ENTRE SOMBRAS Y FUEGO: ANGRA SE DESPIDE EN CHILE (2025)espera un momento...
lunes 31 de marzo, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Pablo Rumel
Fotos por Rodrigo Damiani @SonidosOcultos
Angra ya es un clásico. Duodécima presentación en Chile, y regresando a menos de un año a nuestras tierras—con un concierto en formato unplugged en septiembre pasado—, el público tenía la última posibilidad de verlos actuar, pues la banda entrará en hibernación hasta nuevo aviso.
Eran pasadas las 19:00 horas cuando se abrieron las puertas del Teatro Teletón, en una noche santiaguina más helada de lo habitual por la lluvia intempestiva, de esas que ocurren cada mil años.
Y como esos eventos que dependen de la conjunción de los astros, el formato del concierto era único: si la lluvia en marzo en Santiago ya es rara, más extraño aún es que una banda se presentase exclusivamente para interpretar de comienzo a fin un disco completo, y doblemente raro que fuese un disco con más de 20 años ya editado, el Temple of Shadows, uno de los cinco discos esenciales de su discografía, y de cuya formación pionera solo se mantienen el bajista Andreoli y el líder y fundador Bittencourt.
El ambiente era litúrgico, había algo de “metal de cámara”; el público correctamente sentado en sillas alineadas, mediando entre el escenario sólo los gráficos, sin vallas de seguridad, y la nula presencia de guardias, reforzaba la sensación de estar en un espacio sagrado. A las 20:10 las luces del Teatro Teletón se apagaron y las primeras notas de «Faithless Sanctuary» redoblaron la sensación: si bien la escenografía era modesta, las gráficas de las pantallas y los juegos de luces creaban la inmersión que cada tema pedía.
Al centro del escenario el joven Bruno Valverde hizo resonar la artillería con pesados golpes de caja y toms, destacando por un sonido de bombo atronador, tanto, que hizo resonar el esqueleto de todos los presentes. Fabio Lione fue recibido entre aplausos y vítores —ya un conocido de casa y que algunos están pidiendo que se chilenice y se compre parcela en Melipilla—, iba con su caballera leonina atada en una cola y con esa comodidad escénica que lo caracteriza: podría estar cantando en el patio de su casa, en un bingo, o en el Madison Square Garden, y lo haría con la misma entrega y profesionalismo, midiendo calculadamente cada movimiento (da buenos pasitos en el escenario el tío Fabio), al igual que sus tonos más profundos y cálidos, predominantes en su canto, sumándole sus característicos agudos.
Ya con «Acid Rain» la energía se desenvuelve con más potencia: Angra no es una banda colérica que queme todo su potencial en un par de acordes, va progresando, entregando pasajes sonoros para el deleite del público, sin quemarse en una sola canción. Con «Tides of Changes» llegamos recién al fin de la introducción, donde presenciamos el primer ataque de guitarras gemelas, la hermandad de las seis cuerdas, que ejecutando barridos y escalas a toda velocidad, vimos a un musculado Marcelo Barbosa con un look Lennykravitzeano, y un casual Rafael Bittencourt ataviado con sombrerito tipo cowboy, quienes nos regalaron momentos de alta velocidad y técnica.
Y así, tras esta breve trilogía, recién dio arranque la experiencia en vivo del Temple of Shadows. Su servidor, que estaba en primera línea cubriendo el evento, vio cuando un grupo de bangers animó a los asistentes a que nos pusiéramos de pie, moviendo las sillas hacia adelante. No faltó quien alertara sobre el peligro de la maniobra, pero, en honor a la verdad, el público se comportó de manera civilizada y supo rockear estando a la altura.
Tras la brevísima intro «Deus le Volt», llegó ahora sí con toda la fuerza del mundo la descarga de «Spread Your Fire», que en clave speed melódica hizo que las plumas del ángel volasen, con harto cabeceo y cantos épicos: ya estábamos todos metidos dentro del templo de las sombras en esta homilía metálica ítalo-brasileña y no había vuelta atrás.
Felipe Andreoli, veterano de la banda, mostró total solvencia en las cuatro cuerdas, recordándonos que la experiencia del directo es orgánica, pudiéndose oír las pulsaciones de su hacha de batalla con una potencia atronadora sónica que en algún momento opacó la voz de Lione —quien evidenció algunos gestos de molestia para que se solucionara el problema—, descarga de potencia que se evidenció en la batería: Valverde tuvo que ser asistido un par de veces para que se no le viniesen a piso los crashes y riders, hechos que fortuitamente fueron corregidos por los técnicos sin que el show se opacase.
Y hablando de Andreoli, uno de sus momentos estelares se pudo registrar en la sexta interpretación de la noche, con «Waiting Silence», deleitándonos con líneas de bajo profundas, con un fingerstyle bordeando el jazz y el bossa nova, con una presencia decidida, pero sin exagerar, más con la sabiduría del viejo que domina su instrumento, que la del genio joven que solo busca deslumbrar.
El que sí deslumbró, por su presencia, juventud, potencia y desarrollo, fue Bruno Valverde; no falló ningún golpe, machacó cuando hubo que machacar, y acarició cuando la canción lo exigía, mostrándose como un percusionista ultra versátil. Y lo damos firmado: ahora que Angra entra en receso, las bandas se lo pelearán.
Algún momento gracioso ocurrió con la power ballad «Wishing Well», interpretada en acústico por dos bellos instrumentos sostenidos en atril (la guitarra de Bittencourt con una boca amplia que desnudaba la mitad del cuerpo, una joya), cuando unos asistentes encontraron un celular perdido y a viva voz llamaron por su dueño para que lo recuperase: les recordaron a sus madres y los mandaron a callar.
La velocidad hipersónica se apoderó con «The Temple of Hate», saltos y bailes en círculo semi-mosheados al medio de la pista, amenizaron el temazo, uno de los más valorados por el respetable. Sensaciones diferentes se percibieron con la otra seguidilla de temas, de corte mucho más introspectivo, «The Shadow Hunter» y «No Pain For The Dead» mostraron la faceta progresiva y atmosférica de la banda, la cual tiene la capacidad hipnótica de sumir a sus oyentes en estados mentales más serenos (no catatónicos, no hay que exagerar), con fraseos calmos muy bien ejecutados por su frontman.
Eran las 21.20 clavadas, cuando arrancó «Sprouts of Time», otro registro lleno de matices, con arranque calmo y guitarras limpias, adosado por una percusión elegante: y sí, lo veíamos venir, fue otro momento donde la dupla bajo-batería se lucieron, con un Lione sereno y emotivo, apuntando al cielo (y a las estrellas) en las partes donde debía mantener las notas bien arriba. Las guitarras, con un feel cercanos a la rumba y al flamenco, evidenciaron la complejidad instrumental de los ejecutantes, expandiendo sus horizontes musicales a otras latitudes.
Ya llevábamos casi una hora y veinte de concierto, pero que en términos reales se percibía apenas como un pestañeo. El cierre del disco fue con «Late Redemption», una interpretación dramática que sumió una vez más al respetable en pasajes melancólicos y de ensueño, con solos de guitarra magistrales a cargos del tándem Barbosa/Bittencourt. A las 21:55 exactos, las luces se apagaron y comenzaron los coreos de “Angraaaa…… Olé, olé, olé, olé… Angraaaa” sabíamos que aún quedaba un pequeño bonus track.
El arranque llegó con «Rebirth», anunciado por Fabio en un correctísimo español. Tras el cierre ¿qué otro clásico podía estar a la altura y superar a este himno metálico? Y sí, señoras y señores, el escenario se tiñó de rojo, con ese rojo crepuscular del Angels Cry: los primeros compases orquestales de «Unifinished Allegro» inundaron a la sala, repleta en un noventa por ciento; sabíamos que era la despedida y que la banda lo dejaría todo, y así fue como unos imponentes y mayestáticos Angra se pararon a escasos centímetros del escenario, sin temer por su integridad —recalco, no habían guardias ni vallas de seguridad— y como si estuvieran al pie del cañón en medio de una cruenta batalla, dieron inicio a los primeros compases de «Carry On», seguido del punteo veloz a cargo de Bittencourt, y luego la batería machacona a doble pedal adosada con unas poderosas líneas de bajo; la velocidad estaba desatada, a puro cabeceo y movimiento de cabellera frenética, que a mitad de camino, sin terminar el corte, se reanimó con otro clásico, «Nova Era», cerrando a las 22:08 en punto.
El show había acabado, pero la herencia latina quedaba impregnada en el escenario: los Angra se sacaron fotos con el público, lanzaron banquetas y púas, tocaron las palmas de los fans, y podrán decir que somos pechos fríos, pero no, somos buenos para los abrazos y las pruebas de cariño: todo había salido a la perfección, quizá se echó de menos la presencia de teclados y de coristas, pero la intimidad que brindó la banda, y la constante interacción de Lione con el público, compensaron con creces esa ausencia. Si este fue el último capítulo antes del receso de Angra, fue escrito con fuego y entregado con el corazón; una despedida que quedará grabada en la memoria de todos los que estuvimos allí, por la eternidad.
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