Clutch: En la ruta de la diversión inclasificable.espera un momento...
miércoles 17 de julio, 2024
Escrito por: Equipo SO
Por Claudio Miranda.
Es difícil referirnos a Clutch como un caso específico. Complicado ejercicio al menos para quienes sabemos que el rock, el buen y querido rock n’ roll no se analiza ni se disecciona, sino que se disfruta. Y con una pilsen helada a mano, da igual la temporada o el clima. Puede parecer un cliché y todo, pero quienes llegamos a la propuesta de los de Maryland por primera vez, sabemos que nos puede gustar o no. Como pregonan los Rolling Stones, «es solo rock n roll, pero me gusta». Y aquel principio Clutch lo viene cumpliendo a cabalidad desde su fundación en 1991.
El fanatismo por los autos no fue solo una excusa para el nombre de una banda que escapa a toda tendencia imperante en la industria musical. Clutch («embrague» en inglés) le viene haciendo honor a su nombre cuando se trata de transmitir potencia entre componentes. Un enlace entre motor y transmisor que se traduce en una propuesta musical de alto octanaje. Una forma de vida para un conjunto que en plenos días de grunge, rock alternativo y sonidos industriales, allá en el albor de los ’90s, siempre se mantuvo en la suya. Incluso si aquello implicaba que el «radar» de MTV los pasara por alto. Y era fijo tratándose de un estilo que bebía directamente del blues y el hard rock a la antigua, reforzado con un humor agudo y contagioso.
A ver, en los ’90s The Black Crowes se abría paso en una escena donde predominaba el sonido alternativo de Jane’s Addiction y los Red Hot Chili Peppers renovaban bríos. El batazo de Nirvana con el rompedor «Nevermind» dictó la ruta a seguir para el rock americano, dándole a los ’90s una carga de emoción y crudeza tras unos destructivos y (muy) excesivos ’80s. Los hermanos Robinson, a pesar del escepticismo de la prensa especializada por su estilo marcadamente ‘retro’, lograron consolidarse como una criatura única en su especie y la imagen de la pareja de hermanos emula a dúos fundamentales como Jagger/Richards, Page/Plant, Tyler/Perry y, obviamente, Lennon/McCartney. En el otro extremo, la imagen de Clutch carece del glamour rockstar de los Crowes. Neil Fallon (voz), Tim Sult (guitarra), Dan Maines (bajo) y Jean-Paul Gaster (batería), todos posaban y se presentaban sin ninguna pose derivada de otros Stones o Zeppelin, sólo como chicos tocando en un garage ante los amigos del barrio (en el buen sentido de la frase, siempre la tuvieron clara respecto a la actitud que requiere esta música). Lo de Clutch va derechamente por la música y una puesta en escena que intimida al mismo tiempo que atrae a quienes no buscan nada más que un buen rato de juerga con (mucha mucha) cerveza.
Por supuesto, la fiesta y las peleas a puño limpio que evoca el blues rock con pelotas de Clutch no se limita a aquello. Y es que el cuarteto, con sus cuatro integrantes históricos compartiendo el convite rutero durante más de tres décadas y en todas sus producciones discográficas, ha demostrado su amor a la vieja escuela como una forma de hacer las cosas. Y lo más importante: lo innovadora de su propuesta,donde fusionan el blues, el hard rock antiguo y el funk en una paleta de colores para todos los gustos. Una rúbrica tan incendiaria y energizante que, incluso si te gusta el metal más pesado y crudo, te invita con gusto a ponerle play y, porqué no, asistir a alguno de sus doctrinarios shows. Sí, Clutch es una banda de directos, y la energía que rebosa en vivo es (casi) la misma que en el estudio denota inspiración hasta más arriba del techo. No solamente en sus primeros trabajos editados editados en los ’90s, sino en discos rompedores como «Blast Tyrant» (2004), «From Beale Street to Oblivion» (2007), «Psychic Warfare» (2015) y el más reciente «Sunrise on Slaughter Beach» (2022). Esta última placa, si bien no ha tenido la misma aclamación que sus hermanas mayores, le da nuevamente la razón a una agrupación que, en palabras de ellos mismos, hace música que termina haciendo sonreír a personas que no conoces. Honestidad pura.
A solo días de su debut en nuestro país (iba a ser en 2020, pero la emergencia sanitaria de aquellos días pudrió todo), la efervescencia de genera Clutch en Chile parece limitada al de una banda de culto. Es verdad, tienen un sonido definido y, a la vez, es imposible etiquetarlos. Como los Crowes en los ’90s, nunca se limitaron a un cliché o fórmula segura. Consagrados y todo, pero sus kilos de himnos, anécdotas y verdades innegables dan para al menos 10 o 20 libros de ¿malas? decisiones. Claramente, he ahí uno de los motivos que enloquecen a su legión de seguidores en USA y todo el orbe. Chile, nuevamente, se suma como para obligada -e histórica- de la eterna guerra psíquica que estos forajidos del rock n roll libran caminando en el gran sendero de luz, sobre sus monstruos de cuatro ruedas.
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