Dolezall presentó Book of Mysteries con poder y precisión (2025)espera un momento...
lunes 30 de junio, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Pablo Rumel
Fotos por Hugo Hinojosa y Juan Pablo Morales.
Noche de acero y misterio en la Sala Master de la Universidad de Chile
Con una escenografía sonora que evocaba neblinas victorianas, Dolezall irrumpió como un ente salido de algún códice prohibido. A las 20:05, con la sala repleta y expectante, los primeros riffs de «Jack The Ripper» marcaron el inicio de una jornada intensa, oscura y brillante. Así comenzó la presentación oficial de Book of Mysteries, un álbum que no solo profundiza el imaginario de la banda, sino que confirma su madurez artística con un heavy metal pulido, dramático y evocador.
El trabajo vocal de Felipe Del Valle Briceño, ataviado con un sombrero de copa y abrigo, fue superlativo: el buen frontman heavymetalero no solo debe llegar a los tonos altos con solvencia, o tener una técnica tipo operística para el deleite del espectador, también debe aportar dramatismo y espectacularidad, moverse con soltura por el escenario e interactuar con el público y los músicos: todo aquello lo logró desde el minuto cero, con una risotada mefistofélica al final del primer corte que atronó a la sala entera.
«The Devil on My Ears» fue el segundo tema, también perteneciente al nuevo álbum, destacándose por tonos más graves. El trabajo guitarrístico de Nicolás Arce se percibió con diferencias respecto al estudio; sin poder doblar o triplicar las seis cuerdas, aplicó el peso necesario que las canciones pedían, acompañándose por pistas grabadas de synths que potenciaron la melodía. Su particular estilo de tocar, “agachadito” en los solos, le dio un toque personal, a lo duck walk, optando por escalas rápidas, uso de tapping, y un aire a medio camino entre blusero y neoclásico sin pasarse de revoluciones: Dolezall es una banda equilibrada que evita virtuosismos vacuos, utilizando la técnica dosificada, todo en pos de la música misma, sin personalismos.
Así fue como llegamos a dos canciones fundamentales en la carrera de la banda: «Place of Darkness» e «Into the Battlefield», ambas de su primer larga duración. La elección fue excelente, porque escuchar de un tirón un nuevo álbum recién salido del horno, habría sido una experiencia compleja para el oyente. La interpretación de la banda, sumado a la acústica perfecta de la sala, con un efectivo juego de luces y unas visuales correctas que acompañaba cada canción, superó cualquier expectativa; una cosa es sonar bien en estudio, con un buen trabajo de ingeniería, y otra es otorgar un espectáculo que rebase la mera interpretación: Dolezall sonó con fuerza pero sin derroche, con una contención de energía que no aflojó en ningún tema.
El trabajo de Carlos Dolezal en la batería ejemplificó esto último: no necesitó cien mil tambores y platillos, atacó con sapiencia, sin exagerar los fills ni soltar metrallas de bombo, ni pegarle a la batería como si fuera un punching ball; aplicó transiciones con buen sentido del ritmo, y solamente aceleró las marchas para otorgar mayor dramatismo, concentrando su trabajo en pegarle al bombo, caja y toms sin destemplar, con una técnica que recuerda al ex batero de Tierra Santa, Iñaki Fernández, o a los clásicos de Running Wild o Grave Digger.
Y ya portando un yelmo medieval, que entre risas comentó el vocalista que pesaba más que maleta de gasfíter, nos llegaron los primeros versos de «Scourge of God», temazo del Dark Tales From Medieval Times, una canción destinada a ser un clásico, forjada en los hornos crepitantes del metal, pura caña de ritmos galopantes, con quiebres melódicos, coros épicos y una rítmica militar powermetalera de viejo cuño.
No podemos dejar de señalar el trabajo de Rainer Hemmelmann, quien empuñando un bajo de cinco cuerdas, y luciendo una falda escocesa de mil batallas, aportó con potentes líneas usando técnica de púa, lo que redundó en figuras aceradas y brillantes, con un ataque rítmico que en ningún momento hizo extrañar a una segunda guitarra, resaltando con mayor potencia en los solos de guitarras, o en las ráfagas galopantes de «Heir of The Cross», canción que unificó grandilocuencia, drama y emotividad, siendo testigos de la sangre derramada por los cruzados a mandoble limpio contra brujas, herejes y demonios.
Eran las 20:40 de una fría noche, cuando el escenario se tiñó de un gélido azul, y en la introducción del tema, un susurrante y crepitante Felipe del Valle Briceño, cual maestro de ceremonias, nos introdujo al siguiente misterio: «Dyatlov Pass» ¿qué criatura innombrable yace en los hielos eternos? Un tema totalmente introspectivo, de ritmos medios y desarrollo calmo, igual que un relato contado por nuestros abuelitos al calor de la chimenea, pero con un giro horroroso que reventó con un solo desesperado y unos gritos de lamentos que reverberaron la Sala Master.
Y agrupados cual tetralogía del mal, de temática sanguinolenta con cruces y ajos, llegaron «Medvegian Nights», «Land of Vampires», «The Lady of Death» y «Bloodbath Feast», puras estacadas untadas en metal y bendecidas por los dioses del Olimpo Metalero, esos que se llaman Judas Priest, Black Sabbat y Iron Maiden, pero con la rúbrica Dolezalliana que ya hemos venido describiendo: rítmica épica, fuerza contenida, y descarga electrizante de maestría y poder. La técnica de Felipe del Valle Briceño estuvo bien arriba, con agudos sostenidos, vibratos melodiosos, quizá algo complicado en los tonos medios y más bajos, pero que sin duda va en alza, siendo el frontman concreto que cualquier banda metalera quisiera tener militando en sus filas.
Y ya como vampiro o Vlad Drakul, se cerró el baño de sangre con «Forest Of The Impaled», un tema oscuro con estructura rítmica e interpretación atronadora y potente, al grado que tal que el registro en vivo desplazó al disco de estudio, milagro que solo la conjunción de una buena mesa, una buena sala y una banda más aceitada que motor de guerra en el frente de batalla, puede lograr. Ojo ahí, que Dolezall en sus cortos años ya está más que preparado para grabar en vivo: tienen un catálogo amplio de temas, y una interpretación en directo, que cual reactor nuclear, potencia su trabajo musical.
Entre campanadas, y con una actitud religiosa, íbamos llegando al final del recorrido, con «The Irruption of Evil», temazo de desarrollo largo, con quiebres y pequeñas secciones a medio tiempo, amplio uso de vocales, cambios en las marchas y cortes que ejecutó con precisión Carlos Dolezall; súmele líneas de bajo profundas y espiraladas, en conjunto al trabajo de guitarra, entre arpegios, solos y power chords atronadores. Y entre escudos y un casco con cuernos, Dolezall se despidió con «The Oaken Shields», otra canción del Dark Tales of Medieval Times.
La banda chilena cerró su presentación con la frente en alto, demostrando que su trabajo en estudio no es un techo, sino el punto de partida de algo mayor. La ejecución fue precisa, la puesta en escena vibrante y el repertorio elegido con inteligencia. Book of Mysteries encontró su lugar en el cuerpo de un concierto sólido, sin baches ni adornos innecesarios. La banda está en estado sólido, con dirección clara, un sonido reconocible y un catálogo que crece en carácter. La Sala Master no fue testigo de una promesa: presenció una afirmación.
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