GRAVE DIGGER “BONE COLLECTOR” (2025)
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GRAVE DIGGER “BONE COLLECTOR” (2025)

GRAVE DIGGER “BONE COLLECTOR” (2025)

viernes 31 de enero, 2025

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Escrito por: Equipo SO

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Por Pablo Rumel.

TEMAS CLÁSICOS EN ESTADO CRUDO

Vuelven a la carga estos sepultureros teutones (uno de los cuatro grandes del power alemán junto a Rage, Helloween y Running Wild) con su álbum número veintidós, con cuarenta y cinco años arrastrando sus esqueletos metalizados, manteniendo un promedio de un álbum cada dos años ¡nada mal! Como es costumbre, la pelona luce en la portada del disco, sentada en un trono y rodeada de esqueletos y cuervos; y sin ser puristas, lo lamentable es que fue generada por IA, habiendo tanto artista talentoso, optaron por una maléfica inteligencia artificial para crear el frontispicio de la nueva placa.

Pero acá estamos para hablar de música, de una banda señera en el estilo, agrupación que jamás se ha conformado con vivir sólo de las regalías de sus discos anteriores, probándose una y otra vez en las calderas hirvientes del metal con material recién forjado ¿superó la prueba?
Vamos a ello.

El álbum arranca con el tema homónimo, «Bone Collector». Una introducción de veinte segundos nos sumerge en el universo de Grave Digger, con una atmósfera digna de un filme slasher. De pronto irrumpe la guitarra de Tobias Kersting—quien debuta en este disco—con un rasgueo arrastrado por los trastes, estableciendo el compás con riffs pesados a medio tiempo. A su lado, Marcus Kniep, quien en 2018 dejó los teclados para tomar las riendas de la batería, refuerza la estructura con su doble bombo, preciso y sin abusar, con cambios de ritmo ejecutados con maestría, destacando especialmente en las secciones más épicas.

A nuestros oídos nos llega la característica voz del líder y fundador Chris Boltendahl; hay que decirlo, suena menos áspera que en discos anteriores, pero sigue desgarrada, dando las notas como si se tratara de una calavera en llamas empalada en una lanza, no obstante, esos agudos desafinados tipo fado tan característicos en otros discos, han sido reemplazados por tonos graves que nos recuerdan más al tío Lemmy Kilmister (que Satán lo tenga en su gloria), que al bueno de Udo Dickschneider.

Y así llegamos al segundo tema, uno de los mejores, «The Rich The Poor The Dyng», con los estribillos más coreables de todo el disco, versos que se te quedarán en el oído hasta que te vayas a la tumba. Unos tapping riffs muy inspirados abren la canción, con vocación speed metalera, y unos solos de guitarra que recuerdan la gloria del NWOBHM aderezan la canción que habla sobre la ambición y la estupidez humana: ricos y pobres, al final de la partida se irán al mismo sitio, y no es otro lugar que el cementerio.

Llegamos a «Kingdom of Skulls», con una apertura de bajo ejecutada por el veterano Jens Becker (arriba del barco desde el mítico Knights of the Cross de 1998), la batería marca la marcha y unos acordes potentes nos recuerdan que estamos ingresando a un reino cadavérico de destrucción; los versos resuenan en nuestros oídos: Un rey esqueleto/en un trono de huesos/ con profundos ojos vacíos/donde las almas se extravían, en una traducción libre hecha por vuestro servidor.

A continuación hay tres canciones al hilo de potente vocación hardrockera, puro feeling de motoqueros enfundados en cuero. Se trata de temas en una línea bien heavy, a lo Judas Priest, marcando sus acentos en riffs entrecortados y cañeros, sin exagerar el virtuosismo ni en acelerar las velocidades. «The Devil Serenade», «Killing is My Pleasure», y «Mirror of Hate», componen esta tripleta. Ojo con la segunda, que recuerda a los Megadeth noventeros y la tercera, una dark power ballad con coros épicos, que nos avisan que la droga más adictiva y poderosa nunca fue la meta o la heroína, sino que el amor. Y llegamos a «Riders of Doom», con las guitarras más doom metaleras del álbum que recogen la mejor cosecha de los Candlemass o los Cathedral, riffs pesados y más lentos que una tortuga, con una lírica de fraseos cortos en un tipo de canción ya clásica de los sepultureros, quienes nos cuentan una historia que va de cuatro jinetes, más horribles que la traición, evocándonos pasajes nocturnos de terror a través de bosques encantados.

Tras ese mal viaje asistimos a la siguiente canción, en la que un bajo ultra reverberado nos dibuja con sus líneas el pórtico de «Made of Madness», acompañándose de unas guitarras acústicas, para dar paso a la distorsión con secciones pesadas, en la línea más noventera de la banda. En el siguiente corte volvemos al cementerio con «Graveyard Kings», una experiencia cruda que crea una atmosfera grandiosa sin necesidad de teclados (tónica de todo el disco), que nos enseña que no es necesario componer con orquestas y miles de arreglos para crear una mística dramática y heroica.

«Forever Evil & Buried Alive» es el décimo y penúltimo tema de esta placa, una mezcla aderezada con harto power chords y algo más acelerada que las canciones anteriores, la que nos machaca al oído una letra que habla de una disyuntiva que ojala nunca tengamos que escoger: o te mueres enterrado por tus enemigos y te vas a la mierda, o sales de la tumba victorioso, y no para repartir besos y abrazos.

El viaje termina. Hemos escuchado canciones breves, con una duración media de cuatro minutos y cuarto, todas al hueso, sin exhibición de virtuosismo ni solos interminables, con un sonido bien producido y una mezcla made in Germany forjado en los hornos de la Graveyard Studios, propiedad del señor Chris Bolthendal (¿no es soñado contar con tu propio espacio, o mejor dicho, reino metalero?), y el broche de oro lleva por título «Whispers of the Damned (The Banality of Evil)» ¡vaya nombre!, la canción más larga del disco, seis minutos con dieciséis segundos, una balada blackened acompasada por riffs ultra pesados; se trata de la canción más introspectiva del disco, con una narrativa que nos pone de cabeza en paisajes pesadillescos adornados con neblinas y terrores interiores. Un temazo para oír lento y en calma, mejor si es acompañado de una birra bien helada.

En conclusión, mientras muchas bandas solo ostentan el título de metaleros y viven de sus royalties, Grave Digger continúa en la trinchera, demostrando con cada lanzamiento su compromiso con el género. Sin reinventar la rueda, esta nueva producción mantiene la esencia del grupo y, aunque está lejos de sus obras cumbre (Tunes of War o la inigualable Excalibur), recupera gran parte de la potencia compositiva de sus primeros álbumes. Bone Collector es un disco que no defraudará ni a los viejos bangers ni a las nuevas generaciones de metalheads.

 

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