The Damned en Chile: Felices y malditos
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The Damned en Chile: Felices y malditos

The Damned en Chile: Felices y malditos

viernes 14 de marzo, 2025

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Escrito por: Equipo SO

Por Claudio Miranda
Fotos Rodrigo Damiani @SonidosOcultos

En el periodismo musical, el concepto «banda de culto» parece ir de la mano con aquella generación pre-Internet que descubrió el rock como una música marginal. Si el rock progresivo tuvo en la Radio Futuro un medio de difusión para la Inmensa Minoría en Chile, comunicadores como Rolando Ramos y el eterno Roberto Denegri hicieron lo propio en sus respectivos espacios con «la otra música», destacando programas míticos como «Melodías Subterráneas». El punk es un género musical que provoca un fenómeno llamativo: una música transversal y, a la vez, ninguneada sistemáticamente por los paladines del virtuosismo y la corrección política. Desde la explosión punk en Londres en 1977, ha habido quienes han tratado de vapulear el aporte de aquellas bandas que se resistían a la inercia de finales de los ’70s, abrieron los ojos y se pusieron de pie. Había un latido que hizo a toda una generación agudizar sus sentidos, con nombres como Sex Pistols, The Clash, Buzzcocks y The Damned haciéndolo cada uno a su modo, todos inmerssos en el micmo clima de urgencia. Eso que no va a cambiar jamás; todos sonando cada uno con personalidad, y en el lugar y momento indicados. Y en el caso de The Damned, hubo algo que los hizo distintos y, al mismo tiempo, coherentes con el espíritu de una época cuyo contexto sociocultural impulsó a abrir la puerta a patadas y enrostrarle al mundo que se podría crear algo enorme con lo justo en recursos y el máximo de una idea honesta hasta la médula.

A los Damned se les atribuye el nacimiento del rock gótico. Tienes a un frontman como Dave Vanian, un tipo caracterizado como un ‘vampiro’ –nada que envidiar a Peter Murphy- que cantaba sobre temáticas oscuras y terminó pintando el cuadro de la subcultura gótica. En el plano instrumental, la guitarra de Captain Sensible, el bajo de Paul Gray y la batería de Rat Scabies unieron fuerzas para que el relato tenebroso de Vanian se moviera entre la cochambre del punk y la melodía inclinada al pop para darle a The Damned un distintivo único y a prueba de toda etiqueta. Justo y necesario resaltar el aporte del fundador Brian James, responsable del batazo inicial con el seminal «Damned Damned Damned» (1977). James deja la banda a finales de 1977 para formar The Lords of the New Church, y su reciente fallecimiento -hace casi 1 semana, con sus ex compañeros en plena gira sudamericana- fue un golpe doloroso para quienes sabemos cuán fundamental es su papel en la explosión de un movimiento que trascendió el aspecto musical. Y quienes repletamos anoche la discotheque Blondie -lugar obligatorio de reunión para la comunidad gótica y post-punk-, fuimos testigos y partícipes de una liturgia con los próceres del soundtrack para los marginales, con homenaje requerido -y con todo el cariño del mundo- al recién caído ex líder.

A eso de las 20 horas, y en un recinto registrando asistencia progresivamente numerosa, Mono-Modo se sube al escenario para calentar el ambiente. Con su LP debut titulado «M.N.M.D.» editado a finales de 2023, el cuarteto profesa un amor puro hacia la figura de Joe Strummer, como lo profesan en su perfil de Bandcamp. «Raro» y «Ansiedad», las que también empiezan el álbum, surten efecto inmediato a base de melodías memorables y un propósito que recurre a la fuerza del harcore-punk cuando se trata de apuntar hacia la represión policial. Como lo que ocurre en «Fuego», un relato surrealista sobre el incendio del Cine Arte Alameda y que rememora los turbulentos días del estallido social de octubre de 2019. Notable la solidez en vivo, la intensidad que Mono-Modo destila en favor del repertorio, combinando sobriedad escénica con un sonido categórico.

Pato Falso y PatoL en guitarras y, Charly en el bajo, todos turnándose en las voces a la vez que relucen sus destrezas respectivas como músicos experimentados y empapados en el punk como canal de expresión contra el sistema imperante. El final con la más sentida «Clavadista», dedicada a un amigo de la banda que ya no está en este plano, nos deja con el ánimo necesario para lo que se viene en unos minutos, como refleja también lo que hace una canción buena. Lo que se respira más allá de ser buen músico, eso que hace de Mono-Modo una banda que rememora el espíritu de un género que es capaz de decir y gritarlo todo con lo justo y necesario.

El reloj marcando las 21 horas en punto, una Blondie repleta en toda su capacidad. Y una versión de «The Man With the Golden Arm» del legendario músico de R&B británico Jet Harris, mientras Sensible, Gray y Scabies se suben al escenario de un recinto que se vendrá abajo durante toda la noche. Y la primera explosión a cargo de «Love Song» terminaba con una espera de décadas. Vanian aparece con todo su desplante y pinta de vampiro crooner, echándose al bolsillo toda muestra de devoción y expectativa como los de su estirpe. Y tal como en el álbum, llega pegada «Machine Gun Etiquette». con ese patadón motörheadiano que el propio Lemmy veía como un punto de conexión con la oleada punk de finales de los ’70s, en desmedro del heavy metal a que se le tendía encasillar. Una empezada matadora en todo sentido, con veteranos de 70 años promedio centrando sus energías respectivas en el espectáculo atronador que desata el cataclismo en el recinto ubicado en la avenida más importante de la capital.

Así como «Machine Gun Etiquette» (1979) reluce gracias a la sintaxis que The Damned aplica en el armado del repertorio, «The Black Album» también tiene su momento de fulgor con «Wait for the Blackout» y «Lively Arts». Las dos primeras del cuatro LP de los londinenses, recreando la melodía pop-barroco de un álbum totalmente impensado hasta para el hábitat estilístico en el cual se movían. Dave Vanian, cuánta presencia y desplante en escena. Un personaje que, por cierto, se ha preocupado de cuidar su voz para mantener el tono más cercano posible al original en el estudio. Y sus colegas, en especial Captain Sensible, también se reparten el protagonismo en favor de lo que importa. Y cuando pasan los primeros cuatro episodios de un espectáculo aplastante de inicio a fin, «History of the World (Part 1)» por fin nos convence del sueño hecho realidad. No haíamos mencionado a Monty Oxymoron, un tipo de bajo perfil pero fundamental en la expansión sonora de The Damned desde su llegada en 1996. Monty la tiene clara respecto a quiénes son los que cortan el queque, pero su amor a la psicodelia congenia de manera natural con el espíritu efusivo que The Damned profesaba durante el ciclo 1979-80. Por ende, es como el jugador que habla poco fuera de la cancha, pero dentro de ella ejerce su labor a punta de maestría y trabajo en equipo.

Hablemos un poco de Dave Vanian, un tipo que no se limita a cantar, sobre conceptos oscuros. Es un narrador por naturalez, como podemos notar en pasajes como la mencionada «History of the World (Part 1)», una relato ácido sobre el mundo contemporáneo y su evolución desde el amanecer del tiempo. Y en «Plan 9 Channel 7» es posible apreciar con más nitidez dicha cualidad. No es menos si consideramos que el título es una clara referencia a la película «Plan 9 From Outer Space» –dirigida por Ed Wood, director de culto y padre de las películas de serie Z-, un gusto al que se inclinaban Ramones y Misfits al otro lado del charco. Y es su renombrada inspiración lo que le ha valido a Vanian el rótulo de ‘leyenda’ y ‘voz autorizada’ para generaciones de desadaptados que tomaron el camino hacia lo anti-convencional. Cuánto talento en forma óptima, cuanta jerarquía y carisma para derrochar de manera graduada sin transar su encanto en vivo.

En una noche de «grandes éxitos», totalmnete dedicada a su ciclo dorado, en The Damned hay concenso sobre lo importante que es «Strawberries» (1982) en su catálogo. «Stranger on the Town», la primera de dicho redondo en el set, es una fiesta. Una montaña rusa de emociones en torno a la mística de un género cuya única regla es «no hay reglas», tal como lo que se respira en el paso directo a «Gun Fury (of Riot Forces)». Un pasaje de letra bien tenebrosa, pero con un trabajo musical que proyecta el ideal artístico de The Damned más allá de sus raíces punk. Y cómo funciona y se impone en vivo una idea que va más allá de cualquier intento por encasillarlos. Porque lo que hace grande a The Damned, y esto es válido en todo ámbito y género, es su catálogo discográfico, y la forma en que los discos se representan en vivo, incluso dejando de lado las diferencias estéticas entre una producción y otra para unirse a un mismo oleaje multicolor.

Qué extraordinaria en su aparente simpleza es «I Just Can’t Be Happy Today». No es solamente el coro pegadizo, sino los momentos repartidos entre la proclama apocalíptica de Dave Vanian y el desempeño de Monty Oxymoron en el ropaje de teclados. Un trance sensorial en toda su forma. De ahí pasamos a la siniestra «Dr Jekyll and Mr Hyde», donde la intensidad disminuye en favor de una matriz de rock y exploración emocional. No nos deja de impresionar los atributos de Dave Vanian como narrador de fantasías oscuras, si su teatralidad en escena y voz te pone de rodillas. Incluso hay pasajes a lo largo de toda la presentación en que basta con cerrar los ojos y darse cuenta en esos detalles y momentos que definen a The Damned en la esencia por sobre cualquier parafernalia ajena. Por cierto, también hay mérito en lo que hace Captain Sensible, un instrumentista que no necesita recurrir al virtuosismo de clínica para exponer sus credenciales de talento y genio en las seis cuerdas.

Cuando llegamos a «Fan Club», consideramos dos detalles de vital importancia. Es la primera referencia al seminal «Damned Damned Damned», y de la mano va la dedicatoria sutil pero elocuente a Brian James, el artífice y responsable absoluto de un LP debut primordial en la historia del rock. Esa intro de guitarra con brochazo psicodélico, que deriva en una muestra de rock descarnado y lascivo, es una señal reconocible a la primera pasada. Dintitiva y de marca registrada, como su versión para «Eloise», original del cantante pop Barry Ryan y que The Damned hizo suya al grabarla y editarla como single en 1986. Su presencia en el repertorio es un lujo, un deleite para quienes conocen en todos sus puntos cardinales la naturaleza de The Damned y su huella tan infravalorada en el punk y la música popular. Es cosa de preguntarle a Dave Vanian, quien exige su voz en pleno estado de gracia y confianza, como un crooner a la antigua sin relegar un ápice de su temple en escena.

Si bien «Life Goes On» estaba impreso en el repertorio, «Born to Kill» reclamaba su lugar con todas las razones el mundo. Y a partir de ahí, empieza una tirada a la que se suma primero «Noise Noise Noise», un trallazo de punk melódico desde la tripa, de muchas décadas antes de que se volviera la etiqueta de turno. Le sigue el frenesí hasta la última gota sudorosa de «Ignite», con casi mil gargantas dejándolo todo en su distintiva melodía, capaz de hacer cantar a todo un estadio si se lo propusieran. El bien Captain Sensible, detonado en las seis cuerdas como poseído por el espíritu de Hendrix pero con la celeridad de una locomotora a vapor. Y el bajo de Paul Gray sobre el cual gravita «Neat Neat Neat», con el desmadre y el caos del punk en su estado puro, coronan el set principal en una presentación fulgurante en todas sus líneas.

Es sabido por los fans más acérrimos que Captain Sensible es un fan devoto del rock progresivo. En gran parte se le atribuye a él una pieza del calibre de «Curtain Call», compuesta en un plan cercano a emular la grandeza espacial de Pink Floyd, los senderos frondosos de Yes y el talento compositivo de Mike Oldfield. En algún pasaje, tienes la postal de Captain Sensible sacándole efectos extraterrestres a la guitarra con una lata de cerveza -vacía, ante cualquier duda- pasándola sobre el cuello del instrumento. La captura fotográfica de un instrumentista superclase, en la misma sintonía que sus colegas de ruta. Qué más se puede afirmar respecto a Monty Oxymoron, un tecladista que dispone sus habilidades al monumento sónico que extiende sus dimensiones hasta el rincón más ignoto del espacio sideral. No se entiende a The Damned sin un nombre fundamental en el underground inglés: Hawkwind, tampoco se comprende sin la huella de Kraftwerk y Can. Por eso es que tamaña mezcla de psicodelia, krautrock, post-punk y rock espacial puede ser tanto una sorpresa atemporal como una confirmación de identidad.

Lo callado que parece Rat Scabies, lo compensa con un solo de batería que denota los conocimientos adquiridos al momento de mantener en forma la destreza y la energía. Y cuando menos te lo esperas, la puñalada a la yugular que es «New Rose» termina en una centrífuga humana que incluye cuerpos flotando en un mar de sudor y punk desde la tripa. La figura de Brian James proyectada al fondo, el homenaje que se le rinde a quien escribió, entre otras piezas, el single que inauguró la era del punk unos meses antes de que 1977 pasara a los libros de historia como «el año de…». Y el broche de oro, lo pondría «Smash it Up», entre la cadencia fúnebre de la parte 1 -escrita por Captain Sensible en memoria de Marc Bolan, fallecido en 1977- y la fiesta con el voltaje hasta el techo de la parte 2. «¡A romperlo!»… ¡rompan todo!, como gritaba Billy Bond por acá al otro lado de la cordillera. Y The Damned, como en el ’77, en el 79 o el ’82, la rompió en su primera vez en suelo chileno tras casi medio siglo de espera.

Si bien los ingleses han editado cinco trabajos de gran factura desde su retorno a las canchas en los ’90s, con «Darkadelic» (2023) siendo su lanzamiento más reciente, no hay necesidad de preguntarnos sobre el armado de un repertorio totalmente concentrado en sus años de oro -descontando el interesante pero débil «Music for Pleasure» (1977), supervisado por Nick Mason, el baterista e integrante fundador de Pink Floyd. Es todo que costó traerlos a una tierra probablemente desconocida para ellos, pero que creció por décadas formándose tanto con la variada paleta sonora de su catálogo discográfico, como con las escasa y valiosas grabaciones ‘bootleg’ de su espectáculo en vivo. Y bastaron 90 minutos para satisfacer a un público, en su mayoría, compuesto por jóvenes que a nacieron casi 20 o 30 años después del estreno en sociedad de The Damned. Un público que, después de romper con los prejuicios de lo establecido, hoy puede ser feliz mientras abraza el legado maldito de sus héroes.

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