Gloryhammer: parodiando la gloria a martillazos (2025)
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Gloryhammer: parodiando la gloria a martillazos (2025)

Gloryhammer: parodiando la gloria a martillazos (2025)

lunes 07 de abril, 2025

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Escrito por: Equipo SO

Por Pablo Rumel.

La cosa va más o menos así: un guerrero llamado Angus vive en un reino paralelo y debe enfrentarse contra un malvado hechicero en el Reino de Fife, un ejército de unicornios malvados invade a la ciudad de Dundee, un poderoso martillo que solo puede ser empuñado por un valiente yace esperando a su portador, dragones, ejércitos de orcos y guerreros portando armaduras brillantes se alistan para la batalla…Sí, se trata del clásico argumento de un juego de mesa o un capítulo de Hora de Aventura, pero también es el argumento de la discografía completa de Gloryhammer, una banda inglesa con más de quince años en el cuerpo, que para algunos ha sido catalogada como un show de niños para adultos, y otros, como la necesaria renovación del power metal en formato cómico. ¿Lo uno, lo otro, ambas cosas a la vez? Pero un momento: ¿en qué momento el metal se convirtió en un reino paralelo de caballeros, dragones y princesas?

Los precursores

La mente humana, dentro de su complejidad, suele relacionar conceptos diferentes a través de las metáforas, en clave emocional o poética, como cuando decimos que tal persona es la noche que nos ilumina, o que esos dientes bellos son “perlas de su boca”; o por las analogías, de manera racional y lógica, cuando comparamos la luz del sol con la verdad, pues ilumina ahí donde pone sus rayos, pero sostener su mirada puede cegarnos de tanta luz.

¿A qué vamos con esto? A que la música puede articularse y entenderse a través de analogías o metáforas. Pero antes de que alguien me acuse de ser demasiado denso o filosófico, bajemos esto a tierra y vayamos al punto. Cuenta la leyenda que el término heavy metal nació como reacción de algún crítico (no importa cuál), al escuchar el “sonido pesado y metálico” de las guitarras. Esa sonoridad fue asociada de inmediato con el rugido de las motos, y de los motores—basta pensar en Motörhead o en el verso “heavy metal thunder” de Steppenwolf—, y con toda la estética de los motoqueros: los Hells Angels, por ejemplo, con sus chaquetas de cuero, tachas, cadenas, pantalones ajustados, y una actitud matonescamente intimidante.

Metal: el sonido de la metralla, de las milicias, de los carros de combate (no por nada abundan las bandas con nombres inspirados en tanques o aviones), y también, por analogía, el sonido que producen las espadas y las armaduras medievales.Ya en 1974, Deep Purple lanza su álbum Stormbringer, un disco variopinto que coquetea con diversas sonoridades, pero que lleva por título el nombre de una espada mítica, una suerte de Excalibur: la espada que empuña el personaje literario Elric de Melniboné, una suerte de mago-guerrero-nihilista, obra y gracia del influyente escritor británico de fantasía post-Tolkien Michael Moorcock, anarquista de izquierdas, maestro en crear a personajes atormentados y autodestructivos en ambientaciones medievales-fantásticas.

De ahí que el imaginario anclado en castillos y batallas diera un nuevo salto, esta vez de la mano de Ritchie Blackmore y su proyecto Rainbow -con el tremebundo Dio de frontman-, que entre canciones que hablaban de rock and roll, demonios internos, sueños reflejados en el arcoíris, se colaban historias de seres mitológicos que bajaban de montañas plateadas y templos de reyes que se materializaban una sola vez durante el año del zorro.

Es verdad, el imaginario onírico-medieval ya estaba presente en bandas alejadas del metal, como en el álbum Relayer de Yes, con ese caballero atravesando un paraje de ensueños como construido de cristal, o la banda de jazz fusión Return to Forever, que compuso un disco completo de temática caballeresca con su Romantic Warrior, banda integrada nada más y nada menos que por los míticos Chick Corea y Al Di Meola.

¿Y qué decir de los Uriah Heep que ya en 1972 habían publicado su legendario Demons & Wizards que parecía profetizar incluso el universo de los juegos de rol como Dungeons & Dragons que solo el año 74 daría a la luz?

Los pioneros

Las referencias son inagotables: desde el órgano con tintes litúrgicos de los Iron Butterfly, hasta los otros Iron, los Maiden, y sus referencias medievales con invasiones vikingas, la Transilvania de Drácula o las leyendas artúricas. Este cúmulo de influencias dio como fruto una seguidilla de bandas surgidas en los EE.UU de los 80, con algo que retroactivamente se llamó después como US Power Metal, que a grandes rasgos era un estilo de heavy metal desprovisto de arreglos sofisticados, más crudo y cavernario que su contraparte europea, que cristalizó con bandas ya legendarias como los Manilla Road, Omen, Riot, Cirith Ungol, y claro, los musculosos e hiperventilados Manowar.

Otro hito: el álbum Trilogy de Yngwie Malmsteen, publicado en 1986. Si bien tiene sus imperfecciones (una mezcla final irreglar), tuvo como novedad el dar cuerpo a un sonido que se inspiró en músicos barrocos y renacentistas como Bach y Paganini, con una guitarra que se torna veloz y ultra técnica, con barridos de arpegios y escalas más rápidas que el rayo. Todo aquello redundó en una avalancha de bandas de heavy metal neoclásico que posteriormente tomarían la batuta y compondrían la matriz original del sonido powermetalero, nombro algunas que el lector de Sonidos Ocultos conocerá, bien o mal: Blind Guardian, Helloween, Running Wild, Stratovarius, o Nightwish, por nombrar a las más icónicas.

Apogeo y decadencia powermetalera

¿Era posible ejecutar solos más rápidos, técnicos y neoclásicos? ¿Había algo más épico y majestuoso que una batería a doble bombo ultra acelerada machacando cánticos gregorianos? Rhapsody (posteriormente Rhapsody of Fire), reúne todos los tópicos musicales, fantásticos y medievales: es la quintaesencia en sonido, estética y puesta de escena del core powermetalero. El Legendary Tales publicado en 1997 lo dice todo: no vamos a tratar la materia medieval de manera metafórica, sino de manera pura, lisa y llanamente analógica; las espadas sonarán como espadas, y el metal refulgirá ardiente en los hornos eternos de algún castillo enclavado en el aire.
Bandas como HammerFall (ahí está el martillo), Edguy o Iron Fire trasladaron ese mundo imposible —que, en rigor, poco tiene que ver con la verdadera Edad Media, pues todo está exagerado e imaginado— hacia una fase culminante, cuyo cénit bien podría representarlo DragonForce. Esta última banda, amada y odiada a partes iguales, alcanzó la fama gracias a un videojuego (Guitar Hero III), y fue tildada por muchos aficionados de infantil… e incluso ridícula.

De la metáfora a la analogía: la parodia

La primera gran parodia del mundo caballeresco-fantástico es más antigua que el hilo negro. Don Quijote de la Mancha, de Cervantes —además de ser, posiblemente, la mejor obra jamás escrita—, pone en escena una versión degradada del universo heroico que narraban los Amadises, Palmerines y demás protagonistas de los libros de caballería. En rigor, se trata de una inversión del mito: un viejo escuálido y delirante, acompañado por un hombre corpulento y sensato, enarbolan como bandera los ideales que en los antiguos libros habían sido forjados por sabios y valientes héroes.

Gloryhammer tiene mucho de ese espíritu cervantino: toman la espada con la máscara de la verdad, fingiendo seriedad y solemnidad, máscara que al poco andar se cae a pedazos tras los primeros acordes. Space 1992: Rise of the Chaos Wizards trata (no es mentira) sobre un lejano futuro, allá por el año 1992, donde en una época remota ha regresado la guerra intergaláctica de mano de los magos caóticos: coros épicos cantados en latín, redobles marciales y teclado, mucho teclado.

La apuesta de Gloryhammer está muy bien pensada: atrae a los seguidores del metal (no a todos, no nos engañemos) y expande su universo a otras plataformas, como las películas de ciencia-ficción, los juegos de rol, los mismos videojuegos con estética retro, con un sonido pensado para ejecutar en directo: hay pistas y diversa parafernalia, pero la presencia de teclados determina una performance no tan lejana del sonido de sus discos, talón de Aquiles de los mismos Rhapsody of Fire, quienes deben encapsular los arreglos sinfónicos para recrear una experiencia similar.

En última instancia, Gloryhammer no es una broma, pero tampoco una banda del todo seria: es la puesta en escena de un género que ya no teme burlarse de sí mismo, precisamente porque ha alcanzado tal grado de exageración que solo puede evolucionar a través de la autoparodia. A diferencia de Nanowar Of Steel, una banda que podría definirse como parodia y comedia, Gloryhammer está a medio camino entre el homenaje y la ironía, entre el amor sincero por la épica y la conciencia de lo absurdo que puede volverse. Al igual que Don Quijote cabalgando con su lanza hacia molinos que imagina gigantes, Gloryhammer invoca el poder del metal para enfrentarse a hechiceros intergalácticos, armados con teclados y riffs relucientes. Y en ese gesto, aparentemente ridículo, revela una de las esencias más profundas del heavy metal: la fantasía como territorio de libertad absoluta, donde el exceso, la teatralidad y la imaginación desbordada no son defectos, sino virtudes esenciales.

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