero también hay un propósito superior. El desempeño del joven Ian Huidobro en la batería, le da a Diabolvs una metralla de bríos canalizada con la experiencia del trinomio Carrasco-Aravena-Castillo. Y no olvidar el aporte de Felipe Vuletich en el bajo, uno que sabe «algo» de integrar proyectos arraigados en lo que no se transa. Y es que, a propósito de una de sus piezas, hay un espíritu ancestral que reclama lo que le pertenece, busca recuperar un terreno en el cual yace la ira de quienes dieron la vida sin ceder a sus convicciones. Las mismas que proclama Claudio Carrasco con su registro podrido de la misma marca que los John Tardy y Chris Reifert del mundo, a la vez complementando sus dotes con la jerarquía de Aravena y Castillo en las guitarras. Diabolvs no solo abraza el lugar común, sino que lo pasa por su propio filtro ritual para darle su broche de consagración en la tierra infecunda.

Lo que esperábamos quienes quedamos con gusto a poco en el Caupolicán el domingo pasado. Lo que anhelábamos en un espacio más íntimo, con «El Imbunche» dándole el puntapié inicial a un encuentro que quizás hace 20 años parecía imposible y relegada a una que otra reunión de aniversario. No hay otra forma de referirnos al presente de Pentagram, nuestros Pentagram, y lo bienvenida que es su segunda placa en estudio. La forma en que del presente fructífero pasamos a los tiempos malditos en «Profaner», una pieza fundacional en Chile y Sudamérica… Cómo negarnos al encanto de una música que desde los inicios buscó desafiar cualquier parámetro externo, incluso los de su propio hábitat musical. Y es en el directo donde el oído más exigente se da cuenta del buen gusto y la solvencia de una agrupación que hoy no vive de «lo que pudo ser», sino que simplemente… ES. Como toda una institución.

A los chicos de Pentagram les gusta lo que han hecho durante la última década. Lo disfrutan y lo hacen saber a quienes repletan el recinto de calle Santa Isabel. Tanto aspi que tras una soberbia versión de «Demented», Anton se da el tiempo de saludarnos y presentarnos «The Portal» como un triunfo absoluto. Notable lo que ocurre en el escenario, el disfrute de cuatro veteranos que nos entregan una colección de piezas y canciones frescas, jóvenes y nutridas de la experiencia de sus creadores. Las subidas y bajadas con sus respectivos accesos, un lienzo de locura y horror que en directo fluye de manera sobrenatural. Lo que ocurre también en «Temple of Perdition», con el bajo de Juan Francisco Cueto marcando la pauta. El querido Kato, vistiendo una polera de Criminal, disponiendo sus capacidades a un clásico empapado en la penumbra onírica de Celtic Frost. No exageramos ni nos equivocamos en hablar de las influencias de Pentagram, porque es lo que estos señores que promedian los 50 años respiraban durante sus respectivas formaciones como músicos en sus años pre-adolescentes. El mismo hedor que expele «Evil Incarnate», con la voz de Anton sonando podrida y acumulando el odio imperante hacia el status quo. Notable y emotivo lo que hacen Anton y Juan Pablo Uribe en las guitarras. No solo en este pasaje, sino en toda la performance, intercambiando protagonismo en los solos o formando esa muralla de guitarras que hace sangrar las manos de quien se atreva a desafiarla.

Nos gusta lo que hace y se manda Juan Pablo Donoso en la batería. En «Icons of Decay» utiliza todos sus recursos sin caer en el lucimiento, mientras Kato en las bajas frecuencias entabla el puente entre castigo a golpes y el cuchillo de las guitarras. También nos llena de orgullo el homenaje al mito del sur del mundo con «La Fiura», el tributo a los misterios y las leyendas que nos recuerda lo abrumadoramente rica que es nuestra cultura. La hija del Trauco, un ser fantástico que proyecta una fetidez al mismo nivel de su horrible aspecto físico. El fruto de la misma perversión que Pentagram refleja en la música, porque eso es el death metal desde el impulso, la tripa, el odio desde la entraña.

Dicen que la experiencia se ve en los momentos de dificultad ante todo. Y precisamente es lo que le da a la noche en MiBar un aire de cátedra cuando un problema técnico interrumpe una presentación demoledora. Porque en vez de decaer la temperatura, «Eternal Life of Madness» hace su aparición para transformar todo en el averno terrenal. Un viaje a través de la oscuridad humana y lo peor de lo nuestro, en vivo te conduce por pasajes de alienación y vesania hasta más allá de lo permitido. Lo reseñamos acá hace poco; nos parece extraordinaria la forma en que Pentagram consagra su propia firma con una colección de piezas que desafía todo lo esperado. Y que en el escenario todo ese nivel juegue y haga su efecto de manera aceitada y sin contrapeso alguno, resume sin tanto análisis rebuscado el nivel de leyenda de estos señores que se mantienen intransigentes a ceder su propio camino de locura. El camino que vienen forjando desde los días de «Fatal Prediction», un relato de horror y tragedia inevitables que es acogida como una liturgia obligatoria. Un clásico que nos encierra en su propia bruma de atrocidad, hoy en 2024 tanto como ayer en 1987.

La polera que usa Anton es una del mítico grupo estadounidense Trouble, nombre de peso en el auge y desarrollo del doom metal en los ’80s. Un detalle que nos da una idea concreta de lo que venía Anton escuchando al escribir «Possessor», una canción donde las guitarras se bañan en las cadencias del doom antiguo y refuerzan el lodazal de su sello artístico para que el aumento de velocidad se produzca como el anochecer en un bosque con fieras hambrientas. Y tiene un coro de esos que puedes cantar con puño en alto, porque así debe ser y está hecha para eso. Y el final con el himno «Demoniac Possession», el desmadre absoluto, con los vasos de cerveza lidiando con la locura final. No se puede concebir el death metal o el thrash sin su rúbrica de barbarismo y desenfreno. Ya sea un consagrado como Pentagram o los buenos muchachos de Diabolvs, dos íconos de perdición demoníaca que encarnan los valores de la mejor música, la que nos refriega lo peor de un mundo enfermo.

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