Discharge, un sello extremo para personas extremas
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Discharge, un sello extremo para personas extremas

Discharge, un sello extremo para personas extremas

viernes 07 de junio, 2024

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Escrito por: Equipo SO

Por Claudio Miranda.

Para hablar con propiedad de Discharge, debo remontarme a mis años de Enseñanza Media, año 99-2000. Exactamente al instante en que el «Garage Inc» de Metallica (el cassette doble que promocionaron durante la gira que los trajo a Chile por segunda vez). El cassette 1 estaba compuesto de covers frescos, registrados para la ocasión y donde entre Black Sabbath, Queen, Misfits y Blue Öyster Cult, había un nombre que me parecía nuevo y atractivo en su simpleza: Discharge, representados con «Free Speech for the Dumb». Una letra curiosamente minimalista, velocidad constante a mil por hora, y con los jefes del Apocalipsis dándote una idea de dónde venía lo que los hizo grandes.

Un par de años después, y gracias a algún amigo que me prestó su cassette pirateado, la impresión inicial que me dejó «Free Speech…» se volvió algo abrumador. Un aluvión de violencia sónica hasta la médula, con una guitarra áspera y rápida en su ejecución, una base rítmica al estilo de Motörhead pero como si te pasara un camión a toda velocidad (literalmente). Todo coronado por una voz que berrea ira y rabia cavernícola contra lo políticamente correcto. La definición de «lo peor de lo peor» en toda su forma, incluso un par de años antes de la explosión grindcore de Napalm Death y otros de la misma estirpe.

Formados en 1977, a Discharge les bastó esperar hasta 1982, entre una serie de singles fundamentales, para concretar la nueva realidad en esos años respecto al punk en su siguiente paso. No desde el género, sino el de llevar los valores de la revolución del ’77 hacia terrenos cada vez más intratables, donde el horror del Apocalipsis que esparcieron los Sex Pistols en la BBC y la ribera del Támesis, o The Clash con su discurso asociado a tendencias de izquierda en un país marcadamente de derecha, en el ’82 era lo más cercano a uno de los paisajes desoladores de Mad Max o, peor aún, al Londres vapuleado por los misiles alemanes durante la 2da Guerra Mundial. Y quienes alguna vez le pusimos play a «Hear Nothing, See Nothing, Say Nothing», tenemos claro que el martillazo en el cráneo y la metralla a quemarropa son mucho más que una metáfora para «vender el disco». Así como el propio Jello Biafra afirmaba que el propósito de Dead Kennedys «no era hacer música sino incendiar escuelas», Discharge lo llevaba a la práctica aumentando la velocidad, triplicando la crudeza con lo justo en recursos de producción, el máximo en pelotas y rabia contra el status quo, y vomitando letras sencillas en apariencia pero efectivas gracias al ladrido troglodita de Cal Morris, su voz histórica.

Si bien respiraban la misma polución urbana que The Exploited y Charged GBH en el Londres tumultuoso durante el amanecer de los ’80s, Discharge patentó un sello sónico que destacaba por su filo letal, una distorsión que erradica toda señal de jovialidad y, sobretodo, una declaración política (no confundir con «partidista») que no necesitaba arrimarse a una vereda para gritarle al poder el descontento de los que siempre pierden. La batería rápida, en la vena de Buzzcocks y Motörhead, los de Stoke-On-Trent lo volvieron un rasgo propio, un distintivo de su firma antisistema, la cual sería replicada en la música extrema por generaciones de músicos y bandas con hambre de castigo y agresividad a prueba de cualquier etiqueta. No se puede entender el D-Beat sin Discharge y sus raíces en el rock sucio (en su sentido literal) y el movimiento punk en sus ramas más rebuscadas.

Imposible entender el ruido molesto de Discharge sin la guitarra de Tony «Bones» Roberts, un guitarrista dueño de un sonido que bebía tanto de Sex Pistols como de los propios Motörhead. Tanto los singles y EPs previos como el fundamental «Hear Nothing…» deben su nivel de peso y brutalidad al despliegue de Bones, desde la idea de provocar fastidio en los demás con «apenas» dos o tres acordes, y una resistencia física acorde al aguante que requiere tocar una música cuya última intención es caerle bien al resto. Es tan importante el papel de Bones, que cuando se fue de la banda en 1983 y formó Broken Bones junto a su hermano Tezz, Discharge perdió la brújula y publicó un par de discos desafortunados en su dirección. Bones retornaría en 2002 para el LP homónimo, y recién ahí la leyenda británica recuperó su sitial como precusores y referentes de un estilo que se debe a la expresión desde la tripa por sobre la academia. Escuchen el más reciente «End of Days» (2016), y entenderán porqué Discharge, sea en el ’82 o en pleno 2024, sigue provocando el mismo ruido subterráneo que amenaza con derribar los pilares de la sociedad moderna ayer y hoy.

A sólo días de su esperado debut en Chile, y tras dos cancelaciones -una de ellas en circunstancias que provocan más que vergüenza en uno como chileno-, La espera de 20, 30, 40 años o más llegarán a su fin, y el encuentro del próximo sábado 15 de junio tendrá un aire de liturgia, al menos para quienes depositamos nuestra fe ciega en la música como reflejo de la violencia que mueve al mundo. A veces no hay que escuchar nada,.ver nada ni decir nada cuando nuestro alrededor está podrido y no nos da ninguna esperanza de ser alguien. Porque no tenemos nada, podríamos hacerlo todo. Gracias a Discharge, quienes protestamos y sobrevivimos en un mundo extremo, tenemos como única opción adoptar actitudes extremas ante la indolencia de la clase política.

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