W.A.S.P.: De rodillas en el altar del rock n roll
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W.A.S.P.: De rodillas en el altar del rock n roll

W.A.S.P.: De rodillas en el altar del rock n roll

domingo 04 de mayo, 2025

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Escrito por: Equipo SO

Por Claudio Miranda.
Fotos Cristian Calderón.

Quién hubiese pensado, tras esa noche de junio de 2005 en el Galpón 6 de la Ex Oz, que el retorno de W.A.S.P. a nuestro país se concretaría casi 20 años después. Una larga espera para el regreso, toda una vida para quienes quedaron con la bala pasada al perderse tamaño debut en suelo chileno. Esa noche, Blackie Lawless no se guardó nada, y estamos hablando de mucho más que el repertorio. La postal de Blackie tirándole trozos de carne cruda al público, tal como durante sus espectáculos en los ’80s, quedó enmarcada en oro para quienes estuvieron ahí rindiéndole culto a una leyenda del heavy metal en su edad de oro, con un despliegue de alto impacto visual que, al menos en su época, puso de cabeza a los paladines de la corrección política en USA y el resto del mundo.

Cuando hablamos de W.A.S.P., hay una trascendencia más allá de una etiqueta. Si bien su tirada discográfica hasta «The Crimson Idol» (1992) es de una jerarquía extraordinaria, su LP debut titulado con el nombre de la banda (1984) marcó un hito en todo aspecto. Eran los días de la Guerra Fría, cuando el entonces presidente Ronald Reagan se refería a la URSS como ‘el imperio del mal’, y el gobernante Partido Republicano buscaba el voto apelando a la inquietud cultural y religiosa. Es ahí cuando surge el PMRC, un organismo que buscaba regular la música que escuchaban los jóvenes. El heavy metal, por entonces, era tachado como ‘música corruptora de menores’, lo que incentivó a Blackie Lawless concebir una idea e imagen provocativa hasta más allá de lo permitido. Desde éxitos como «I Wanna Be Somebody» y «L.O.V.E. Machine», hasta bombazos del calibre de «School Daze» y «Hellion», W.A.S.P. -la banda y el álbum- disparaba a quemarropa contra la institucionalidad del «american way of life». Cuarenta años después, y con el panorama mundial en tiempos de alta turbulencia, el repaso en vivo de la placa mencionada no puede ser más acertado.

La jornada arranca a eso de las 19:40, con el veterano grupo nacional Enigma. 35 años de carrera, uno de los recorridos más longevos de nuestra escena, y presentando un repertorio que tendrá sus primeras explosiones en «Los 33» y «Sirvientes del Dinero». Con una propuesta arraigada en el heavy metal clásico de Iron Maiden y la orientación progresiva de Queensrÿche, es suficiente para aportar la cuota de diferencia dentro del mismo amor por el metal de viejo cuño. Tienen en Nelson Montenegro un cantante y frontman que se para de igual a igual con Geoff Tate, siempre imponiendo su desplante y experiencia ante un público numeroso a esas horas en La Cúpula.

Tal como durante su presentación hace una semana en el Masters of Rock, Enigma nos dio una cátedra de potencia y jerarquía. A destacar la participación de Leonardo «Toño» Corvalán, la voz histórica en los ’90s, en «Voces Disidentes» -la que titula su primer LP (1997)-, la vena conceptual de «Lo que a a venir», o el broche con la clásica «Inquisidor». Todas muestras de una firma que engloba la destreza instrumental con la intensidad propia de un género que extiende sus fronteras sin transar su coherencia. Es lo que Enigma nos viene entregando durante más de tres décadas, tanto en sus ideas plasmadas en el estudio como las dimensiones pantagruélicas que adquiere en el directo. Como reza su EP debut, no muchas bandas pueden contar durante años que repletaron un espacio vacío para volverlo un laberinto de grandeza.

Una espera de casi media hora, con una playlist que incluyó clásicos de AC/DC, Skid Row y Alice Cooper. La alerta con el clásico «The End» de The Doors, dándole el paso a un mix con los clásicos del plato de fondo. Y tras la entrada de Blackie y su pandilla, la explosión de «I Wanna Be Somebody» transforma el recinto ubicado al interior del Parque O’Higgins en una caldera desbordante de sudor y metal. Una banda en plena forma, con la precisión técnica y la maestría instrumental convergiendo en el fragor que los californianos le refriegan al mundo. Un par de segundos de respiro, para que el grito de desahogo y fiesta se entregue al brío matador de «L.O.V.E. Machine». Tal como en el álbum, dos bombazos en el arranque. Lo que determina, en este caso, la gramática estigia de un show quizás sobrio a nivel visual, pero con la potencia suficiente para echar abajo un teatro o un recinto arena, o un estadio completo.

Si «The Flame» es fiesta y baile, «B.A.D.» es puño apretado ante una banda que baja las revoluciones solamente para dejar caer todo su peso. Un mar de gente que se apropia de «School Daze», escolares de ayer, muy de ayer y de hoy. Lo dijo nuestro Jorge González: «No me gusta el heavy metal. Muy macho, poco soul, mucho ataque. Lo encuentro de cabros chicos». Y esa es la idea, porque W.A.S.P. es una banda que nos devuelve a una etapa en la vida, cuando los cabros chicos descubren el rock pesado y fantasean con prenderle fuego a su escuela. Lo que hace 40 años escandalizaba a los «brigadistas» de la moral y las buenas costumbres, hoy es celebrar aquello que el metal parece haber perdido… o puede que no. Ni siquiera la interrupción del show -la banda se retira del escenario en algún momento, durante un par de minutos eternos-, te empaña ese puñetazo al mentón que es «Hellion». Literalmente, esto es volver a los ’80s no desde la nostalgia, sino de lo que evoca un estilo que en su era dorada conformó un fenómeno en la cultura popular. No se entiende el auge del metal en los ’80s sin el impacto visual de W.A.S.P.

Si en el estudio «Sleeping (in the Fire)» lucía un ropaje que en su tiempo lo inclinaba al resto del hard rock que recurría a la formula radial de la ‘power ballad’, en vivo se despoja de aquello. Pesada, malévola, gigante, atmosférica, con un intratable Doug Blair reluciendo sus credenciales en las seis cuerdas. Ojo, Blair es un viejo conocido y ya había apoyado en vivo a W.A.S.P. unos años antes de integrarse de manera oficial en 2006. Y verlo en acción después de casi dos décadas, es un lujo, una clase magistral de ejecución en favor de la pieza. De ahí, y tal como en el orden del cassette o vinilo, el regreso a la velocidad con «On Your Knees» se sienta como un envión revitalizante. Y lo bien que le queda a Aquiles Priester, baterista brasileño de enorme recorrido, y pieza relevante en la maquinaría rítmica de W.A.S.P. Un virtuoso de la batería que se dispone al heavy metal con la precisión y fuerza requeridas para tocar en una banda legendaria.

Entre la fibra espesa de «Tormentor» y el cañonazo de «The Torture Never Stops», el repaso por el LP homónimo culmina con un público hecho cenizas, por el fuego incandescente de una banda que suena aplastante y nos regala una actuación tan consistente como fogosa. Puede que a Blackie Lawless se le acuse su parquedad en escena, la falta de saludos o palabras dedicadas al público local, pero para lo que te da en vivo junto a sus colegas de ruta, el torbellino de cuerpos bailando y saltando -hasta un ‘mosh pit’ se armó en cancha- lo refleja todo y más. Y eso es lo que Blackie entiende por dar un espectáculo de calidad, por lo que uno paga y espera durante estos tiempos.

Como la repasada de la bestia del ’84 pareciera habernos dejado exhaustos, la intro «The Big Welcome» nos pone en aviso inmediato. Un medley dedicado al período 1986-87, con «Inside the Electric Circus», «I Don’t Need No Doctor» -original del eterno Ray Charles, pero basada en la versión de los ingleses Humble Pie-, y el coro desgañitante de «Scream Until You Like It». Esta última aparece en el soundtrack de «Ghoulies II» -secuela de una recordada comedia de horror en los ’80s-, y fue incluida como pieza en estudio en el álbum en vivo «Live… in the Raw» (1987). Puede que en su momento Blackie se haya manifestado inconforme con lo logrado durante el período mencionado, pero en vivo suenan frescas y preservan la esencia de toda una época, lo que explica la devoción inquebrantable de los fans hacia W.A.S.P. hasta en su época más ‘accesible’.

Todo fan acérrimo y conocedor entiende la importancia de «The Headless Children» (1989). Para la prensa especializada, el único álbum de W.A.S.P. que puede darle cara al debut homónimo. Por ende, el medley compuesto por «The Real Me» -original de The Who-, la balada «Forever Free» y «The Headless Children» nos permiten apreciar las virtudes de una banda que pone toda su atención en el despliegue en cada línea. Es el momento para resaltar la labor del bajista Mike Duda .ingresado en 1995-, quien compatibiliza su rol de pivote con una habilidad quirúrgica en las bajas frecuencias, como lo hace replicando la interpretación original de John Entwistle en «The Real Me», donde también Aquiles Priester hace lo suyo, llevando la genialidad del entrañable Keith Moon hacia los terrenos del metal progresivo. Si sumamos lo que se manda Doug Blair en la guitarra líder, queda claro el ojo -y oído, claramente- de Blackie Lawless para seleccionar a sus compañeros de ruta. Por algo, además de su inconfundible imagen, Blackie ya era reconocido entre sus pares como un personaje de gran inteligencia, tanto en el propósito conceptual de W.A.S.P. como en el momento de reclutar músicos a la altura de sus ideas como artista.

En un repertorio soñado para todo amante del heavy ochentero, la inclusión de «Wild Child» es tan obligada como especial. La voz a capela de un solitario Blackie, bajo el desgaste de más de cuarenta años, expone la humanidad de un talento enorme para transmitir sus convicciones. Es aquella integridad lo que abrazamos apenas se suma la banda en pleno, con el single estelar de «The Last Command» (1985) chorreando un fogonazo sónico al que los presentes se entregan sin duda que valga. Y también del nombrado sofomoro, «Blind in Texas» quemando los últimos cartuchos del público eufórico hasta el techo. Una descarga final de electricidad, el equivalente a meter los dedos en el enchufe y terminar electrocutado por su riff principal y su gigantesco coro. Pura fiesta, puro heavy metal genuino. Un broche rocanrolero que incluso a cada uno de nosotros nos devolvió a unos meses atrás, cuando el retorno de W.A.S.P. a Chile por fin se anunciaba de manera oficial, con fecha y lugar. La crónica de un peregrinaje y una celebración anunciada, como Lemmy y otros dioses mandan.

Tenemos claro que Blackie Lawless y sus compas se mueven en un ambiente bastante ajeno al estándar de la industria, al menos en estos tiempos. El cumpleaños 40 del homónimo del ’84 fue mucho más que una celebración y hay un legado que no descansa en la nostalgia, sino que nos invita a ser testigos de un capítulo fulguroso en la historia del rock. El heavy metal es el estilo base de los californianos, pero la configuración de piezas por parte de Blackie es clave para entender los kilos de fortaleza y nitidez que W.A.S.P. extiende ante un público transversal en cuanto a edad y gustos alrededor de un género. Y eso se logra mediante el equilibrio entre la huella de un pasado glorioso y la mirada hacia las nuevas formas en el circuito de giras.

Así como la primera vez en nuestro país hace 20 años tuvo un sabor especial, la de ahora superó todo lo esperado. Contando con un público mucho más numeroso y renovado en cuanto a edad, además de lo que ofrece una banda que hoy centra su repertorio en un período mítico. Por supuesto, una de las grandes virtudes de W.A.S.P. respecto a otros nombres más laureados de su generación, es la forma en que su catálogo preserva la ferocidad y lozanía de su esencia. Te engancha para no soltarte más, hasta el último patadón riffero. Incluso sin la parafernalia visual de los ’80s, hay una energía que se levanta en todo su esplendor ante ti. Así es como W.A.S.P. se gana hasta hoy un lugar merecido entre nuestros adorados dioses de acero. Con su metralla de intensidad y actitud, suficiente para ponernos de rodillas en el altar del rock ‘n’ roll.

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