ANGRA “CYCLES OF PAIN” UN REGRESO AL TEMPLO DEL DOLORespera un momento...
lunes 27 de enero, 2025
Escrito por: Equipo SO
Por Pablo Rumel.
Innumerables bandas, tras cambios de formación, luchas internas y el implacable paso del tiempo, se enfrentan a la disyuntiva de evolucionar hacia nuevos sonidos o naufragar en la mediocridad, convirtiéndose en pálidos reflejos de sí mismas. Pocas logran preservar la esencia original que las vio nacer, y menos no traicionar su raíz primigenia para proyectar una nueva luz, faro para las nuevas generaciones y espejo para las venideras. Con su último álbum, Angra logra renovarse con
versatilidad, potencia y una buena pizca de originalidad.
«Cycles of pain» versa sobre la redención y el dolor, simbolizados por el ser cadavérico que figura en la portada; va por la vida con sus ojos vendados, pero cuidado, no ha perdido el camino, lleva por amuleto una rosa de los vientos (la misma que luce la portada del Holy Land), y detrás de su cenicienta figura se extienden alas angelicales, que nos recuerdan que detrás de cada demonio también puede yacer la luz; no hay vida sin muerte, ni cielo sin infierno. Con una breve introducción de 47 segundos titulada «Cyclus Doloris», oímos de lejos, como si estuviéramos perdidos en la floresta, un coro de voces angelicales que nos llaman desde un templo: Dolor viderunt abire, vieron al dolor irse, nos dicen, y si bien sufrimos mucho en el ciclo del dolor, los ángeles nos llaman a la vida eterna.
Es tiempo. Es hora de comenzar la homilía neobarroca del metal. Vamos allá. Y arrancamos con el corte épico y powermetalero «Ride into the Storm», abriendo los fuegos con riff potentes acompañados de cantos gregorianos y un solo veloz —ya marca de la casa— del talentoso Rafael Bittencourt. Antes del primer minuto, nos llega la cálida la voz del veterano ex Rhapsody of fire, ex Labÿrinth, y tantas otras bandas más, Fabio Lione, quien nos deslumbra con su técnica vocal controlada, una voz llena de cuerpo y potentes vibratos, alcanzando las notas más altas sin fallar en ninguna. El ataque de las guitarras rítmicas va al galope, con secciones de palm mute, introduciendo quiebres acompañados de una batería calculada, que no duda en desbocarse en los coros con una técnica de doble bombo a toda máquina, para luego centrarse en los pasajes más melodiosos con toques acústicos, a veces casi desapareciendo para airear más la canción.
Tras la descarga épica llegamos a «Dead Man on Display», la cual inicia con el lamento de un ¿moribundo? Los latidos de un corazón y un sintetizador cinematográfico nos adelantan el dramatismo de esta canción, en la cual se alternan los medios tiempos con riffs más veloces ,siempre en progresión, con un par de blast beats de Bruno Valverde, quien nos recuerda que pegarle a toda velocidad al bombo, platos y cajas es solo un elemento más del power metal, y que por sobre la velocidad se impone la soltura y los diferentes ritmos y tempos.
«Tides of Changes» cuenta de dos partes; una introducción breve de 1:15, y ya el desarrollo posterior en una pieza que se empina por sobre los cinco minutos y medio. La entrada es sólo teclado, voz y bajo, y ¡vaya bajo! Felipe Andreoli nos deleita con un trabajo lleno de slaps y énfasis en sus fraseos, con un sonido potente que recuerda a los primeros Yes y Rush, un sonido a medio camino entre la distorsión y la nota limpia, logrando esa reverberación que solo los maestros pueden lograr. Una canción progresiva que la convierten en la joya de la corona.
Como las obras de antaño, «Vida seca» marca una suerte de primera mitad. Es un quiebre en la tónica del álbum; inicia como una balada rockera con ritmos brasileros, con la voz del cantante invitado Lenine al arranque, cantando en el bello idioma portugués, para dar paso a un desarrollo tipo power ballad con Lione al mando.
Hemos atravesado la primera mitad del disco, un ascenso versátil, de una banda dando cátedra musical, con una paleta musical que tiene colores del progresivo, del neobarroco y del neoclásico, todo muy equilibrado, un justo medio y calculado que deleitará a audiencias jóvenes y veteranas. «Gods of the World» marca el descenso de la cumbre, pero no un declive, sino un retorno al sonido más heavymetalero clásico, con toques de Judas Priest, Rainbow y Manowar, incluso empinándose en coros de marcada intención hard-rockera. «Generation Warriors» y la balada «Here in the Now», podrían componer una suerte de mini trilogía en el disco, las tres comparten ese espíritu del metal frontal y combativo, con arreglos precisos, muy lejos de esa faramalla happy-power-metalera ultra edulcorada que alguna vez fue novedad, pero que ahora provoca algo de, seamos sinceros, cringe.
«Cycles of Pain» es el corte número ocho, tema que da nombre al disco. Unos bajos que recuerdan a los antiguos Pink Floyds y una melodía atmosférica con un teclado preciso, nos deja caer al centro del álbum, recordándonos con una voz emotiva que los ciclos del dolor queman el corazón, y gritar con rabia no los desgarrará. La vida duele, señoras y señores, son heridas abiertas que nos acompañarán por siempre. Pero hay que salir a pelear. De eso siempre se ha tratado el metal, de levantarse y pelear. Y es lo que nos dice «Faithless Sanctuary», la cual abre el juego con ritmos africanos y una base potente con una percusión poderosísima, olvidándonos por un momento que se trata de un disco power, pues la tónica es el progresivo, y de primer nivel, como los mejores Dream Theater.
Llegamos al cierre, nada de exhaustos, sí maravillados, con «Tears of Blood». Y se trata de un broche de oro, una canción diferente al catálogo habitual de Angra, con un dueto interpretado por Lione y la melódica y sabia voz de Amanda Somerville, con toques operísticos y altamente sinfónicos, una canción que nos habla sobre el desgarro que produce el desengaño amoroso, con lágrimas de sangre incluidas, un tema sobre la venganza y la traición, en plan vampírico-gótico.
En conclusión, Angra ha vuelto en gloria y majestad, con una contundencia que no escuchábamos desde su aclamado Temple of Shadows de 2004, y que supone un paso más, una progresión de nivel respecto a su anterior placa Ømni (2018), una banda con un sonido consolidado que rescata lo viejo y se abre a lo nuevo, que también nos recuerda a sus ya clásicos Rebirth y Angels Cry. En suma; versatilidad, potencia y una buena pizca de originalidad.
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